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Anecdotario 2. Historias recurrentes

Diez de la mañana, recibo la llamada de una amiga que busca un consejo y encuentra un reflejo. La escucho y me escucho a mí hace tres años, como escuché a mi madre hace 23 y escucho a las mujeres que me cuentan sus historias comunes. Una oportunidad para estudiar en el extranjero por un período de tiempo menor a un año y la duda si aceptarla o no, en nombre del amor.  En este momento de mi vida puedo decir que me sorprendió que sus razones para irse conflictúen con sus motivos para quedarse, pero honestamente yo también estuve allí.  Una posibilidad de crecimiento personal y profesional que pelea hasta las lágrimas con su ruta de vuelo emocional.   Una historia que sacude a las mujeres con réplicas y derrumbes, un terremoto de incertidumbres, rabias, dudas y tristezas que parece no acabar.

Su compañero de vida, el hombre que la eligió por la mujer que es y a quien ella eligió para andar juntos, se ofendió ante la sola posibilidad de que ella se vaya un tiempo, aún cuando ella lo dejó todo para acompañarlo a él en su crecimiento profesional.  Sin tomar en cuenta su decisión de migrar parar permanecer a su lado, el desgaste emocional, ni la nostalgia ni la soledad ni la adaptación para dejar su carrera, familia y vida, ni verlo partir a sus viajes de trabajo con mas frecuencia que sentirlo llegar, la primera frase que salió de su boca fue «sos una egoísta» y la última fue «tus estudios o tu matrimonio».  No me refiero a una mujer sumisa ni a un hombre machista, estoy hablando de una pareja de mi generación, con oportunidades de buena educación, sensibles y abiertos a una nueva feminididad y masculinidad.  Aún así a ella se le vino el mundo encima y a él se le subió a la cabeza.

Ella no es la única, ni esta es la única tristeza contenida que nos une.   A ella, a mí, a mi madre y su madre, a mis amigas feministas y a muchas mujeres nos han sucedido historias similares que parecen nunca acabar. Entre nosotras existen tantas decepciones que se repiten generación tras generación que parece que están contenidas en nuestros genes, nada más falso y nada más necesario de eliminar de nuestro sistema porque no es allí a donde pertenecen.  Es un veneno cuyo antídoto por ahora solo se encuentra en la experiencia, toca intoxicarse de incomprensión para poder eliminarlo aunque quede la herida.  A ella se le quebraba la voz mientras me contaba las cosas que él le dijo. Para mí fueron ecos del pasado que me robaban la voz.

No hay discurso feminista que coincida con la práctica, el hecho es que todas o la mayoría de mujeres nos hemos enfrentado alguna vez a una catástrofe emocional que nos pone en alerta y nos obliga a decidir.  Por elección buscamos el equilibrio, por juego psicológico encontramos la fuerza, fuerza para renunciar a nosotras o fuerza para renunciar a nuestra idea del amor.  Ahora también sé que no es únicamente responsabilidad de ellos, somos nosotras las que en nombre del amor, de los hijos, de la sociedad o de una idea bonita nos anulamos. Lo hacemos casi instintivamente hasta no poder más con el cautiverio que creamos.  Con la poca voz que salía de mi garganta le dije a mi amiga que solo ella encontraría la respuesta y todas tenemos tiempos distintos.  Y es cierto, a mí me lo dijeron muchas veces pero no estaba lista. Decidí rescatar mi relación mas de una vez hasta que me di cuenta que el amor no se rescata porque nunca debe estar en peligro, o se ama o no se ama, o se camina lado a lado o las sombras jamás se vuelven a encontrar.  Una vez se cruza la línea del respeto no hay vuelta atrás, y cortar las alas o las piernas o las ideas es la ofensa más grande que puede existir en una relación.

Las mujeres estamos acostumbradas a migrar, a levantarnos del hueco más profundo y a adaptarnos al cambio de una forma impresionante, yo lo he vivido, visto y escuchado de historias que parecen sacadas de cuentos de terror y sin embargo son más reales que los retos a los que nos enfrentamos en lo cotidiano.  El chantaje emocional es un golpe difícil de esquivar, llega sin aviso y si no estamos alertas nos reduce a algo que no somos y comienza a disgustarnos hasta convertirnos en fantasmas sin voz ni fortaleza.  Las heridas que deja la manipulación no se curan con hielo sino con puntadas de tiempo.

A mi amiga le tuve que advertir que cualquiera que fuera la decisión que tomara, su vida ya estaba destinada a cambiar porque así como la tierra no vuelve a su lugar cuando tiembla, las emociones tampoco.  La sentí lo suficientemente ofendida y decepcionada como para no volver a esperar nada de él, y que cosa tan triste, no esperar nada de quien creímos lo era todo. «Pero si no te falta nada»  es una frase recurrente y que mi amiga me dijo que él lanzó como argumento desesperado.  Por dentro pensé, «pues me falto yo», como respuesta, pero es difícil de encontrar y tiene que surgir de ella, yo no puedo hablar sino desde mi experiencia. Durante todo el día me pregunté cuándo es que la idea del amor va a coincidir con nuestra idea de complicidad.  Es solo desde el respeto y apoyo mutuo que la convivencia en pareja ha de valer la pena.

El el día que nazca Valentina o Andrés, los hijos que espero algún día amar y mostrarles un camino en el que puedan caminar con iguales posibilidades, quiero contarles esto y que abran los ojos tanto como yo los abrí cuando mi mamá me contó que un tío le dijo que estudiar Medicina no era para mujeres.  Que se ofendan tanto como el día que yo no podía creer la primera vez que vi a una mujer con un ojo morado por violencia intrafamiliar, que les de náusea saber que en mi época descuartizaban a las mujeres, que aún en el 2014 seguimos ganando batallas cuya única diferencia es el formato del registro de la historia de blanco y negro a digital.  Que nunca sepan lo que es ofender o ser ofendidos por el sexo opuesto, de ninguna manera, que sepan que eso pasó en una época que no volverá mas.

Mientras tanto, hoy trato de recuperar mi voz tanto como mi equilibrio. Mientras tanto espero que mi amiga pueda encontrar la respuesta que la haga feliz, cual sea la decisión que tome y mientras tanto espero que cada día hombres y mujeres hagamos lo que corresponde para vivir como se debe, en igualdad, respeto y sencilla felicidad.  Mientras tanto yo decido cuáles son las manos que me tocan y porqué, a quien beso y acaricio mientras sé que hay cosas en mi vida que no deben volver a suceder.  Sé también que si las mujeres decidimos defender nuestras profesiones, familia, pasiones e independencia, corremos un gran riesgo; el de la soledad.

A mi amiga, a pesar del dolor, creo que fue lo mejor que le pudo haber pasado para darse cuenta de lo que había estando evadiendo.  Ante todo, lo que espero es que sea feliz, cualquiera que sea su decisión, y que la tome sin las presiones de «tener que ser un esposa que permanezca al lado de su esposo» ni «tener que ser una profesional exitosa».  Ella no tiene que ser nada más que lo que su luz y excepcional inteligencia y capacidad le dé la gana, elegir sin presiones será su verdadera libertad.

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