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Dante Medina

Anita y Mariano

Ilustraciones de Pancho Madrigal.


Anita, la de los hojotes
y
Mariano, el de los chinos

Para mi nieto, de 9 años, cibernauta

Hijo:

Estoy en el aeropuerto, a punto de tomar el avión, y te escribo esta breve carta para contarte de Anita, ¿te acuerdas?, la pecosita que venía a jugar con tus hermanas.

Anita también está en el aeropuerto; esperando. Me la acabo de encontrar, y la saludé. Yo soy amigo de sus padres. Ha crecido, Anita, y están lindísimos sus ojos negros, y sus pecas.

Se me ocurrió la reflexión que se nos ocurre a todos los mayores: ¡cómo pasa el tiempo!

Y me acordé de cuando hace muchos años escribí un libro para ella que se titula: Anita, la de los hojotes, y Mariano, el de los chinos. A Anita la acabo de ver, ¿qué habrá sido de Mariano?

Ya tengo que abordar el avión.

Dale besos de mi parte a mi nieto.

Tu papá

I
ANITA Y MARIANO

Anita y Mariano no son amigos. Ni siquiera se conocen. Ella es morena, de hojos negros; y él es chino del pelo i tiene la boca pequeña. Ninguno de los dos sabe, todavía, escribir bien: Mariano escribe «i» en lugar de «y», y Anita cada vez que habla de sus ojos se refiere a ellos con «h» y dice «hojos».

Anita y Mariano van a diferentes escuelas, viven en países diferentes, y tienen, claro está, padres diferentes. A los dos les gusta explicar muy bien las cosas. Mariano va a una escuela en un país del norte, porque es rubio. Y Anita, que es pecosa, va a una escuela en un país del sur.

─A mí me dicen Billy ─dice Mariano.

─A mí me dicen Pecas ─dice Anita.

Mariano aprende español, porque es una lengua en la que una vez le cantaron una canción que le gustó muchísimo. Anita va al inglés porque sus papás no son muy ricos. Además los dos estudian matemáticas, historia, ciencias, deportes, y geografía que, ¡vaya coincidencia!, a los dos les gusta mucho. El maestro de Mariano no lo quiere, la maestra de Anita la adora.

Mariano y Anita no se conocen.

Pero yo estoy seguro de que les encantaría conocerse.

 

II
MARIANO Y ANITA

Yo sé que Mariano y Anita, si se conocieran, se caerían bien.

Lo primero que harían sería preguntarse:

─¿Cómo te llamas?

─Mariano, pero mis amigos me dicen Billy. ¿Cómo te llamas tú?

─Anita, pero mis amigos me dicen Pecas.

Y luego se preguntarían de dónde son cada uno y se alegrarían de haber estudiado geografía, porque eso les permite saber la ubicación del sur, la ubicación del norte, y el país en que está la casa de sus padres, que es con quienes viven ellos.

Poco a poco sabrían que Anita tiene dos hermanos mayores, y Mariano sólo uno. Que a Anita su papá la lleva en camión a la escuela, y que a Mariano su mamá en coche. Que Anita duerme con su hermana que estudia preparatoria, y que Mariano duerme solo ─pobrecito, piensa Anita─ en una habitación con juguetes ─menos mal, piensa Anita.

Los papás de Anita se pelean a gritos. Los de Mariano se miran feo, y uno de los dos ─el que mira más feo esa vez─ se va a dormir al sofá.

─Mis papás juegan a ver quien pega el grito más fuerte.

─Mis papás juegan a ver quién lanza la más horrible mirada.

─¿Y tú qué haces durante la tormenta con truenos? ─pregunta Mariano.

─Le subo a la tele ─contesta Anita, que va aprendiendo, desde chiquita, a defenderse como puede.

─¿Y tú, qué haces durante el duelo de miradas? ─pregunta Anita.

─Me voy a mi cuarto para que no me alcance el rayo láser de alguno de los ojos de mis papás ─contesta Mariano, que aprende a sobrevivir a las heridas escondiéndose.

Ah, diría uno, estos dos niños no se parecen. No, no se parecen porque tienen padres diferentes, van a escuelas diferentes, y viven en países diferentes. Lo único que sí los hace iguales es que a los dos les gusta preguntar.

─¿Por qué te dicen Billy?

─Ya sé que por pecosa te dicen Pecas, pero ¿por qué te dicen Anita?

En realidad Mariano se llama William, por eso le dicen Billy. Y Anita se llama Ana, por eso le dicen Anita.

 

III
ANITA Y MARIANO

Como Anita y Mariano viven lejos, y son muy pequeños para viajar solos, y además el papá de Anita dice que ir a otros países es muy caro, y el papá de Mariano dice que los países del sur son una porquería, por todas estas razones, Anita y Mariano, que quieren conocerse a pesar de todo, decidieron, mientras se ven en persona, decirse cómo son.

─Yo soy morena ─dice Anita, pero le da un poco de vergüenza y agrega─: morena clara, tengo unos grandes hojos negros que según mi mamá son muy muy bonitos, y tengo pecas en la cara.

(Ya sabemos que la palabra «ojos» se escribe sin «h», esa letra que no suena, pero a Anita le gusta que sus ojos, y sólo sus propios ojos, se escriban con «h», porque se le hace muy muy bonito. Anita es ocurrente).

─Yo soy rubio ─dice Mariano─ i tengo el pelo chino i la boca pequeña.

(Ya sabemos también que Mariano está aprendiendo español, y no sabe que «y» se dice «y», por eso él escribe «i». Pero es un detalle que no tiene importancia porque Anita tampoco es buena en ortografía, y siempre hace con las letras lo que se le viene en gana, por eso cuando su maestra, que acaba de recibir una tarea con la palabra «abrir» escrita «havrir», la riñe cariñosamente: «Anita, ¿qué es esto?», Anita le contesta con sus hojos bonitos: «Es una palabra que abre todas las puertas, maestra, y que cuando viene a tu cuarto por las noches no te despierta porque tiene una «h» que no hace ruido».)

