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paola maita
Photo by: Anastasia Yankovskaya ©

Anatomía de los finales

Hace un par de noches, mientras leía Desierto Sonoro (Lost Children Archive), me encontré esta pregunta de uno de los personajes:

¿Cuándo comenzó nuestro final?

Quien se hacía la pregunta es una mujer que viaja con su esposo y los hijos de ambos (la niña de ella y el niño de él) para trabajar cada uno en sus propios proyectos. Él en va en pos de los apaches y ella de niños indocumentados que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos. Ella, que está narrando su crisis matrimonial, se pregunta exactamente qué es lo que marca el final de algo. ¿Una conversación? ¿Una discusión? ¿Un golpe?

Su pregunta resonó en mi interior por todas partes. Creía haber vivido el final de muchas cosas: dos carreras universitarias, vivir en 3 ciudades, relaciones fallidas, amores pasajeros… Y sin importar a cuál de ellas examine, me cuesta el marcar el final con un “aquí”.

Se supone que los escritores y todos los que nos gusta escribir (porque aún considero un atrevimiento muy grande autodenominarme escritora), sabemos cómo narrar y describir lo que navega en el río de nuestra imaginación y podemos estructurar decentemente algo con un inicio, un desarrollo y un final. Pero, ¿Qué marca un final?

Una de las historias más bonitas, breves y dolorosas que he vivido en mi vida fue el tiempo que compartí con A. Para contextualizarlo, si graficase el amor que sentí por ella, sería como la curva de contagio del COVID-19 que se ha querido evitar: una loma que sube y baja exponencial y violentamente en poco tiempo, y que predice una alta tasa de mortalidad.

Con ella tuve una conversación que, si quisiera hacer una disección fría y clínica, podría decir que fue el borde del precipicio del final. La verdad es que eso es una simple ficción narrativa, un recurso que utilizo para contar lo que pasó entre nosotras, porque en este momento, años después de esa conversación, no sé si todo ha terminado. ¿Cuándo se terminan las cosas?

 


Ningún texto está terminado hasta que se lee.

Estoy escuchando de fondo un live en Instagram sobre poesía y esta frase me calza entre estas líneas que estoy escribiendo. Al principio, me da un temor que me congela los dedos. ¿Eso quiere decir que ni siquiera sé cuándo se terminan mis textos? ¿Hay vida más allá del punto final?

Cuestionarme esto es casi tan metafórico como preguntarme si hay vida después de la muerte. Creía que al menos tenía el poder de decir cuando terminan las palabras que viajan de mi cabeza al papel, y sin embargo en la pantalla de mi teléfono hay una señora diciendo lo contrario.

No sé cuándo terminan mis textos, mis relaciones, mis momentos, esta pandemia, la economía como la conocemos, las relaciones sociales tal como las hemos llevado… ¿Cuándo comenzó nuestro final? ¿Siempre? ¿Nunca? ¿Algún día?


Photo by: Anastasia Yankovskaya ©

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