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Luis Cabrera
Photo by: Luis Cabrera ©

ANALOGÓN: DEL MARCHAN D’ART A LAS REDES SOCIALES

La creación artística, de acuerdo a la época, respondía más a la solicitud de quien encargaba la obra que a la intención del artista. El requerimiento del monarca, del religioso, y en una época más contemporánea al marchant d’art o las galerías de arte. En la actualidad, pareciera ser más una cosa de trending en redes sociales, y la instauración de una dictadura por parte de la indexación de imágenes.

Este fenómeno, de una u otra forma, garantiza que cada obra lleve lo que algunos denominan “el espíritu de la época”, donde la estética y temas pueden ser ubicados en el tiempo como un código de barras.

Sin embargo, y otorgando el beneficio de la duda, los artistas en este momento contemporáneo luchan ante el agotamiento de las propuestas y tratados establecidos, generando unos discursos cada vez más personales y con un sentido crítico que pareciera pretender reescribir algunos fragmentos de la historia.

Para el Dr. Jacques Lacan “toda obra es por sí misma nociva”. ¿A qué se refiere con este enunciado? ¿Acaso las obras de arte no son una fuente de placer y belleza?

Lacan enmarca el carácter punzante del mensaje codificado que el artista imprime en sus obras, al discurso o pulsión que no puede decir en palabras y que prefiere plasmar en su creación. La imagen se convierte en el canal de la pulsión. Porque a pesar de ser la imagen de un objeto externo tangible, es a su vez una versión de la imagen íntima e intangible del autor y su opinión.

Ese reservorio libidinal que llevamos latente y al que Lacan llamó La Cosa, requiere ser adornada por el artista y para ello se apoya en la belleza, elevándose a lo sublime, incorporándose a las tecnologías y plataformas vigentes. El hombre, un animal nostálgico que no deja de buscar regocijo entre la belleza y sus propios tormentos.

¡Yo soy la herida y el cuchillo!
¡La mejilla y el bofetón!
¡Yo soy los miembros y la rueda!
¡Y la víctima y el verdugo!

El Heautontimorumenos, de Baudelaire, poema encontrado en su libro Las flores del mal, es una bofetada que obliga al individuo a confrontarse consigo mismo, caminando por la cornisa peligrosa del arte: ser víctima y verdugo a la vez.


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