Anita y Mariano quieren verse en foto. Y se lo dicen.

─¿Por qué no me mandas una foto? ─dice Mariano.

Nunca ha regalado una foto, Anita, ni se la había pedido nadie. Así que se queda pensativa, y luego contesta la verdad.

─Porque no tengo. Todas mis fotos son con mis papás, y de cuando era más niña, o en mis cumpleaños con mis abuelitos.

─Pues tómate una ─le dice Mariano.

─Pues sí ─dice Anita.

Y desde ese momento decide ahorrar y no comprase «dulses» («dulces» se escribe «dulces») en la escuela hasta que complete para tomarse una foto.

─Tómate una tú también ─le dice Anita a Mariano─ y me la das.

─Bueno ─dice Mariano, que piensa pedirle a un compañero de la escuela que le tome una foto con la cámara que le regalaron sus tíos que esperan que él de grande sea fotógrafo.

Casi al mismo tiempo se dan cuenta, Anita y Mariano, que ya es muy noche, y que mañana hay clases, y se lo dicen.

─Ya es muy noche ─dice Anita.

─Ya es muy noche ─dice Mariano, que repite muchas frases de Anita para aprender más rápido español.

Y se van a dormir los dos.

 

IV
MARIANO Y ANITA

Mariano, para que lo conozca Anita en fotografía, se hace tomar una foto afuera de su casa, frente a la cochera, con la cámara que le regalaron sus tíos que quieren que de grande sea fotógrafo. En la foto, Mariano quiere que salga su perro, que se llama «Charly».

Anita, después de los ahorros de una semana de no comprar «dulses» en la escuela (se escribe «dulces», con «c», le dice su maestra que la quiere mucho), va a una cabina fotográfica instantánea («¿qué quiere decir `instantánea’, maestra?», pregunta Anita; «que salen las fotos de inmediato», le responde la maestra que la quiere mucho, «o sea que luego luego», concluye Anita, que habla como de su edad). Va Anita a una cabina y se toma una serie de cuatro fotos en blanco y negro, porque para las de color necesita ahorrar en dulses («dulces») dos semanas y ya no aguanta ni un día más sin comprar en la tiendita de la escuela.

─No le hace ─le dice su hermana que estudia preparatoria y con la que Anita duerme, porque la ve triste por no poder pagar las fotos a colores─. No le hace, Anita, al cabo que tú eres morena, ¿para qué quieres fotos a colores?

─¿Y me salen las pecas? ─pregunta Anita.

─¡Claro que te salen las pecas! ─le contesta su hermana─, mira esos puntitos en la nariz, y esas manchitas en los cachetes, ¿qué otra cosa quieres que sean, Anita?

─¿Y me salen los hojos? ─pregunta Anita.

─¡Claro que te salen los ojos! ¡Cómo ibas a salir en una foto sin ojos, Anita!

─Pero yo no digo los «ojos» sino digo los «hojos» ─aclara Anita.

─Quieres decir que si se te notan los ojotes que tienes ─le dice la hermana mayor de Anita─. Se te notan, Anita, ¿cómo podrías esconder en una foto esos enormes ojos que tienes en la cara.

Anita se ve al espejo, mira las fotos, y sabe que el mayor tesoro que tiene son sus hermosos ojos.

Mariano, entre tanto, fue a un «moll» a revelar las fotos que le tomó su amigo de la escuela, afuera de casa con su perro Charly, frente a la cochera.

─¿Qué es un «moll»? ─le preguntó Anita a Mariano.

─Ándale ─dijo Mariano─, eso no sé cómo se dice en español.

─Entonces de eso no hay en español ─dijo Anita.

«Un mall es en inglés ─le dijo la maestra de Anita a Anita─, en español se dice centro comercial».

─Ah, entonces sí hay en español ─le dijo Anita a Mariano─ y se dice centro comercial.

─Bueno ─dijo Mariano─, ya mándame la foto.

─Tú también ─le dijo Anita.

Y se mandaron la foto el uno al otro.

La foto de Mariano era en colores, y se le veía lo rubio. La foto de Anita era en blanco y negro y se le veía lo moreno.

Cuando Anita la vio, se dijo:

─¡Qué cachetotes tiene Mariano abajo del pelo chino!

Cuando Mariano la vio, se dijo:

─¡Qué bonitos hojotes tiene Anita abajo del pelo negro!

Porque de tanto hablar juntos, Mariano estaba aprendiendo a usar las palabras de Anita, y Anita utilizaba siempre las mismas palabras para que Mariano pudiera aprendérselas y las utilizara como suyas.

Como cosa curiosa, esa noche Anita y Mariano soñaron lo mismo.

O casi lo mismo.

Mariano soñó que estaba en una foto con Anita, en colores, frente a su casa.

Anita soñó que estaba en una foto con Mariano, en blanco y negro, en la cabina de fotografiarse.

Y alguno de los dos ─o los dos al mismo tiempo─ soñaron que estaban juntos en otra foto, y que del lado de ella, de Anita, la foto era en colores; y que del lado de él, de Mariano, la foto era en blanco y negro; pero los dos estaban en la misma foto.

De tanto hablar, Anita y Mariano ya andan compartiendo sueños.

 

V
ANITA Y MARIANO

Mariano se mete a su cuarto, sin hermanos pero lleno de juguetes. Acaba de recibir la foto, en blanco y negro, de Anita, y la mira.

No hace caso a sus juguetes: observa la foto de Anita.

─¡Qué bonita es! ─se dice─. Y se lo dice por los hojotes y por lo moreno y por las pecas.

