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daniel campos
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

Amistad manizaleña

Hay amistades que brotan por coincidencia, se nutren por sincronicidad y crecen por afinidad.

A Manu la conocí por coincidencia un jueves, cuando acudí a una entrevista filosófica en el Centro Cultural Universitario de la Universidad de Caldas. El espacio, diseñado por el arquitecto colombiano Rogelio Salmona, combinaba con equilibrio los elementos de luz solar, aire fresco, agua y paisaje montañoso. No sentí que fuera un espacio interior sino de transición entre el entorno natural y la cultura humanista-científica del centro. Propiciaba los encuentros.

Manu coordinó la producción audiovisual de la entrevista, cuyo tema era la actitud lúdica como elemento constitutivo del buen vivir. Desde que se presentó me pareció una persona cálida, coherente y comprometida con su trabajo. Hubo contratiempos con el equipo de grabación pero ella manejó la situación con calma y pronto se grabó la entrevista: una conversación con Aoife, estudiante de tercer año de la universidad, y Pablo, profesor invitado de Chile.

Manu no sólo supervisó la producción sino que le prestó atención a la conversación filosófica pues luego nos hizo comentarios perspicaces. Además se mostró interesada en acogernos en Manizales a Pablo y a mí, visitantes de otros rincones de América. Así brotó una posible amistad.

Después de la entrevista asistí a una conferencia de Juli, filósofa colombiana y gran amiga, en la universidad. Presentó un análisis perspicaz de la afectividad en términos de la semiótica de Charles Peirce. Ludismo y afectividad: en pocas horas ya había podido pensar sobre dos de mis temas favoritos con colegas de Colombia y Chile. Eso merecía una celebración.

Por la noche, Juli y yo salimos a bailar. Yo me imaginaba un bailongo de cumbia y vallenato. Para mi sorpresa, sin embargo, la mejor opción en Manizales era Galería, un sitio de música cubana. Cuando íbamos de camino, nos encontramos a Manu con dos de sus amigos, Darío, un joven político local, y Camilo, periodista. Se nos unieron. A Galería llegamos los cinco.

Bailamos salsa, bolero, son y chachachá. Los muchachos compraron una botellita de Ron Viejo de Caldas, cinco años, para que yo lo probara. Lo disfruté. La pasamos tan rico que salimos a las 2 a.m. Cuando nos despedimos, ya había acontecido el momento de sincronicidad para nutrir la amistad incipiente con Manu.

Luego tuvimos dos días para hacerla crecer por afinidad. Al finalizar la tarde del viernes, Manu se unió a nuestro grupo en Vinilo, un restaurante mexicano. El chef era Andrés, un filósofo de Veracruz emigrado a Caldas por amor a una manizaleña. La culinaria deliciosa y el espacio agradable propiciaban los encuentros de filosofía y amistad. Cuando terminamos de charlar con tacos y cerveza, Manu se decidió a acompañarnos a Juli, Alejo y a mí a un spa de aguas termales en las afueras de Manizales. Salimos de la ciudad y ascendimos la montaña. En los baños al aire libre, entre jardines tropicales y bajo una luna esplendorosa, los cuatro conversamos a gusto.

Ya para el sábado Manu y yo éramos buenos amigos. Al caer la tarde me invitó a comer en su casa. Subimos con guacamole y cuatro cervezas a la terraza de su edificio. Alrededor se observaban las cumbres y bajorelieves de la cordillera y sus laderas. Conforme el cielo se tornaba índigo y aparecían Luna, Marte y Orión, me contó un poco más de su vida y sus viajes. Me pareció una mujer serena, inteligente, curiosa y vital.

Cerramos la noche en el bar Joan Sebastian, cerca de la antigua torre del cable que se utilizaba para sacar la cosecha de café desde la cordillera hasta la ribera del río Magdalena. Allí nos encontramos a Darío y compañía. Eso merecía una cerveza para mí y un ron para ella. Así amenizamos la tertulia y nos tomamos el “zarpe”, la última copa.

Manu y yo nos despedimos con una linda amistad iniciada. Yo me marché de Caldas el domingo por la tarde. No nos hemos vuelto a ver. Pero al compartir anhelos, logros, desafíos, tristezas, alegrías y pandemia, nuestra amistad sigue creciendo.


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