La posibilidad de eternizar la imagen de una persona o momento sobre un material perdurable ha sido una inquietud explorada desde las etnias más primitivas, a través de jeroglíficos, geoglifos, petroglifos y más; pasando por las primeras civilizaciones e imperios, la revolución industrial hasta nuestros días de fotografía digital ultra HD. De todas estas manifestaciones, el retrato es, sin duda, una de las expresiones más explotadas.
En el siglo XV, el retrato pictórico se configuró como un género independiente de la pintura. De un retrato se esperaba no menos que fuese muy semejante al modelo, estrechamente vinculado de su estatus social. Solo quiénes poseían títulos nobiliarios y terratenientes podían pagar a los artistas por un cuadro suyo.
La fotografía, entre tanto, aparece públicamente trescientos años después, en el siglo XVIII, momento en que el concepto de género estaba latente, vigente y radicado en la conciencia artística, por lo que no es de extrañar que fotógrafos usaran estas modalidades representativas asumidas de la tradición pictórica.
Sin embargo, el retrato artístico ha mutado a lo largo de su historia. La práctica retratista pictórica podría clasificarse de acuerdo al tratamiento que se le da al sujeto, entre lo psicológico, social y plástico.
Podríamos mencionar al retratista Anton Van Dyck, cuyo trabajo ahonda en la psicología del retratado, en el que define a sus personajes a través de la mirada y el gesto, captando la intimidad e individualidad del sujeto, sin abandonar su condición social (retratos de la aristocracia inglesa) como se puede verificar en el retrato a “Lady Jane Goodwin”, en cuyo trabajo tanto lo psicológico como lo social coquetean en el lienzo.
Otro caso interesante es el retrato de “Jacopo Gradenigo” realizado por Alesandro Longhi, porque realza el estrato social del personaje sin una búsqueda de su individualidad, mucho menos su intimidad.
En esta exploración encontramos a “La familia de Carlos IV”, un trabajo minucioso de Francisco de Goya, en el que explota los elementos que dan fe de su estatus como jerarca. No obstante, el autor hace del rey una persona simple, aprovechando para esto sus rasgos faciales y gestos, es decir, en este cuadro se fusionan la búsqueda psicológica y la social.
Llegamos al siglo XX, donde el sujeto pasa a ser solo un recurso plástico para el artista, pierde su individualidad, así como su psicología dentro de la concepción de la obra. Podríamos citar el caso de “Mujer sentada” de Pablo Picasso, obra en la que el individuo es un objeto más dentro del proceso creativo.
Todo este repaso sirve para recordar que estos son los referentes inmediatos con los que cuentan los primeros fotógrafos de la historia, son su punto de partida para poder darle vida a una nueva expresión artística, inquieta y en constante transformación, que tiene como norte la búsqueda de su propio lenguaje plástico.
Por otro lado, ese transitar desde lo pictórico a lo fotográfico trajo muchos cambios. La fotografía, caracterizada por su estigma de registro directo, logró no solo masificar el retrato, sino modificar las costumbres de las sociedades con acceso a estos avances tecnológicos.
Basta recordar el auge de los foto estudios para satisfacer la creciente demanda de fotografías. Esto hizo que el retrato fuese parte de la cotidianidad como un proceso automático al alcance de todos, pero carente de individualidad. El impacto fue tal que se llegó a hablar de la vulgarización del género del retrato, una opinión que hoy alcanza a las “selfie” o autorretratos.
La estandarización anula la individualidad o la posibilidad de ver al retrato como un hecho artístico per se, así como cualquier intención artística consciente. Pero no todo está perdido, porque el más vulgar y silvestre de los retratos fotográficos, el más superficial y narciso de los “selfies”, es útil como radiografía de fenómenos sociales contemporáneos.
Toda imagen fotográfica sometida a un análisis morfológico nos permite obtener información valiosa para el estudio del individuo, desde su estrato social, género, gustos hasta sus preferencias, de acuerdo al momento histórico que fue capturado por el obturador. Ahí radica la relevancia que, si se quiere, también tiene incidencia y valor para el registro antropológico del hoy, porque no es solo una foto, sino un documento que posiblemente trascienda y hable de estos tiempos a nuestros sucesores.
Photo by: Luis Cabrera ©