Mariano escribe «hojotes» con «h», aunque «ojotes» se escriba sin «h», porque Anita así lo escribe y Mariano copia todo lo que escribe Anita en español.

Lo mismo hace Anita: escribe «moll» que es una palabra en inglés como la escribe Mariano, pero en realidad «moll» se escribe «mall».

Todo se copian Anita y Mariano porque se tienen mucha confianza ya.

Anita también acaba de recibir la foto, en colores, de Mariano, y también se fue a su mitad de cuarto ─porque ella comparte su cuarto con su hermana de preparatoria─ a tirarse a la cama y mirar la foto de Mariano.

─¡Es güero i tiene el pelo chino i los ojos azules! ─exclama Anita, usando la «i» en lugar de la «y» porque si Mariano la copia a ella en escribir «hojotes» con «h», ella copia a Mariano en escribir «y» con «i».

La hermana de Anita la está viendo desde su cama, y le pregunta:

─¿Quién es ése?

Anita contesta:

─Es Charly.

─¿Se llama Charly tu amigo que vive en Estados Unidos? ─pregunta la hermana de Ana, que se llama Susana.

─No, mi amigo se llama Mariano, y le dicen Billy. El que se llama Charly es el perro, ¿no ves que está con un perro frente a su casa? ─dice Anita.

─Qué bonita casa ─dice Susana─. A mí me gustaría tener una casa tan bonita como ésa, con jardín y cochera.

Por esta plática se enteró Anita de que su amigo Mariano vivía en Estados Unidos, porque ella, según él le había dicho, creía que vivía en U S A. ¡Cómo cambian las cosas del inglés al español!

─Y lo de la cochera ─se dijo Anita─, Susana está tan loca como todas las que estudian preparatoria; como dice mi mamá: ¿para qué queremos cochera si no tenemos coche?

Mariano también está pensando mientras mira la foto, rodeado de sus juguetes en su recámara. Y como la foto que le mandó Anita está tomada en un aparato de esos que parecen como un closet estrecho, Mariano piensa que qué chiquititas son las habitaciones en México, donde vive Anita, tan pequeñas que ni siquiera puede Anita tener un perro, porque no cabe.

Esa noche, Anita y Mariano se escribieron. Contentos de haberse conocido por foto.

─Ahora sí ya nos conocemos ─dijo Anita.

─Ahora sí ya nos conocemos ─repitió Mariano.

─En México se dice «mucho gusto» ─le dijo Anita a Mariano.

─»Mucho gusto» ─repitió Mariano.

─¿Cómo se dice en los Estados Unidos donde tú vives? ─le preguntó Anita.

─En U.S.A. se dice «nice to meet you» ─le contestó Mariano.

─Ah ─dijo Anita.

─A ver repite ─le dijo Mariano.

─»Nice to meet you» ─repitió Anita.

─Muy bien ─dijo Mariano.

Y antes de despedirse ─porque ya era noche otra vez─ de muy buen humor cambiaron los papeles, y Mariano, el norteamericano, le dijo a Anita la mexicana ese día que por fin se conocieron por fotografía: «Mucho gusto, Señorita».

Y Anita, la mexicana, le contestó a Mariano, el norteamericano: «Nice to meet you, Sir».

 

VI
MARIANO Y ANITA

Como ya eran conocidos, Mariano y Anita empezaron a hacerse confesiones, muy personales.

─¿Cuál es la clase que más te gusta? ─le preguntó Anita a Mariano, porque las mujeres son más preguntonas que los hombres.

─Geografía ─contestó Mariano, que siempre contesta bien lo que le preguntan, aunque su maestro no lo quiera.

─¿Y aparte de geografía qué otra clase te gusta? ─le preguntó Anita a Mariano, porque es bien sabido que las mujeres jamás hacen una sola pregunta.

─Computación ─contestó Mariano, que siempre dice la verdad, hasta cuando sus papás lo miran feo.

─¿Por qué? ─le preguntó Anita a Mariano, porque en cuanto las mujeres empiezan a preguntar ya no hay quien las pare de seguir pregunte y pregunte, y Anita es una mujer, aunque sea una mujer en chiquito.

─Porque ─contestó Mariano, y se puso rojo del otro lado de la pantalla de la computadora, por primera vez─, porque… porque así es como hablo contigo, i porque por la computación te conocí.

─¿A ver, cómo está eso? ─lo interrogó Anita, con el mismo tono con el que su maestra, que la quiere mucho, la interroga a ella─. ¿Cómo está eso, jovencito?

─Me gusta la computación ─respondió más seguro de sí mismo Mariano─ porque mientras más computación aprendo más me sirve para hablar contigo, honey.

─¡Ah! ─dice Anita, que se acaba de sonrojar porque, como buena mexicanita, ha aprendido a reaccionar a los piropos, aunque esté tan chiquita, y sabe, por sus clases de inglés, que honey quiere decir «miel», pero que los papás en Estados Unidos, donde vive Mariano, cuando no se ven feo, se dicen bonito honey en lugar de decirse «cariño».

Anita nunca ha oído a su papá decirle «cariño» a su mamá.

Su papá siempre le dice a su mamá: «Vieja».

Y su mamá le contesta a su papá: «Mande, viejo».

Y ya su papá le dice lo que quiere decirle.

─¿Y a ti cuál es la clase que te gusta más? ─le pregunta Mariano a Anita.

─Jovencito ─le dice Anita a Mariano, muy maestra─, aquí la que hace las preguntas soy yo.

─Tá bueno ─dice Mariano, que ha aprendido a decir «tá bueno» en lugar de «está bien» porque se la pasa hable y hable con Anita, y ya está aprendiendo español «del que no está en los libros», pero no se lo dice a nadie porque le da miedo que lo regañe por una nadita su profesor de español, que lo castigó sin salir al recreo una vez que le dijo el maestro: «¿Ya entendió que no se dice `nadita'», y Mariano le contestó: «Ey», y entonces el profesor le dijo: «Tampoco se dice `ey’, se dice `sí'», y Mariano, bien mohíno, le contestó a su maestro: «No, pos aquí lo pior es que niuna palabra sirve pa hablar».

