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paola maita
Photo by: Joshua Rothhaas ©

Aquí hay dragonas

En la cartografía renacentista, podemos encontrar la alocución “HC SVNT DRACONES”, una abreviación de hic sunt dracones, ‘aquí hay dragones’, para hacer referencia a una zona que jamás había sido explorada antes y que posiblemente era peligrosa.

A pesar de ser un territorio inexplorado, era relevante dejar constancia de su existencia y de las sospechas que se tenían con respecto a lo que lo habitaba. En caso de que alguien osara adentrarse en esas tierras, ya sabía que se aventuraba a su propia suerte.

El sentido de esa expresión me recuerda la sensación que tenía cuando comencé a ver RuPaul Drag Race a mis 22 años. En aquel entonces, lo veía en un canal de cable en la televisión que lo ponía en las noches. No recuerdo el por qué comencé a verlo, si lo encontré por casualidad una noche haciendo zapping, o si vi el comercial que anunciaba algún episodio y me propuse verlo. Fuese como fuese, comencé a ver el programa con una curiosidad casi científica. Quería entender los mecanismos que operaban detrás de la transformación de aquellas personas en criaturas que nunca había imaginado.

Sin embargo, a medida que veía más capítulos, esa curiosidad científica y mecánica con la que comencé a verlo, se transformó en una auténtica fascinación. Ya no quería solo entender el cómo ocurría, sino que había pasado a disfrutar el ver toda la transformación capítulo tras capítulo. Para cuando terminó aquella temporada, ya me había hecho fan del programa.

He de admitir que era una fanática en silencio. Algo me decía que mejor era no decir que me gustaba ver a aquellos hombres convertirse en mujeres, que era una cultura de la que no debía formar parte abiertamente, y que mejor seguía viéndolo en la comodidad de mi cuarto donde no tenía que darle explicaciones a nadie. Era la forma que tenía mi mente de advertirme la posible presencia de dragones en la distancia.


Conocí a J. en segundo semestre de Psicología, en una clase en la que apenas éramos 8 personas. Era imposible que alguno de nosotros pasase desapercibido. La verdad es que, aunque hubiésemos sido más de 100 personas en la clase, igualmente él se habría hecho notar. J. destacaba del grupo por su risa, su vestimenta que mezclaba elementos góticos y femeninos, su voz, y sus comentarios que rayaban en lo inapropiado.

Con los años, J. fue refinando sus ideas sobre lo que quería hacer, hasta que comenzó a hacer travestismo de personajes de fantasía, como Cruella Devil. No puedo decir que fue un giro sorprendente en su vida porque los que le rodeábamos pudimos intuir algunos de sus deseos desde antes, aunque él no fuese capaz de vocalizarlos en público en aquel momento.

De nuevo volvía a encontrarme con el travestismo, pero ahora desde cerca. Ya no eran unas personas de otro país que participaban en un reality. Era uno de mis amigos de la universidad, alguien con quien conviví a diario durante un par de años.

Igual como me pasó con el programa, sentía curiosidad y fascinación por lo que él podía hacer. Sin embargo, seguía entendiendo el travestismo como un acto de entretenimiento; y no como una forma de hacer declaraciones, defender puntos de vistas, ni mucho menos de poner ideas personales en el mundo. ¿Cómo podía ser aquello algo serio cuando solo se trataba de diversión y entretenimiento?

Sobra decir que en aquel momento no había hecho la labor de educarme en historia LGBTQ+ y que vivía en la comodidad de ser una espectadora distante. A medida que exploré ideas más allá de las plumas y el glitter que se ve a simple vista del mundo drag, fui entendiendo algunas cosas; pero un elemento clave fue tener el proceso de J. cerca. A su manera, él hacía que me cuestionase cosas sobre el género, la expresión individual, lo trasgresor, desafiar las expectativas sociales, atravesarse a sí mismo y a los demás…

A pesar de que no haya hecho crossdressing hasta ahora, toda esa búsqueda que hacen las drag queens sobre su identidad y de cómo expresarla estaba -y sigue estando- íntimamente relacionada con mi propia búsqueda personal.

Ese tránsito se ha convertido en un proceso que me ha llevado a ser una persona vocal con respecto a lo que vivo y siento. El viaje que comenzó como un acto de mero entretenimiento, que partió de un territorio desconocido lleno de dragonas en mi mapa mental, me ha llevado a un lugar en el cual me siento cómoda explorando. Sigue habiendo dragonas, pero ya sé que no hay peligro.


Photo by: Joshua Rothhaas ©

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