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sarah colmenares
Photo by: Ivan Radic ©

Aprender a vivir

Fue un viernes, un viernes que parecía igual a cualquier otro. Estaba soleado y hacía un calor infernal. Yo contaba los minutos para que fueran las 3pm y así poder irme a casa a descansar. En el mientras mi buena amiga a quien le digo “sensei” me estaba explicando por decima quinta vez un problema de matemáticas, para que yo pasara la recuperación de la materia que había reprobado ese periodo académico. Me sentía frustrada y el calor que hace en Cali me distraía aún más así que, me fui con “sensei” a otro lado. Pasaba frente a la dirección académica cuando alguien gritó mi nombre en seco, seguido de un “la camisa del uniforme va por dentro”. Recuerdo aun con claridad que me giré, reí un poco y le dije al coordinador: “Llevo 5 años estudiando aquí y siempre me dices lo mismo”. Él sonrió ligeramente, negó con la cabeza y se dirigió a su oficina. ¡Si tan solo hubiera sabido… que esa iba a ser la última vez que escucharía a mi coordinador académico decirme algo sobre el uniforme!

Un virus totalmente inesperado nos encerró y alejó de lugares y personas que eran parte de nuestra cotidianidad.

Creo que nadie estaba preparado para que el Covid 19 cambiara nuestras vidas de forma tan radical, en un pestañeo, de manera súbita y sin previo aviso. Finalmente comenzamos a adaptarnos a una nueva normalidad, si es que realmente existe y podemos llamarla así.

La humanidad pareció lograrlo. Avanzamos a pasos lentos en un mundo que a primera instancia parecería estar de cabeza. Los estudiantes aprendimos a recibir clases en línea, a ser muy pacientes y a conectarnos con los demás seres humanos de formas innovadoras y diferentes. Algo que me ayudó en ese proceso de adaptación fue el pensar que de alguna manera todos los que amo veían el mismo cielo que yo veía, con sus nubes esponjosas. Si ellos miraban el mismo cielo significaba que no estábamos tan lejos. Pasó el tiempo y dejé de sentirme triste, empecé a sonreír y a ser contenta de otra manera. Me gradué. Ese fue uno de los días más felices de mi vida. Hay instituciones en Colombia que están profundamente comprometidas con la vida, entre ellas la Pontificia Universidad Javeriana o la Universidad ICESI que se abren como mega centros de vacunación y agilizan el proceso no obstante, como en todos los países, haya habido múltiples factores que lo han acelerado o, lamentablemente, retrasado.

Baste pensar en las creencias que difunden utilizando las redes sociales sobre vacunas 5G, o los complots de quienes supuestamente persiguen la dominación del orden mundial a través de una inyección. Informaciones que forman parte de la locura colectiva que se creó a raíz de la pandemia. Lamentablemente hay algunas personas en el mundo que creen en ellas y los ciudadanos colombianos no son la excepción. Cientos de personas no quieren vacunarse a causa de estas teorías absurdas. Muchas otras que sí querían vacunarse, al llegar al punto de vacunación, se topaban con un “se acabaron las dosis de hoy”.

Contrariamente a lo que pasa en otros países donde hay una regulación de las vacunas, para que todos reciban sus dosis justas, aquí en Colombia hubo un señor que recibió 7 primeras dosis. El señor no lo hizo con una mala intención ya que, según relataron los medios de comunicación locales, sufre de una enfermedad mental. Sin embargo este hecho deja en evidencia la increíble falla que hay en el sistema. Surge la pregunta: ¿si este señor recibió 7 primeras dosis de forma accidental, cuántas otras personas no se colaron en las etapas de vacunación?.

Sorprendentemente, y aun con todas estas trabas, los latinoamericanos se mantienen firmes. Volviendo a vivir, a adaptarse para poder volver a respirar. Latinoamérica es un ejemplo de resiliencia, de tenacidad y fuerza de voluntad. Aunque falten algunas cosas por mejorar como en todos los países, admiro mucho que, muy a nuestro estilo, las cosas de alguna forma estén saliendo bien. Según el Ministerio de Salud, en Colombia hay 13 millones de personas vacunadas, 13 millones de personas que ahora tienen una esperanza, 13 millones de personas que vuelven a soñar con un futuro.

La vida es lo más preciado que tenemos. Aprendimos a valorar los pequeños detalles de nuestra cotidianidad y de nuestro entorno. Entendimos que solo nosotros nos podemos ayudar y con la experiencia hecha hasta ahora, tendremos que acostumbrarnos a vivir nuevamente.


Photo by: Ivan Radic ©

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