¡Cómo se rió Anita aquella vez!

Cómo se divirtió con la travesura de haberle enseñado «palabras que no se dicen en clase» a Mariano.

─No te creas ─le dice, ya en serio en la conversación, Anita a Mariano─: a mí también ya me gusta más la computación que la geografía.

─¿Por qué? ─le preguntó Mariano en el chat.

─Porque viviendo tú tan lejos, la geografía nos aleja, y la computación nos acerca ─contestó Anita.

─¿Cómo? ─preguntó Mariano.

─La Tierra, que es de la geografía ─le explicó Anita a Mariano─ nos separa con sus kilómetros y sus millas y sus distancias, y no podemos oírnos ni conocernos; y la computación, con su Internet y sus paisajes, nos acerca y podemos hablar y conocernos, como si fuéramos vecinos.

─¡Ah! ─dijo Mariano, mientras aprendía, gracias a la finura de una pequeña mexicana, a sorprenderse en español.

Anita ya no contestó. Se acababa de quedar dormida frente al monitor de la computadora encendido. Y por más que oía «toc toc» en Messenger, no lograba encontrar en el fondo de su sueño la palabra «havrir» que la despertara porque, como su maestra sabe bien, la «h» es una letra silenciosa que no interrumpe el sueño de las niñas que duermen.

 

VII
ANITA Y MARIANO

Ahora que ya se conocen por foto, Anita y Mariano se sientan a la misma hora frente a su computadora, y se conectan a Internet para platicar.

Cada uno vive en su país, en la casa de sus padres, porque son menores y van a la escuela. Una escuela que a Mariano no le gusta «nadita» porque él, de grande, quiere ser viajero. Mientras que Anita, a la que sí le gusta la escuela, quiere ser cibernauta.

─Para ser cibernauta tienes que aprender ortografía ─le dice a Anita su maestra, que la quiere mucho.

─¿I eso para qué, maestra? ─le pregunta Anita.

─Para que una palabra mal escrita no te pierda en el ciberespacio. Mira: si tú quieres ir en tu navegación cibernáutica a lo más alto de una montaña, tienes que ordenarle a la computadora que te conduzca hasta la cima ─»cima» con «c»─; pero si al contrario quieres ir al fondo de un abismo interplanetario, o a las profundidades del mar, debes dar la orden de llevarte a la sima ─»sima» con «s».

─Uy ─piensa Anita─, qué difícil, está peor que la «h», porque aunque se la pongas a «hojos» o a «hojotes», de todos modos ojos son. Por algo Mariano dice que el inglés es más fácil: en esa lengua pones top cuando es hasta arriba y bottom cuando es hasta abajo y ya, y nunca te confundes con «eses» y «ces» que suenan igualito.

Para hablar con Anita, Mariano, que vive en Estados Unidos, se instala cómodamente en su cuarto, con una bolsa de papitas y una latota de refresco especial para cachetones como él. (A Anita sus papás no la dejan ni comer ni beber junto a la computadora). El papá de Mariano le regaló la computadora que está permanentemente conectada por cable a Internet, y le dijo en inglés: «navega por la web para que vayas aprendiendo lo que es la vida». Así que Mariano nomás le pica al dibujito de Messenger, y ya está conectado con Anita.

Las cosas son un poco más complicadas para Anita, que vive en México. Ella no es como Mariano, que tiene tres computadoras: una para su papá y su mamá en el estudio, otra para su hermano mayor en su cuarto, y otra para él. No, en casa de Anita nomás tienen una computadora, en un rinconcito de la sala, donde está la televisión: y hay que esperar que no la necesite su hermana la de la preparatoria porque otra vez, como cada domingo, acaba de terminar con «un novio»; y hay que esperar a que no la necesite su hermano, el grande, porque a esa hora se puede «chatear» con una modelo de revista famosa; y hay que esperar a que su papá no la acapare urgentemente porque tiene que hacer un trabajo «esta misma noche», y no se ponga a ver la animación en nakednews.com.

─¿Qué es en inglés «naked news»? ─le pregunta Anita a Mariano.

─»Noticias sin cortapisas» ─le contesta Mariano, rojo de vergüenza porque cree que la palabra «cortapisas», que sacó del diccionario inglés-español es una mala palabra.

En realidad, para Mariano no es tan fácil, porque los días en que hay «duelo de miradas» entre su papá y su mamá, viene a refugiarse a su cuarto su mamá, huyendo del rayo láser de las miradas de su papá, y le pide «un ratito» su computadora a Mariano (a quien ella llama «Billy»), para hablar con su psiquiatra.

Mariano se va con su perro Charly a la cama, porque sabe que aquello va a durar toda la noche. Y desde ahí ve cómo su mamá, igualito que siempre, empieza a platicar con su psiquiatra diciéndole:

─No quiero darles mal ejemplo a los niños… por eso me callo cuando nos disputamos… pero ya no aguanto más este infierno… mi superego está destruyéndose… mi equilibrio emocional está en inminente peligro…

Y Charly se queda dormido, y Mariano también, porque su mamá escribe, a propósito, con palabras que él no entiende: «disputamos», «superego», «inminente»…

─Ey, lo mismo pasa en mi casa ─le dice Anita a Mariano─ y igualito («se dice `e igualito'» corrige la maestra de Anita), e igualito me quedo sin computadora. Cuando mi papá y mi mamá empiezan a gritar, a competir a ver quién grita más fuerte y más feo, mi mamá también le dice a mi papá que ella ya no aguanta más, que necesita ir al psiquiatra. Entonces mi papá le contesta que eso del psiquiatra son lujos de viejas locas, que él ya quisiera acabalar para el enganche de un coche, y no va a gastarse el dinero en que le aprieten los tornillos a mi mamá que porque se deprime y que porque se siente sola y abandonada.

