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Sergio Marentes
viceversa magazine

Allí, donde menos imaginamos, hay un chino y un universo hecho en China

Me dirán algunos que desde hace mucho se sabía que China es la fábrica del mundo, pero la noticia de que un hombre abrió la primera librería en español allí, si es que el universo que es China se puede encontrar en algún allí, me tomó por sorpresa, no me lo esperaba, por lo menos, en los siguientes cincuenta años. De inmediato me dispuse, artilugio, lápiz y papel en mano, a calcular la cantidad de latinos e interesados en el idioma de Cervantes que podría haber por kilómetro cuadrado en el agujero negro que es China. Pronto me di cuenta de que esa tarea me desbordaba y la escalé para calcularla por metro cuadrado. Así, ya un poco más cerca de las proporciones de nuestro lado del mundo, el resultado me sorprendió, no me esperaba que poco más del diez por ciento de la población tuviera por lo menos alguna relación con nuestra lengua, la lengua del Quijote. Entonces, porque los ojos me dolían de tanto leer, quise hacer el cálculo inverso y el resultado fue tan parecido como sorprendente. Aquí, en plena granja conquistada por los europeos desde hace siglos, por cada diez cosas locales hay nueve chinas. No quise, por mero respeto a la vida, por miedo a la verdad, calcular la cantidad de personas, mucho menos la de sangre, que tenemos, proveniente de una fábrica sin nombre repleta de niños legalmente contratados para dejar de serlo doce horas al día.

Pero como soy un hombre de rarezas y de procedimientos, me tomé el trabajo de leer cada palabra de los libros que tengo para identificar cuáles eran nuestras y cuáles eran forasteras. Tengo que aclarar que esto me tardó varias decenas de años, por lo que tuve que reencarnar en mi hijo y luego en mi nieto para poder llevarla a cabo. Es decir que yo, el que les habla, no soy yo ni mi padre sino mi abuelo. El caso es que he llegado a la siguiente conclusión luego de la tarea descomunal: de cada diez palabras que usamos, una sola es nuestra y las demás, no digamos chinas, son de otro lugar del mundo. Hay inclusive algunas que no saben de dónde vinieron y, como yo ahora, se sienten tan huérfanas como el petróleo luego de la guerra.

Así que, lectores, nuestro trabajo será inventar palabras o por lo menos no usar mal aquellas que ni sabemos lo que significan, además de no consumir las que no tienen garantía de por vida.


Photo Credits: Marc Tarlock

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