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Alicia Bárcena

Alicia Bárcena: El gran mal de América Latina es la desigualdad

NUEVA YORK: Los pasillos, oficinas, salas de conferencia de las Naciones Unidas se entrelazan cual laberinto. Mas no para Alicia Bárcena, quien conoce cada esquina de ese trozo de mundo enclavado en Nueva York, cuyos amplios ventanales se abren sobre el río Hudson. A lo lejos se divisa el brazo alzado de la estatua de la Libertad, símbolo de esperanzas y también de frustraciones.

En ese edificio, Alicia Bárcena, actual Secretaria General de  Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha transcurrido muchísimos años, escalando posiciones y ocupando cargos de gran responsabilidad. Originaria de México, estudió biología en la Universidad Nacional Autónoma de Ciudad de México y una Maestría en Administración en la Universidad de Harvard. Ya en esos años comenzó a manifestarse en ella la preocupación por las temáticas sociales. Fue una de las integrantes del Comité de Lucha de la facultad de Ciencias de la UNAM.

Durante muchos años se ha ocupado de medio ambiente y desarrollo sostenible. En su país ha ocupado cargos importante, desde el de directora del Instituto Nacional de Investigaciones sobre Recursos Bióticos – donde creó un centro de capacitación sobre botánica indígena – hasta directora y fundadora del Consejo de la Tierra en Costa Rica.

En Naciones Unidas ha sido Coordinadora del Programa para el Medio Ambiente (PNUMA), Jefa de la división de Medio Ambiente y Asentamientos Humanos, Jefa de Gabinete adjunta y luego Jefa de Gabinete del Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan y Subsecretaria General de Administración de Ban Ki-moon.

Su nombre resonó entre los posibles candidatos al cargo de Secretario General de la ONU, pero nunca se concretó.

La ONU es mi vida – confiesa con sencillez -. Le he dedicado gran parte de mi vida profesional durante más de 20 años. En cierto momento hubo conversaciones con México respecto a una posible candidatura mía, pero sabemos que, por rotación, ese cargo le toca a Europa del Este. Aunque luego hayan salido otras candidaturas extra-regionales pensamos que hay que respetar el tema de las rotaciones.

 

Alicia Barcena
EFE/Orlando BarrÌa

 

Sin embargo sería oportuno que el próximo Secretario General de la ONU fuera una mujer…

Considero necesarios los liderazgos femeninos. Hoy las mujeres representan a más de la mitad de la población del mundo y merecen espacios políticos adecuados para ejercer esa representatividad. Sin embargo, no soy partidaria de la mujer por la mujer, soy partidaria de la mejor mujer y del mejor hombre. Creo que esta organización necesita un gran liderazgo, alguien que sea capaz de enfrentar la complejidad actual. No importa que sea hombre o mujer, lo que sí es necesario es que crea en la igualdad de género. Y no todas las mujeres ofrecen esa garantía.

 

Hay quien cree que las Naciones Unidas, por su heterogeneidad y complejidad, no logran enfrentar, con suficiente rapidez y eficiencia, los problemas de la humanidad. Tras dedicarle tantos años de su vida ¿cuál es su visión?

Creo que esta organización tiene los elementos, los instrumentos y la gente para dar respuestas adecuadas a los problemas actuales de la humanidad. Es fundamental fijar prioridades y los estados miembros, conscientes de esa necesidad, han elaborado la agenda 2030, que yo considero muy importante. Allí están establecidos lineamientos de gran relevancia en el campo del desarrollo –vueltos a disminuir las disparidades entre países y dentro de ellos- en el área de los derechos humanos, de la paz y de la seguridad. Hay que considerar la paz como un bien público global y creo que para lograrlo hay que promover el bienestar de los pueblos. Es necesario atacar las causas profundas de los conflictos.

 

Alicia Bárcena ocupa, desde junio de 2008, el cargo de Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Ya antes había ocupado el cargo de Secretaria Ejecutiva Adjunta de ese organismo que dejó, en 2006, para entrar en el gabinete de Kofi Annan.

Recientemente encabezó un estudio titulado “Agenda 2030 y los objetivos del desarrollo sostenible. Una oportunidad para América Latina y el Caribe” y en ocasión del trigésimo sexto período de sesiones de la CEPAL, que se desarrolló en México el pasado mayo, salió publicado otro importante estudio con el título “Horizontes 2030. La igualdad en el centro del desarrollo sostenible”.