Y la mamá de Anita se apodera de la computadora, se conecta vía telefónica a Internet, y le pregunta a Anita que está ahí de pie, quietecita esperando turno para hablar con Mariano:

─A ver, Pecas, ¿dónde se conocen más amigos en Internet?

Y Anita, sin abrir la boca, le va apuntando con el dedo en la pantalla del monitor, guiándola como a una ciega, paso por paso con su dedito, hasta que la conduce a un lugar lleno de solitarios hablando unos con otros.

─¿Por qué se reiría el maestro de Mariano cuando le dijo que él quería ser viajero? ─se pregunta Anita mientras espera.

─El maestro dice que no sirvo para viajero por distraído, y que nunca llegaré a ser como el Capitán Nemo ─le cuenta Mariano a Anita─, i yo no sé quién es ese capitán, pero yo quiero ser viajero, viajero como los astronautas.

Anita le dice que ella va a ser cibernauta, y que por qué no hacen un día de estos un viaje virtual por el ciberespacio juntos, para que él se vaya entrenando para los viajes reales intergalácticos.

─¡Órale! ─dice Mariano, repitiendo una palabra que le oyó a Anita.

─¡Órale pues! ─le contesta Anita para no decir siempre la misma palabra sola.

Y se ponen de acuerdo para un día que en casa de Mariano no haya silenciosos duelos de miradas entre sus papás, y para un día en que no haya sonora competencia de gritos entre los papás de Anita…

 

VIII
MARIANO Y ANITA

Hacer un viaje a gusto por el ciberespacio toma tiempo de conexión.

El tiempo en Internet es carísimo, según el papá de Anita, que sueña con comprarse un coche.

El tiempo en Internet no vale nada, según el papá de Mariano, que tiene dos coches, una lancha, y un mobil home, porque cerca de donde vive Mariano hay una laguna.

Los únicos viajes que Anita ha hecho son a casa de sus abuelos, al pueblo de su mamá.

─La gente usa sombrero y oyen mariachi, ¿sabes lo que es «sombrero»? ─le dice Anita a Mariano.

─Sombrero sí sé lo que es ─dice Mariano─ porque a mi papá le gusta ver en la tele a Speedy Gonzalez, pero «mariachi» no, ¿qué es «mariachi»?

─¿Qué es «mobil home»? ─pregunta Anita.

─Es un cochezote, como una camioneta grande, y por dentro hay de todo como en una casa, pero en pequeño, y se mueve y en él te vas de vacaciones a acampar a la laguna ─le contesta Mariano a Anita.

─Un mariachi es una música que en el pueblo de mi mamá y de mis abuelos sirve para todo ─explica Anita.

─¿Una música que sirve para todo? ─pregunta asombrado Mariano.

─Sí ─le aclara Anita─, verás: la gente oye mariachi y se pone triste, la gente oye mariachi y se pone alegre, la gente oye mariachi y se enamora.

─¡Qué rara música! ─dice Mariano, con la boca llena de papitas en los cachetes.

─Y peor todavía te lo cuento ─le dice Anita a Mariano─: cuando un niño nace viene el mariachi y toca, y cuando un viejito se muere viene el mariachi y toca.

─¡Entonces el mariachi siempre está tocando! ─dice asombradísimo Mariano.

─Pues yo creo que sí ─dice Anita.

─¡Qué pueblo tan raro el de tus abuelos: siempre lleno de músicas! ─dice Mariano.

─Nunca hay silencio ─sigue Anita─, porque si el mariachi se calla, la gente se pone a platica y platica, a hable y hable, no les para la boca.

─Ah ─dice Mariano─ qué diferente es Méjico ─y dice «Méjico» con «j» y no «México» con «x» porque no quiere que Anita se burle de él por decir «Mécsico», y porque vio en un diccionario de España que así lo escriben allá.

─¿Y tú qué haces en las vacaciones? ─le pregunta Anita a Mariano.

─Primero, tengo que lavar con mi papá el mobil home, y luego tengo que ir con mi mamá al moll a traer todo lo que nos tenemos que comer durante las vacaciones, que es la época en que yo engordo, y luego nos vamos a la laguna, a acampar, con todo el mobil home para mí durante el viaje, mientras mis papás van en la cabina peleándose con palabras ahora sí porque yo no los oigo, y luego cuando ya llegamos al campamento y mi papá desmonta la lancha, y mi mamá pone la mesa, ya de ahí en adelante tengo que compartir el mobil home con ellos también.

─¿Y a tu hermano dónde le toca ir? ─pregunta Anita.

─Mi hermano se va de vacaciones por su cuenta. Con sus amigos ─contesta Mariano─. Mi papá dice que «a las aventuras», y mi mamá dice que al sur, adonde hace menos frío. ¿Qué tanto frío hace allá donde tú vas de vacaciones?

─Ninguno ─contesta Anita─, ¿y allá?

─Todo ─contesta Mariano.

─Ha de ser por eso que acá no llega el frío ─dice Anita, contenta─: ustedes se lo quedan todo.

─Algún día tienes que venir a los Estados Unidos, Anita, para que veas cómo es ─le dice Mariano.

─Uy ─dice Anita─, acuérdate que nosotros somos cinco: mi hermana que duerme conmigo, mi hermano que duerme solo, y mi papá y mi mamá que duermen juntos, y acuérdate que nosotros sólo viajamos al pueblo de mis abuelos. ¿Por qué no vienes tú a México, para que conozcas?

─Nosotros sólo viajamos a la laguna ─dice Mariano.

