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El punto de partida: Antes de que se oscurezca

Desde una calle- Son las 4:57 p.m. de la tarde del viernes. Todavía no es de noche, pero como seguimos en la eternidad del invierno, ya tampoco es de día. La luz es de ese color medio tenue que aparece cuando el cielo está naranja y amarillo y después morado. A esta hora, los ansiosos nos comemos más las uñas. Pareciera que el tiempo se estanca entre la inercia de la tarde donde nada se mueve y la ansiedad absoluta de terminar las cosas antes de que oscurezca. La luz de la locura, algo así se debería llamar esta hora.

Sin perder del todo la cordura, oigo a la pareja de la mesa de al lado discutiendo sobre el clima, porque en Londres siempre hay alguien que habla sobre el clima. Todos los mitos son reales: es gris y llueve mucho. Pero a la chica que está sentada en la mesa de afuera pareciera no importarle que la temperatura esté bajo cero. Tomándose un café negro, negro como esos que a las 3 de la mañana todavía cobran cuentas, y fumándose un Camel, está esperando al dueño del otro café que está servido sobre la mesa. 

Un señor que carga un pan debajo de su brazo grita hacia el otro andén donde el dueño de un bastón morado sale de una barbería y le responde con la misma euforia. Se saludan, el bastón morado se mueve en el aire, la baguette responde afirmativamente. Se ríen, hacen referencia a “this bloody weather” y hacen señas de un adiós. El señor del pan da media vuelta y se va corriendo, el dueño del bastón se recuesta contra una pared.

Y contra esa pared se sostiene una señora que no tendrá menos de 70 años tratando de bajarse de una bicicleta. El problema no es solo que tiene la silla demasiado alta, si no su vestido gris con la insigne lengua de los Rolling Stones que es tan largo que la hace tropezar.

La chica del café ya no está sola. Pero ni ella ni él se han dado cuenta que el café negro se regó y que se escurre de la mesa al andén y corre por Broadway Market hacia el canal. 15 minutos después cuando él se pare al baño y ella se arregle el pelo contra el reflejo de la ventana, nadie se habrá dado cuenta todavía. El mesero nunca llegará a limpiarlo tampoco.   

Y mientras él está en el baño, dos policías se pasean por la calle con esa cara de sospecha que tiene quien trabaja asumiendo que siempre hay algo raro. Londres la ciudad de la vigilancia. Otro mito que es cierto: todo aquí queda grabado. 

Los policías ven a su sospechoso. Se acercan disimuladamente hacia el tipo que está paseando a un pitbull blanco de tres patas. Lo cuestionan y él responde con una risa llena de sarcasmo. 

El pitpull de tres patas se distrae por un momento con una señora que va de afán. “Guardemos a los niños antes de que oscurezca,” me imagino que es lo que está pensando esa señora que va empujando un coche con tres puestos. 

En su afán no se da cuenta que acaba de pasar al frente de Jimi Hendrix. Un Jimi de cartón y de estatura media que un tipo de sombrero de cuero naranja y zapatos del mismo material lleva cargado sobre el hombro. Jimi se va hacia London Fields y se desaparece en la falta de luz que empieza a caer sobre el parque. 

El sospechoso queda libre. El pitbull de tres patas va saltando detrás de él. El señor del bastón morado entra otra vez a la barbería. La señora de la bicicleta está haciendo mercado. La chica del café acaba de pedir otro. El café que se regó ya no está rodando. Son las 5:27 p.m. de la tarde del viernes. El bloody weather está frío pero yo ya me dejé de comer las uñas. Oscurece por fin. La locura pasa. 

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