 

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En muchos de sus escritos ha puntualizado y profundizado su pensamiento respecto de la necesidad de promover políticas capaces de enfrentar seriamente los desequilibrios económicos, distributivos y ambientales que existen en América Latina.

El tema de la igualdad en América Latina y el Caribe es uno de los más importantes. puntualiza – Esta región no es la más pobre del mundo pero sí la más desigual en ingresos, distribución del capital, acceso a la educación, a la salud y a la protección social.

 

Usted afirmó que no es lo mismo pobreza que desigualdad.

Es verdad. Cuando empiezas a desagregar y a mirar los distintos rostros de la desigualdad, entiendes que pobreza y desigualdad no son la misma cosa. Los países de América Latina han hecho grandes esfuerzos para enfrentar la pobreza y de hecho, en los últimos 20 años, han logrado disminuirla en casi 20 puntos porcentuales. Pero la riqueza también debe ser un tema de análisis. Si bien, a partir de 2002 se ha verificado una inversión de tendencia a nivel de desigualdad y el coeficiente Gini, con el cual se mide, pasó de un 0,50 a 0,44, es necesario hacer mucho más.

 

¿Cuáles son las políticas que pueden realmente atacar la desigualdad?

Hay tres factores que son clave. Uno es el empleo. Es vital garantizar empleos con salarios dignos y con derechos. El segundo depende de las reformas fiscales que deben ser más redistributivas. Hay que asegurar que paguen quienes más tienen, y que esos ingresos sean usados para ofrecer buenos servicios públicos. Educación y salud deberían ser gratuitos y de calidad. Hoy, en nuestra región, son parte de los gastos que deben enfrentar las familias y esa carga empobrece a muchos hogares. A veces se habla de un Producto Interno Bruto (PIB) que crece del tres por ciento y eso da una ilusión de prosperidad pero, cuando vas a ver la realidad, descubres que el reparto del crecimiento es muy desigual y favorece más al capital que a la masa salarial.

 

Hay muchas diferencias entre los países de América Latina y parece difícil resumir realidades tan dispares dentro de “cifras regionales”. ¿Cuáles son los que han dado mejores respuestas a estas problemáticas?

Es verdad, hay una gran heterogeneidad entre los países de América Latina. Algunos de ellos lograron avances importantes otros muchos menos. En Brasil, bajo los gobiernos de Lula y Dilma, se logró sacar de la pobreza a más de 140 millones de personas, una cifra importante. Y no solo eso, paralelamente se implementó un programa de consumo masivo que transformó a las personas que salían de la pobreza en los consumidores de bienes básicos producidos en Brasil. Esa dinamización de la economía es lo que llamamos “crecer para igualar e igualar para crecer”. También Argentina, a pesar de los problemas económicos que tiene que enfrentar, implementó programas eficaces elevando, entre otras cosas, el salario mínimo y haciendo pactos con las empresas para bajar el desempleo. Diría que todos los países sudamericanos, quizás con la excepción de Paraguay, hicieron enormes esfuerzos para disminuir pobreza y desigualdad y lograron avances importantes. El área donde todavía no se han visto mejoras, más bien, en algunos casos, la situación ha empeorado es Centroamérica. Allí están los países más pobres y más desiguales. Por ejemplo, en Guatemala se han registrado retrocesos graves, la riqueza está en manos de siete u ocho familias y hay una gran población indígena pobre y marginal.

 

¿Y México? A veces esta nación pareciera contener dos realidades extremadamente diversas y contrastantes, por un lado está un país culturalmente y socialmente elevado, y por el otro un territorio devastado por la pobreza, la delincuencia organizada y la corrupción política.

En México hay una gran controversia con respecto a las mediciones de la pobreza, lo cual es un poco absurdo, porque esos males no se resuelven con estadísticas. México es un país que crece y está más integrado a Estados Unidos y Canadá, pero esas ganancias no se están repartiendo adecuadamente. Un elemento redistributivo importante es la reforma fiscal que está implementando el Presidente Peña Nieto, aunque la evasión fiscal sea todavía muy alta. Creo también que habría que optar por una mayor diversificación a nivel internacional. México tiene cuatro fronteras y sin embargo ha puesto atención solamente en una, la que colinda con Estados Unidos. Debería abrirse más hacia Centro y Suramérica y también hacia el Atlántico y el Pacífico, cosa que empezó a hacer con la Alianza del Pacífico. Uno de los temas más polémicos es el de los salarios. En México el salario mínimo no ha mejorado desde hace casi tres décadas, la productividad es baja y crecen la informalidad y la ilegalidad. En cuanto al narcotráfico estamos asistiendo a un cambio preocupante en su naturaleza. Antes los carteles operaban escondidos y se limitaban a pasar clandestinamente la droga a Estados Unidos, ahora se están apropiando de los territorios y en muchos casos la gente les paga el derecho de piso. En lugar de pagar los impuestos al Estado, retribuyen a los narcotraficantes en cambio de seguridad. Eso crea una gran distorsión que hay que resolver.