─Entonces no se va a poder ─dice Anita.

─Entonces no se va a poder ─repite Mariano.

Y se quedan un ratito callados viendo la pantalla de la computadora, como esperando a ver a quién se le ocurre algo.

Y a Anita se le ocurre.

─¡Oye! ─le dice─, si tu hermano el grande puede viajar sin tus papás, entonces tú, cuando seas grande vas a poder viajar sin tus papás.

─Sí ─dice Mariano─, yo creo que sí.

─Pues entonces ya está: apúrate a crecer ─le dice Anita.

─Bueno ─dice Mariano, y se pone a comerse una bolsota de papitas y una botellota de refresco porque, según sabe, comer mucho hace crecer rápido.

Y Anita se acuesta a esperar a que Mariano crezca para conocerlo en persona.

 

IX
ANITA Y MARIANO

Mariano no puede dormir durante toda la noche. Y no es que sueñe con el viernes 13 o con «are you afraid to the dark».

─»Le temes a la oscuridad» ─le dijo Anita un día.

No. Mariano no pudo dormir esa noche porque se despertaba sobresaltado por una razón más importante que el miedo: se le había olvidado preguntarle a Anita dónde se iban a conocer cuando él creciera. Y se le había olvidado decirle una cosa. Dos cosas, se acordó, a la tercera vez que se despertó mientras se soñaba viajando pon la Galaxia Ur, como comandante de una expedición de reconocimiento.

Y porque no pudo dormir bien, en la escuela el maestro, que no lo quiere, lo regañó muchísimo porque le contestó en español, que es una lengua de bárbaros. Mariano estaba cabeceando en clase.

Did you made your homework, William? ─le preguntó el maestro, desde su escritorio, a voces.

─¡Sí, señor! ─contestó Mariano.

Todos los alumnos se rieron. Y como el maestro no entendió que «sí, señor» en español quiere decir «yes, sir» en inglés, le prohibió que volviera a responder en esa lengua de incivilizados y bárbaros, y lo castigó con no salir al recreo.

─Ey ─le dijeron sus compañeros de clase a Billy─, ¿por qué mejor no aprendes, como nosotros, alemán, o francés?

─¿Para qué? ─contestó Mariano, a quien sus amigos le dicen Billy por llamarse William─. Si ni en francés ni en alemán tengo una amiga. En cambio en español sí tengo una amiga. Se llama Anita.

─Tienes razón ─dijeron sus amigos, y se quedaron perplejos, porque ellos, a pesar de que estudian algunos alemán y otros francés, ninguno tiene una amiga alemana ni una amiga francesa.

─¿Ya ven? ─dice Mariano─, mejor estudien español.

Y a los compañeros de Mariano les dio envidia que Billy tuviera una amiga española.

─¡Que no es española! ─les dijo Mariano.

─¿Pues no que es una amiga en español? ─le preguntaron a Billy que es el mismo que William y el mismo que Mariano.

─Es una amiga de México, y en México se habla español ─les explicó Billy.

─¿Y dónde es México, Billy? ─le preguntaron sus amigos a Mariano.

─Pues al sur de los Estados Unidos, sin pasar por el mar ─contestó Mariano.

─Ah ─dijeron los amigos de William─, es que a Billy sí le gusta la geografía, y a nosotros lo que nos gusta es el béisbol.

Ha de ser por eso.

Y Mariano, viendo que los impresionaba porque antes de estar en High School él ya tenía una amiga, y sintiéndose comprendido, empezó a contarles quién era su amiga y cómo era su amiga, y si tenían tiempo hasta les contaría de los sombreros de Speedy Gonzalez que hay en el país de ella, y de los mariachis que son unos músicos que no se cansan nunca de tocar.

─Primero que nada ─les dijo Mariano porque «primero que nada» es una frase que, en inglés, dicha «at first», impresiona mucho─, primero que nada, Anita no es bárbara, es gentil.

─¡Oh! ─dijeron todos─, ¿qué quiere decir «gentil»?

─Gentil quiere decir «suave, dulce, amable» ─les aclaró Mariano a sus amigos que le dicen Billy─, ¿ustedes no tienen un diccionario?

─No ─le contestaron.

─Pues por eso es por lo que no tienen una amiga en ninguna lengua, ni en alemán ni en francés ─les aleccionó Mariano─: para tener una amiga hay que platicar con ella, y para platicar con ella hay que tener palabras, y ¿dónde están las palabras, a ver?

─En el diccionario ─le respondieron sus amigos.

─Pues entonces hay que tener un diccionario para tener una amiga. ¡Qué tontos son, ahora me explico por qué ninguno de ustedes tiene una amiga! ─Les dijo Mariano, regañándolos cariñosamente.

─Es cierto… ─dijeron los que pudieron abrir la boca; «havrir la boca», pensó Mariano, riéndose, porque se acordaba de la ortografía de Anita.

─¿Y ahora qué van a hacer? ─les preguntó Mariano, para ayudarles a encontrar la respuesta.

─Vamos a comprar un diccionario, Billy, te prometemos que vamos a comprar un diccionario ─le dijeron sus compañeros que estudian francés, y sus compañeros que estudian alemán.

─Pero no nomás compren el diccionario: tengan una amiga a la que le puedan mandar las palabras que le saquen al diccionario ─les dijo Mariano para no dejar la lección inconclusa.

─Sí, Billy, vamos a tener una amiga, te lo prometemos ─le dijeron sus amigos a Mariano─. ¿Y qué quiere decir «inconclusa», Billy?

─Busquen en el diccionario que van a comprar ─les contestó Billy, ya en calidad de profesor.

Y Mariano dejó de ser, desde ese día, el torpe de la clase al que el maestro no quiere nada, y el tonto que toma clases de español. Ya todos lo miraban con respeto y amistad, pero ninguno de los niños le dijo nunca al maestro por qué él se había convertido en el niño más querido de la clase: Mariano sabía el secreto para tener una amiga.

