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Anecdotario 3. Reflexiones de Otoño

NUEVA YORK: Una de las formas de aprender a vivir Nueva York es aprender a vivir las estaciones. Para quienes venimos de países donde se vive de corrido y cualquier día puede ser de sol, lluvia y sereno casi al unísono se vuelve un proceso lento de adaptación. Incluso para quienes están acostumbrados, todo es distinto en Nueva York porque el calor es más sofocante y el frío más angustiante. Los floreceres más felices y los atardeceres lo suficientemente impactantes por contraste ante lo artificial.

Iniciar y cerrar etapas de acuerdo a la luz del sol resulta tan poético como realista. Las expresiones faciales se transforman como las hojas de un árbol que pierden su luz, los corazones hibernan en refugios temporales de un concepto prefabricado de felicidad, los eternos amantes celebran el nacimiento de la primera flor y los espíritus libres se encuentran en la locura de los días de sol. El año comienza en septiembre y las oportunidades llegan como regalos envueltas en solsticios.

Cada persona que habita la ciudad tiene una estación favorita pero ninguna nos es indiferente. Los colores del cielo y de la tierra cambian para mimetizarse con el ánimo y las temperaturas se contradicen artificialmente. Cambiar el guardarropa se vuelve necesario y con  él empacamos recuerdos y desempolvamos nostalgias, siempre hay algo por revivir y algo por olvidar. Las 6 de la tarde no son lo mismo en Invierno que en Verano y las tres no son iguales en Primavera y Otoño. Vivaldi se reivindica cada vez y la poesía también.

Las estaciones en Nueva York nos definen y nos defienden del óxido, de la costumbre, del ocio y la tristeza. Siempre listos a los cambios que se anuncian con los sueños arrastrados por el tiempo que aquí pasa equidistantemente más lento y más rápido. A los sueños recurrentes, a los estacionarios, a los hormonales y a los que siempre nos hacen pensar en volver y los que siempre nos hacen pensar en quedarnos les damos cuerda de acuerdo a la estación. Para quienes no estamos acostumbrados son 4 oportunidades para aprender a resistir la distancia, para quienes nos vamos acostumbrando son 4 vidas y 4 muertes, para quienes estamos acostumbrados son 4 suspiros para volver a empezar.

La incontenible tristeza del invierno que nos recuerda que todo se muere para que todo viva. Que el blanco y el negro no son colores. Que la noche es nuestra aliada y nuestra enemiga, que si no nos hacemos fuertes éste no es nuestro lugar. Que la nieve y el frío son una figura poética para las ventanas de los niños y los enamorados y una tortura para los obreros. El invierno nos recuerda que lo podemos resistir porque existe la certeza de la primavera y nada más.

Con la desesperación y la angustia, la intolerancia y el punto más cercano a la huida nace la primera flor y todas las sonrisas hacen magia al unísono. Hace falta un sólo botón para volver a creer en la esperanza y ya no importa el frío ni la espera, los corazones se aligeran y las calles se visten de ternura. Las alfombras del tiempo provocan ganas de bailar mientras las pieles se comienzan a rozar. La Primavera es el anuncio de los fines, el fin del invierno, el fin de la desesperación, el fin de la muerte, el fin del año y el principio de la vida.

La vida que se alborota con la llegada del Verano, la hermosa obscenidad de la libertad y la locura.  Si durara para siempre esta ciudad sería un infierno de felices cuerpos ardientes, incontenibles e insaciables, pero como tiene un reloj de arena nos permite contener la alegría para dosificarla por gotero. Es la exposición de los cuerpos, el sol, la calma y todas las espumas creadas y por inventar, es el tiempo sin tiempo y un calendario a punto de volver a comenzar. Comienzo que llega con el viento como vocero y los atardeceres como anfitriones.

El Otoño nos regala la poesía del ocaso, la vejez se expone con elegancia y la luz es nuestro alimento. Para algunos, es el principio del miedo porque todo anuncia la llegada de otro invierno y hay tiempo para acostumbrarse a dejar de preguntarnos qué es lo que hacemos aquí.  Sacar las maletas que han sido cómplices de los exilios y olvidar si vamos de salida o venimos de llegada. Cuando creemos que todo está perdido o todo está ganado, es en el Otoño que se vuelve a comenzar, es la prueba de crecimiento espiritual y fortalecimiento emocional.  Es el comienzo de la temporada en las escuelas, los teatros y el amor.

Por ejemplo hoy llueve y no lloro, salgo, me mojo y hasta sonrío, ayer me conquistó de nuevo el atardecer de sus ojos y mañana voy a hacer música con las hojas secas que son la despedida  de la vida antes que todo vuelva a renacer. Para aprender a vivir Nueva York es necesario aprender a enamorar y enamorarse de las estaciones y para los enamorados de la vida, no es imposible.

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