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Willy Wong
Photo Credits: Robert Moran ©

Ángeles en Gamarra

La conocí en la primavera del 2017 en el cumpleaños de una misteriosa persona. Ostentaba un estado corporal impecable y yo una curiosidad intelectual al máximo. Estaba parada en el umbral de un pórtico plateado, dándole la espalda a un espejo biselado de piso a techo, que probablemente se había limpiado para esa ocasión. Su esbelta imagen se reflejada de forma tan pulcra que parecían dos gemelas actuando al compás de la exactitud. Su mirada flemática y la soledad que la adornaban en dicha fiesta, flanqueada por un reguetón incesante, me invitó a capturar su atención para iniciar el típico diálogo fiestero. Se llamaba Joanna, y en pocos segundos, como cuando se encendía una vela en medio de los apagones de los años ochenta en el Perú, prendió la confianza y descubrí que los ángeles estaban más cerca de la tierra que de cualquier otra dimensión. Y que en Gamarra, uno de los parques industriales textiles más importantes de Sudamérica situado en Lima, la ciudad de los reyes, habitaron algunos que produjeron leyendas que bordaron la vida de muchos, y de otros.

Joanna, así como su inseparable familia, nació en esta urbe repleta de galerías, ambulantes y expertos en la confección de prendas de vestir. Indumentarias bastante cotizadas por sus precios y la renombrada calidad de corte internacional. Acudió, como la totalidad de sus amigas, a un colegio nacional de la zona que fue testigo de la primera bofetada del destino. En el paso de la primaria a la secundaria, recibió la inolvidable y dolorosa noticia del deceso de su preciosa madre. Un accidente desgarrador arrancó de la vida a su guía, a su referente, a su confidente. Pasaron siete años y cuando la pena simulaba alejarse, el destino la vapuleó nuevamente y sin clemencia. Esta vez no con un manotazo sino con un puñal. El bastión, aquel que dormía pocas horas para que el hambre no oprimiera los estómagos de los críos, su padre, fallece. Estos dos acontecimientos consumaron un instantáneo y permanente impacto emocional, espiritual y mercantil. La muerte se llevaba también a los aportadores de la economía de un hogar compuesto por seis niños.

Siendo Joanna la primogénita, en etapa infantil asumió la realidad y empezó a vociferar camisetas por las pujantes calles del emporio comercial que la veía crecer. Tardes de persuasión que le valieron para que el cielo, tal cual el espejo de esa fiesta que la reflejaba con pulcritud, proyectara su generosidad en la ajetreada Gamarra. Al cumplir la mayoría de edad, cambió las ventas sobre las plomas y desniveladas veredas por un taller de confecciones. Uno en el que fue aceptaba sin dudas y en el que la propietaria marcaría un hito en su historia. Esta mujer, maestra en emprendimiento y desprendimiento, le preguntaba constantemente cuál era su sueño y qué estaba haciendo para lograrlo. La respuesta era siempre: “trabajar en un banco, pero solo me alcanza para ayudar a mis hermanos”. Una mañana, antes del canto de los gallos y de los cobradores de buses, “la doña”, como le decían, la miró y le dijo: “los sueños existen para hacerlos realidad; desde hoy ganarás un poco más y podrás retirarte una hora antes para que estudies”. A los tres años del noble acto, Joanna vestía el uniforme de un banco extranjero y una sonrisa angelical que la escolta hasta el día de hoy.


Photo Credits: Robert Moran ©

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