Cuando Mariano le contó todo esto a Anita, ella se sintió feliz porque supo que, además de la amistad, estaban compartiendo una historia de la que ella se sabía la otra parte: la historia de por qué Mariano aprendía español y la historia de cómo se conocieron. Mariano le pidió que le contara esa parte.

Anita le dijo que sí, pero que tendría que ser mañana, porque hoy su hermano estaba «haciendo cola» desde hacía un buen rato, para usar la computadora, porque sólo durante poco tiempo, ahorita mismo, se puede «chatear» con una supermodelo que está «en línea», y él ¡tiene tantas preguntas qué hacerle!

─Así que bay ─le dice Anita a Mariano.

─Adiós ─le dice Mariano a Anita.

 

X
MARIANO Y ANITA

Ahora sí, Anita le va a contar la parte de la historia que ella se sabe, de cómo y por qué Mariano empezó a aprender español, y de cómo fue que ellos se conocieron.

Hoy la computadora es enterita para ella sola: su hermana de preparatoria, con la que comparte cuarto, esta semana sí tiene novio; su hermano mayor se fue a un «antro» con sus amigos; y sus papás, porque es sábado, quisieron ir a ver un «show» para desaburrirse de tanto pelearse, y por eso inventaron el pretexto de que: «Ana, ya estás grandecita, ya eres una niña responsable. Te vamos a dejar sola para que sientas que confiamos en ti. No le abras la puerta a nadie y duérmete temprano».

Y Anita supo que disfrutaría también de su noche de sábado, como todos en su familia, hablando con Mariano hasta caerse de sueño.

─»Show» sí sé lo que es ─le dijo Mariano a Anita─, porque en inglés se dice igual, pero «antro» no sé lo que es. Anita: ¿qué es un «antro»?

─Un lugar al que sólo van los grandes ─le contestó Anita.

─Ah ─dijo Mariano.

─¿Qué es «show»? ─le preguntó Anita, que nomás oía la palabra sin entender.

─Lo mismo ─le dijo Mariano─: un lugar al que sólo van los grandes.

─Me estás copiando mis respuestas ─le dijo Anita.

─Te juro que no ─le dijo Mariano─: lo que pasa es que «antro» y «show» deben de ser la misma cosa, sólo que una es en español y otra es en inglés.

─A lo mejor tienes razón, y mi hermano y mis papás, sin saberlo (porque mis papás no hablan inglés), fueron al mismo sitio, y allá se van a encontrar, sorprendidos de haber ido al mismo lugar usando diferente palabra ─reflexiona Anita.

─Pues allá ellos ─dice Mariano─. Pero, ahora que tenemos tiempo: cuéntame la parte de la historia que me debes.

─Te la cuento ─dice Anita, y empieza a contársela─. Tú quisiste aprender español por algo que me contaste y que se te olvidó que me contaste: que un día que estabas triste tu mamá te cantó, para que te durmieras, una canción que a ella le cantaba, de niña, su abuelita. Una canción que decía: «Duérmasse mi ninno, duérmasse ya, porque viene el diablo, y se lo comerá». Y como fue la única vez que tu mamá se puso tierna y cariñosa contigo, quisiste aprender español para saber lo que la canción decía.

─Sí es cierto ─dice Mariano, rojo de los cachetes, pero contento.

─Y luego, cuando ya sabías poquito español, y que todavía confundías la «i» con la «y», porque nadie hablaba contigo en tu casa te metiste a buscar amigos a Internet y querías una amiga que hablara español, y yo fui la que mejor de simpática te encontraste ese día en Messenger y comenzamos a «chatear» y, para hablar conmigo, te pusiste a estudiar muchísimo español.

─Sí es cierto ─dice Mariano.

─Y aquí estamos ─le dice Anita a Mariano─, Sir, ¿algo más?

─Sí ─le dice Mariano a Anita─: por favor, cuídate hasta que yo crezca y pueda viajar solo e ir a visitarte.

─¡Bravo! ─le dice Anita─ ¡Ya dices como yo «e ir a visitarte», y no como los ignorantes «y ir a visitarte».

─Ni digo tampoco ─contesta Mariano─: «i ir a visitarte», que es peor.

─Peor es, sí ─dice Anita─. ¿Qué me querías pedir?

─Que hasta que yo crezca y tú crezcas te cuides mucho ─dice Mariano con emoción.

─¿Me cuide de qué? ─le pregunta Anita.

─De que no se te borren las pecas ─le dice Mariano─, ¿me lo prometes?

─Te lo prometo ─le dice Anita, y se mira al espejo los ojotes negros y las pecas tan bonitas.

Esa noche Mariano durmió sin pesadillas.

Y Anita soñó, por primera vez en su vida, con angelitos: son cachetones.

 

XI
ANITA Y MARIANO

Un día, cuando Mariano entró a la computadora, Anita ya le estaba contando lo que había comido ese día: un taco de guacamole, una tostada de cueritos, una torta ahogada, un plato de pozole, buñuelos y una jericalla.

Mariano peló los hojotes con «h» como los pela Anita: Nunca había visto en sus pláticas con Anita tantas palabras juntas que no entendiera. Ni siquiera tenía una remota idea. Ni era capaz de intentar adivinar lo que remotamente significaran. «¡Qué raro comen en México!», se dijo, y le pasó la retahíla de preguntas en serie a Anita:

─¿Qué quiere decir «guacamole»?

─¿Qué quiere decir «tostada»?

─¿Qué quiere decir «cueritos»?

─¿Qué quiere decir «torta ahogada»?

─¿Qué quiere decir «pozole»?

─¿Qué quiere decir «buñuelos»?

─¿Qué quiere decir «jericalla»?

