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Gianfranco Selgas
viceversa mag

Apuntes sobre una visita breve (Parte II)

Ciertas contradicciones impuestas por mi ubicación —es decir, estoy en la universidad de G en G pero, condicionado por una serie de valoraciones éticas a las que me apego, no soy capaz de abandonar la universidad de G y recorrer a gusto G— me han permitido conocer casi al entero los recovecos del edificio de la universidad de G, donde se desarrollan simultáneamente las distintas plenarias de la conferencia. Si tuviera que contarle, digamos a un amigo o a un familiar interesado por mi visita a la ciudad de G, qué fue lo que más me cautivó en este viaje, ¿qué podría contarle más que la forma como se configuró el ecosistema recreado en los adentros de la universidad como si esta, en efecto, fuera la mismísima ciudad de G? Porque entre paneles y clases magistrales de ponentes invitados se instituyó un conglomerado de sujetos, cada uno afiliado a determinadas casas de estudio y sometido a jerarquías paternalistas y matriarcales, donde lo vehicular del español como lengua franca y los intereses compartidos de acuerdo a temáticas de investigación forjaron pequeñas alianzas.

Que nada de esto suene baladí, creo que la idea anterior es una muestra válida para sostener la posibilidad de que la ciudad es un cosmos que se reproduce en variopintas fracciones, todas éstas esferas reductibles de ese gran conglomerado urbano que nos contiene. Me resulta interesante que esta forma de ver la ciudad, y en este caso concretamente la ciudad de G, haya ganado sitio en diversas ponencias en la conferencia. Es decir, no fue una cuestión discutida exactamente como la pongo aquí, pero sí gozó de una preponderancia inesperada, al menos para mí, sobre todo por parte de colegas que, como yo, asistieron al encuentro para discutir cuestiones literarias: aproximaciones a lo urbano y a la ciudad desde la poesía, el teatro, el cine o la narrativa. Posiciones, a fin de cuentas, caleidoscópicas que revelan y proponen variaciones, sinónimos de ciudad y de la vida en la ciudad.

*

Mi último día en G tiene como finalidad la documentación. Una vez culminada la sesión temática donde presenté mi ponencia, decidí aprovechar el vacío de cuatro horas entre el cierre de la conferencia y la salida de mi tren con destino a U. De este modo, moviéndome en las inmediaciones adyacentes a la estación central de trenes, cuando el momento me lo permitía y siempre por efecto de algo que llamaba mi atención, me detenía en seco para tomar algunas fotografías y registrar mi estancia. Debo admitir que hacer esto me resulta embarazoso. Es una cuestión que achaco a una contradicción personal: a pesar de que internamente me siento a merced de los vaivenes desconocidos de un espacio nuevo, ante los demás me gusta mostrarme como un lugareño cualquiera, esto es, como un ser integrado al lugar en el que está. No sé si me explico bien. Le rehuyo absurdamente a mi realidad como visitante, trato de disimularla a medias, para insertarme, dicho de algún modo, en una instancia liminal, entre la pertenencia y la desterritorialidad.

A pesar de ello, no puedo contenerme con esto de las fotografías. No es que me prive de sacarlas, simplemente lo hago con disimulo. Para ello, no llevo conmigo una cámara fotográfica en tanto aparato; utilizo, en cambio, la aplicación “cámara” en mi teléfono celular. Es irracional, pero el modo operativo que sigo para hacer uso de ella es levantar el dispositivo móvil a la altura de mi rostro, con la intención de sugerirle al observador interesado cualquier acto menos el que me dispongo a realizar, y entonces aprovecho esa acción furtiva para tomar la foto. Es un acto sutil y patético al mismo tiempo, evitable si no cultivara este comportamiento sinsentido, sin embargo, parece ser la única tarea efectiva que me permite satisfacer mis deseos y afectos.

Todo esto porque me resulta interesante imaginar hasta qué punto las variaciones que me ofrecen estas fotografías podrían convertirse en ventanas para ficciones que alteren la realidad: buscar, en la posteridad, esas imágenes, observarlas y repensar desde la distancia esos espacios que una vez ocupé. Un proceso de transformaciones ajenas debe fraguarse cuando esto ocurre, porque la imagen, en su grado de pensatividad como diría Jacques Rancière, siempre propone algo más allá de lo que nos muestra y de lo que nosotros queremos asociarle al verla.


Photo Credits: John Tornow

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