 

A pesar de las grandes diferencias entre los distintos países podríamos decir que hay un común denominador que unifica a todos: la corrupción. ¿Un mal incurable?

La corrupción es un gran tema. En Brasil corrupción y crisis económica han creado una tormenta perfecta. La caída de los precios de los metales, minerales y petróleo ha castigado toda la región. Brasil que tenía entradas de muchos miles de millones sufrió un verdadero shock al cual contribuyeron también políticas macroeconómicas un poco confusas; por ejemplo, las tasas de intereses muy altas, que luego bajaron pero no suficientemente. La profunda corrupción que destapó el caso Java Lato y el impeachment de la Presidente Dilma Rousseff han generado una gran inestabilidad e incertidumbre. De todas formas Brasil es un país con más de 200 millones de habitantes así que su economía sin duda se recuperará.

 

¿Y otros países como Argentina o Venezuela?

Argentina también ha tenido que enfrentar la crisis derivada de la caída de los precios de la soya, con el agravante de no poder acceder a los mercados internacionales y con un tipo de cambio desordenado, que estaba creando fuertes distorsiones en su economía. Creo que Macri tomó unas medidas económicas necesarias, que habría tenido que asumir también Scioli, si hubiese ganado las elecciones. Macri lo está haciendo de manera bastante agresiva, buceando con fondos buitres que, honestamente, no sé cuanto le costará, en el futuro, a la sociedad argentina. Venezuela es un país altamente dependiente del petróleo y, en la etapa de bonanza, no ha logrado diversificar su economía y transformar esas grandes ganancias en un apuntalamiento de otras áreas de productividad. Sin duda, una parte importante de esas ganancias fue utilizada en programas sociales. Nosotros calculamos que se invirtieron más de 200 mil millones de dólares en programas dirigidos a disminuir la pobreza y lograr una mayor redistribución de la riqueza, en un país que estaba marcado por la desigualdad. Pero era una redistribución frágil, porque se basaba en ingresos no permanentes, como el que deriva del petróleo. Otros países han equilibrado ese desbalance, entre los gastos permanentes y los ingresos no permanentes, con reformas fiscales. Venezuela sigue siendo un país con acceso al mercado financiero internacional y ha pagado regularmente sus deudas, pero la gran pregunta es ¿hasta cuándo va a poder hacerlo? El subsidio a la gasolina sigue  siendo muy alto, el problema de desabastecimiento es grave y los distintos tipos de cambio favorecen la especulación y el tráfico ilegal de productos.

 

Colombia, con la firma de la paz entre Gobierno y FARC, está a punto de cerrar una dolorosa página de historia. Sin embargo, aún cuando todos quieran la paz, muchos no están de acuerdo con las condiciones aceptadas por el Presidente Santos.

Creo que el camino del Presidente Santos era el mejor, porque la paz es siempre lo mejor aunque requiera de negociaciones complicadas. La parte más polémica en esta oportunidad es la reincorporación de los ex guerrilleros al tejido social, productivo, político del país. Aceptar esa reincorporación es difícil, sobre todo para las víctimas, pero no hay otro camino. La alternativa sería seguir con una sociedad dividida, armada, violenta. La paz permitirá reincorporar casi la mitad del territorio colombiano y ofrecerle posibilidades de desarrollo. Salir del conflicto requiere sacrificios, pero sin dudas es la mejor opción.

 

Alicia Bárcena es una mujer cálida. La observamos mientras saluda con amabilidad y simpatía a todos quienes trabajan en las oficinas cercanas a las que ocupa temporalmente durante su estadía en Nueva York. No ha perdido ni un átomo de la pasión que la llevó a involucrarse jovencita en las luchas por un mundo más justo, una sociedad más inclusiva y con iguales oportunidades de desarrollo para todos. Entendemos las razones que la han llevado a no proponer su candidatura para el cargo de Secretario de las Naciones Unidas y sin embargo no podemos evitar pensar que nos hubiera encantado verla al mando de una institución tan importante para el mundo en su totalidad.

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