Cuando comenzamos una investigación sobre los NFTs nos topamos con una muralla de términos técnicos, criptográficos, a veces incluso abstractos, que dificultan el entendimiento en una primera ojeada. Al menos esa fue mi experiencia.
Este nivel de complejidad me obligó a incrementar el número de horas dedicadas a investigar, me rehusaba a no entender este fenómeno. Sumergido en estas investigaciones me encontré haciendo cursos online sobre blockchain, tokens, smart contracts; todo esto para poder entender este creciente ecosistema tecnológico en el que sustentan los NFTs.
Es una tarea ardua, sí. Pero es un mundo fascinante lleno de oportunidades, y por supuesto, riesgos. Kevin Roose, columnista en The New York Times, en una entrevista comentó que “hace varios años, la gente se dio cuenta de que las cadenas de bloques (las bases de datos compartidas y descentralizadas que permiten la operación de bitcóin y otras criptomonedas) podían ser utilizadas para crear archivos digitales únicos y no copiables. Además, como estos archivos eran entradas simples en una base de datos pública, cualquier persona podía verificar quién los poseía o rastrearlos a medida que cambiaban de dueño. Esa constatación impulsó la creación de los primeros NFT.”
Esa capacidad de autentificar la propiedad de un archivo digital de manera pública, archivos que son creados con una tecnología que les permite ser únicos y prácticamente ser su propio certificado de autenticidad, brinda innumerables oportunidades para los artistas sin lugar a dudas.
Por su parte, los contratos inteligentes (smart contracts, en inglés) son un componente importante de los NFTs. En realidad, son programas que se ejecutan automáticamente cuando se dan las condiciones preestablecidas entre las partes, por lo que no requieren mediación de terceros, ahorran costos y tiempo. Como ejemplo pedagógico: si un NFT establece en su smart contract regalías del 10% sobre el precio de venta al creador, cada vez que alguien venda ese NFT automáticamente el creador de la obra obtiene ese porcentaje de la venta sin esperar a que nadie le notifique siquiera.
Sin embargo, esta tecnología aún tiene algunos vacíos que le ha ganado fuertes detractores. Su escasa regulación o supervisión frente al copyright permite que sea relativamente sencillo usurpar identidad o plagiar una obra y volverla un NFT propio. Las plataformas de venta de NFT (marketplaces) siguen trabajando en la forma de verificar las cuentas, y de limitar la posibilidad de plagio.
Algunos expertos en informática incluso denuncian que los archivos en sí no reposan en la blockchain, sino en servidores centralizados de los marketplaces, y que lo que realmente se registra en la blockchain es la transacción en sí, lo que despierta el riesgo de ruptura de enlace. Es decir, en el caso – hipotético aún – en el que los servidores de la marketplace se averíen, solo existirá el registro de la transacción en la blockchain, pero no el activo digital. Como si tu vehículo desapareciera, en la notaría dice que es tuyo, solo que el activo no existe. Un tema para debatir con programadores y ver si no es parte de una campaña anti-NFT.
Prácticas como el rugpull, el sleepminting, el inflar obras, entre otras, son denunciadas con cierta frecuencia, algunos casos más famosos que otros, pero debemos entender que este joven mercado es un escenario ideal para estafadores.
Es importante no bajar la guardia, no dejarnos llevar por la propaganda (buena o mala) sobre los NFTs, investigar, estudiar, para poder identificar las posibilidades que esta tecnología nos permite para comercializar nuestra obra como fotógrafos o artistas visuales con un mercado creciente. Estamos viviendo el futuro.
Photo by: Luis Cabrera ©