En la vorágine de las redes sociales, donde todo sucede al instante, hemos visto el surgimiento de una nueva “especie” de fotografía periodística, desarrollada por profesionales y aficionados, con criterios diversos y la aparente intención única de informar al momento.
No es mucho lo que se ha teorizado sobre la fotografía periodística en los últimos decenios, mucho menos desde la aparición de las redes sociales y su gran impacto en el modo en que viajan las imágenes, a las que vemos ancladas a un texto explicativo porque, aparentemente, sin éste estarían a la deriva.
Roland Barthes, nuestro maître à penser (“maestro del pensamiento”), definía al texto que acompaña a la imagen como un mensaje parásito destinado a connotar la fotografía, es decir, un mensaje secundario. Claro está, no podemos omitir la brecha generacional entre este pensador y nosotros porque es palpable, sobre todo teniendo en cuenta que la dinámica de las plataformas digitales es más rápida, inmediata y, si se quiere violenta, en comparación con la que vivió este autor en su momento.
A pesar de lo anterior, la premisa de Barthes sigue vigente, el texto se convierte en un “mal necesario” para evaluar la autenticidad del mensaje a través de las redes sociales, dado el volumen de información que reciben los usuarios y a la evidente intención de algunos malintencionados que apuestan a la desinformación y sensacionalismo solo para ganar seguidores.
Una mirada mucho más contemporánea, como la del maestro Wilson Prada, plantea la problematización de la fotografía periodística y su relación con el mensaje escrito: “Una fotografía periodística no es entonces una ilustración del texto, ni pretende ocupar el lugar de éste, más bien se presenta como un texto visual de alta complejidad en torno al cual se teoriza bastante”.
A pesar de que la fotografía no es una representación literal de los hechos, así la procesan las masas, porque la realidad resulta tan inmanejable que solo se logra digerir a través de la distancia que ofrecen las imágenes.
Este principio se sustenta en la interpretación de la crítica de arte Anne Tronche en relación a nuestro momento histórico. Ella sostiene que, “lo que define a nuestra modernidad más reciente es a menudo una imagen que afirma ser la imagen de una imagen”. Y en este plano cibernético donde se consumen fotografías vorazmente, éstas se convierten en una segunda realidad, en un plano paralelo.
¿Se ha perdido sensibilidad ante la realidad? ¿Se vive a través de las imágenes (como re-presentación)? Las fotografías son entonces una ventana que si bien llevan un mensaje (fidedigno o no), también establecen una marcada distancia entre el hecho y el espectador, por lo que se cumple la premisa de estar entretenido: “no sentir demasiado”.
Pareciera incluso que el espectador prefiere esta distancia segura que le ofrece la fotografía, para no darle espacio a las grandes pasiones, incluso si lo que ve son grandes desgracias. Así, cuando se espera el horror, deja de ser cruel.
Entre tanto, continuamos absortos en las redes sociales, como aquellos ciudadanos de los que hablaba Séneca, sentados en el circo o en el teatro, divirtiéndonos, ignorantes de que nuestras casas acaban de arder en un incendio.
Foto de Luis Cabrera ©