Todos en algún momento creemos entender el tiempo, tan solo por la forma “sencilla” en que se logra medir. Sin embargo, el tiempo es una variable compleja. Si bien es cierto que nos referimos a una magnitud física que nos permite medir la duración o separación de acontecimientos, su percepción es otro fenómeno.
La fotografía ha sido uno de esos fenómenos en el que nos apoyamos para establecer conexiones sensoriales con el tiempo. El presente pareciera que se convierte en una cuestión algo nebulosa desde la conciencia del ser, y es cuando revivimos ese momento a través de imágenes se desarrolla la sensación de reconocimiento de haber disfrutado o nos dejamos impresionar por algo contenido en ese encuadre.
Esto explica un poco esa imperiosa necesidad que se nos despierta de fotografiar cuando estamos de viaje o cuando estamos disfrutando de un momento especial. El subconsciente conspira para crear un soporte adicional para ese “futuro recuerdo”.
Gert Linder afirmaba que “el hombre necesita sus recuerdos. Vive en ellos. Solo en ese constante orientarse al pasado encuentra sustancia de su mundo y el suelo firme desde el que puede dirigir sus deseos también hacia el futuro”.
Y es como en las reflexiones nostálgicas de Roland Barthes en La cámara lúcida al hablar del retrato de su madre, y de cómo se reencuentra con ella cada vez que ve la foto, pero no la muestra al lector. “No puedo enseñar la foto del invernadero. Esta foto existe para mí solo”, afirma Barthes. La foto es un objeto íntimo para el autor.
El tiempo y la fotografía, un binomio ineludible para Susan Sontag quien nos planteó que “todas las fotografías son memento mori. Tomar una foto es participar en la mortalidad, vulnerabilidad, y mutabilidad de otra persona (o cosa). Precisamente, al recortar y congelar este momento, todas las fotografías son testimonio de la fusión implacable del tiempo”.
Pero la sociedad evoluciona (o sencillamente cambia), la tecnología se involucra, el modo de percibir el entorno también sufre variaciones. Autores como Joan Fontcuberta así lo ven, y afirma que la fotografía en estos días se ha desprendido tanto de la memoria como de la verdad. Esa relación dialéctica entre imagen fotográfica, memoria y recuerdo, parece irse borrando debido a la hipervisibilidad de imágenes que se consumen.
La hipótesis de Fontcuberta se apoya en que las imágenes viven en archivos por la información que suministran, pero cuando la información es nula, desaparece, o es ignorada, la foto se convierte en un fantasma. «No deja de ser paradójico que la fotografía, que nace para ayudarnos a memorizar, acabe volviéndose amnésica o aquejada de alzheimer», señala Fontcuberta con su particular agudeza.
Photo by: Luis Cabrera ©