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Paola Maita
Photo Credits: Joka Madruga ©

Amarás al dueño del circo

Los seres humanos estamos rodeados de tantos mensajes, que, a veces, algunos se nos pasan por alto. Quienes hemos vivido en Venezuela, sabemos que aquí no hay espacio insuficiente ni superficie que resulte muy dura ni muy blanda al momento de buscar y encontrar donde expresarnos.

A todos nos son conocidos los papeles pegados en cualquier pared, poste, espejo (sobre todo de los ascensores), o los vestigios de alegría que a veces exhibimos durante un buen tiempo en el parabrisas trasero de nuestros autos, y ni hablar de los nombres de los autobuses, en cualquier idioma, tanto vale un “En honor a mi pure”, “¿Qué miras, bruja?”, “Gracias al doctor José Gregorio” o un “The Family Perez” (sí, así de incorrecto escrito).

Hay mensajes que ya considero tan parte de mi entorno, que difícilmente los noto, a menos que esté en ese raro estado de atención flotante. Hace unos días estando en una institución pública, me topé con el ya popular “Aquí no se habla mal de Chávez”. Lo curioso no fue ese papel con un mensaje impreso en blanco y negro (porque ni el comandante supremo vale una impresión a color en esta economía) pegado en la puerta, sino que a pesar de él, adentro igual sucedían las típicas conversaciones de la cotidianidad actual del venezolano. “No chica, ya el hijo de Magaly se fue”, “¿Viste que… y que el Ariel está en 100?”, “No, Yelitza no vino porque anoche le robaron los 4 cauchos y le dejaron el carro montado en unos ladrillos” “No mamita, me sacaron el celular de esta gaveta”… Frases que he escuchado tantísimas veces, a pesar del papel que pedía no hablar mal del difunto.

Si bien es cierto que nadie lo mencionó, todas las referencias apestaban a su nombre, y más todavía con un retrato enorme de él en la pared del fondo, como un ser omnipresente en toda la notaría. Sin pronunciar las 6 letras de su apellido, la hiperinflación, la inseguridad y el éxodo masivo de venezolanos tienen su nombre firmado por los cuatro costados.

Dos días después, veo en una carretera un cartel que tiene pintado “Aquí amamos a Chávez”. No es el primero que veo, y seguramente no será ni el único ni último.

Cuando llego a este punto, pienso “¿Qué nos pasó?”, y me quedo en blanco. No entiendo cómo llegamos a esta dicotomía que me recuerda tanto a Amarás al líder sobre todas las cosas, esa idolatría ciega que me asquea…

Sé que hubo errores en el pasado que fueron labrando este ¿foso? ¿lugar?… en el que nos encontramos ahora, pero me cuesta creer que llegamos al punto donde no importa que nos estemos matando o que pasemos hambre, “amamos” al líder y por eso no podemos hablar mal de él.

Y ojo, todo hace referencia a Chávez pero no a Maduro. Supongo que es válido hablar mal del payaso, pero no del dueño del circo, sin importar que esté muerto.


Photo Credits: Joka Madruga ©

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