El alma pura cohabita con la que existe en los corazones marchitados por la maldad y la frustración. Ella sabe cómo mostrarse desnuda y plena ante los ojos de quienes son capaces de descubrirla y observarla cambiar siempre para bien y en absoluta grandeza, más allá de los dolores y la inevitable decepción.
Los afectos permanecen a pesar del tiempo, la distancia y el silencio. A veces, se van sin contemplación y nos dejan sin explicación, sumidos en la desesperanza.
Otras veces, se despiden para volar hacia un plano aún por descubrir, dejándonos por la mitad, devastados por el dolor, confundidos y con temor de no saber cómo es que se puede aprender a vivir con la ausencia de aquel que era tan esencial como el aire para respirar.
Y esos amores que se quedan, son testigos de que las almas que han decidido querer son siempre las mismas porque el amor no conoce de doble moral, falsedades ni individualismos. El amor es capaz de perdonar, extenderse, luchar y adorar al mismo tiempo a más de un corazón en distintas formas, circunstancias y dimensiones.
El alma pura cohabita con la que existe en los corazones marchitados por la maldad y la frustración. Ella sabe cómo mostrarse desnuda y plena ante los ojos de quienes son capaces de descubrirla y observarla cambiar siempre para bien y en absoluta grandeza, más allá de los dolores y la inevitable decepción.
Los verdaderos amores realmente se quedan muy dentro del ser. También los que se fueron permanecen a través de los años, transformándonos en experiencias, trastocándonos en sabiduría. Acercándonos a un sentimiento tan humano, como real; tan intocable como inmortal.
Qué difícil resulta a veces reconocer que todo aquello que nos toca en lo más profundo, nos cambia por completo, creando un cúmulo de experiencias, sensaciones y pensamientos que nos hacen inmensos en posibilidades y efímeros en este viaje de la vida, que asumimos muchas veces sin responsabilidad y sin pensar que mientras todo pasa, pasa también un tiempo que no tiene vuelta atrás.
Que la conciencia de valorar todo aquello que nos sacude, nos haga ser capaces de traspasar lo tangible y pasajero. Que se rompan los esquemas de las distancias y los rencores con todo aquello que un día conocimos para enseñarnos los distintos caminos que nos pone la vida de pronto, salpicados de alegría, pero también, bañados con soplos de profunda tristeza.
Que lo que tenga que irse, se vaya, pero que nos llene de espiritualidad para reconocer por qué llegó a nosotros.
Que las almas que amamos nos acompañen más allá de los tiempos, del abrazo, del recuerdo, aun cuando ese amor no sea recíproco, porque su simple existencia nos regala lo mejor y más hermoso: VIVIR con todos sus matices y sin posesión.
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