─Tranquilo ─le dijo Anita─. Una por una.

─Una por una, Mariano, que es muy fácil ─le dijo Anita.

─¡Fácil, y yo no entiendo nada! ─le dijo Mariano a Anita.

─Mira ─le dijo Anita, que estaba de buen humor─: el «guacamole» viene del aguacate, la «tostada» viene de la tortilla, los «cueritos» vienen del puerco, la «torta ahogada» viene del pan y del agua, el «pozole» viene del maíz, los «buñuelos» vienen con mermelada de azúcar, y la «jericalla» es de la leche. ¿Te quedó claro?

Nel ─dijo Mariano, porque le encantaban los modismos que le estaba enseñando Anita.

─Se dice «no manches» ─le dice Anita para descontrolarlo.

─¡No manches! ─repite Mariano, que cada vez está más dócil con Anita.

─¿Ya entendiste para qué tienes que venir a México? ─le pregunta Anita.

─No, ni entendí. ¿Para qué? ─dice Mariano, sabiendo que va a caer en una bromista trampa de Anita.

─Para ─dice Anita, muy maestra─, para que se te quite lo «ignorante alimenticio».

Mariano supone que se tiene que reír, pero prefiere hacerlo a solas, y se queda callado en la computadora. Mientras, se le ocurre una idea: ¿por qué come tanto Anita? Y le pregunta.

─¿Y por qué comes tanto?

─Porque quiero crecer para viajar.

─¿Para qué? ─le pregunta Mariano.

─Para conocerte ─le contesta Anita.

─¡Pero si quedamos que el que va a ir a conocerte soy yo, Anita! ─le dice Mariano.

─Está bien ─le dice Anita─, entonces ponte a comer mucho pero no te pongas gordo, ponte grande aunque te encargo que de los cachetotes no enflaques.

Ta bueno pues ─le dice Mariano, que decididamente se interesa en los modismos de México.

─¿Te cuento algo? ─dice Anita.

─Cuéntamelo ─dice Mariano.

─Hubo truenos y tormenta de gritos en mi casa ─dice Anita─, se gritaron mis papás otra vez, muy feo. Dice mi hermana que se van a separar, que ella oyó. Ahora mi mamá no le habla a mi papá, sólo llora. Y mi papá está de muy mal genio.

No te doy el pésame ─dice Mariano─: acá tuvimos rayos y centellas, duelo de miradas que sacaban chispas entre mis papás. Y mi mamá, con una voz muy ronca que no le conocía, le dijo a mi papá: quiero el divorcio.

─Mariano ─le dice cariñosamente Anita─, si yo me casara, nunca me divorciaría. ¿Y tú?

─Si yo me casara contigo nunca me divorciaría ─le dice cariñosamente Mariano.

A Anita se le ponen los hojotes preciosos: le brillan. A Mariano se le enroscan más los chinos del pelo. Y como ya nadie se fija si Ana lleva comida a la computadora, los dos tienen la misma reacción: se ponen a comer al mismo tiempo para crecer más rápido.

 

XII
MARIANO Y ANITA

El tiempo pasó, y Anita y Mariano crecieron, inevitablemente.

Anita vive con su mamá, que le compró una computadora nueva, tiene un coche que paga a plazos, y trabaja en un empleo bien bonito: organiza fiestas.

Mariano ya vive solo, toca bajo los fines de semana en una banda de jazz, y quiere ser ingeniero en aeronáutica.

A Anita ya le dicen Ana, y estudia, ¡claro!, informática, «Licenciatura en Informática».

Mariano ya no es Billy sino William. Y ya se imagina que algún día le dirán «el Ingeniero Blake».

Porque en la universidad el nombre completo de Ana es Ana Sofía González Blanco.

Y el nombre completo de Mariano es William D. Blake.

Anita, Ana, está en el aeropuerto de Guadalajara. Se depiló las cejas y se rizó las pestañas. Se puso color membrillo en los párpados. A las pecas les dio un ligero retoque color ámbar. Está de pie como si bailara.

Acaban de anunciar que llegó un avión de Chicago. En la pantalla se lee «llegadas», arrived. Ana consulta en un papelito el número de vuelo que se sabe de memoria. ¡Es ése! ¡Arrived!

«Ya llegó», dice Ana.

Se para de puntitas para ver más lejos sobre las cabezas de los demás que, como ella, esperan a alguien.

Ana no sabe que William estuvo pensando si existe el amor a primera vista, y cómo será. Ni que trae el corazón lleno de ella, y su guitarra para darle, como se usa en México, una serenata.

Pero sí sabe, Ana, cómo se dice «amor a primera vista» en inglés: first sight love. Es la sorpresa que Ana le tiene a William: ya habla inglés.

Al fondo, desde el lado de Ana, se ve un muchacho rubio, chino y de lentes. Desde el lado de William, se ve una muchacha morena con enormes hojotes, pecosa, que levanta el brazo bien alto cuando William levanta la mano bien alto.

Es el saludo más hermoso que he visto en mi vida. Y he vivido mucho: soy abuelo.

Estoy a punto de perder mi avión. Tengo que irme. Pero alcanzo a ver, a lo lejos, cómo Ana se acerca a William, con los brazos abiertos, y cómo William se acerca a Ana: los dos hermosamente apostándole a la vida al mismo tiempo.

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Liliana Costamagna
Liliana Costamagna
8 years ago

Me lo acabo de leer, cono diría Anita. Justamente sobre el tema del primer amor escribí un relato ayer. Te desafió a demostrarte q aquí toditos sabemos de amor. 3 historias y una tesis. Las experiencias de mis 2 hijas y de mi hijastra q vino a visitarme c/su novio nuevo. La tesis incluye un piropo, de esos q nos gustan tanto a las mujeres. Un abrazo desde Bariloche. Muy tierna tu historia de cibernautas.

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