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Photo by: Wikimedia Commons/Juanda097, Universidad de Manizales, Banco de la República en Colombia

Alejo, el anfitrión aristotélico

Cuando llegué a Manizales ya conocía a Alejo como persona afable y filósofo inteligente, estudioso del pensamiento de Aristóteles y Charles Peirce. En su ciudad, su universidad y su casa, lo conocí como un anfitrión generoso, atento y sensible, personificación de la amistad aristotélica (philia) que se compromete desinteresadamente con el bienestar del amigo.

Nos recibió a Pablo, colega chileno, y a mí en el aeropuerto de Manizales. Llegábamos para participar de una conferencia académica en la Universidad de Caldas y nos habíamos llevado un pequeño susto de entrada. La maniobra de aterrizaje había sido complicada por el ventolero de cola, común en las cumbres de la Cordillera Central, que remeció al pequeño avión bimotor y lo empujó hasta el borde de la pista. A Pablo lo vi un poco pálido cuando descendimos la escalinata del avión. Quizá yo también lo estaba. Pero Alejo nos aguardaba para recogernos y su calidez nos ayudó a reponernos.

Nos llevó de inmediato a hospedarnos en el Hotel Varuna. Allí almorzamos con una hermosa vista de las montañas: cimas, laderas y quebradas andinas. Luego caminamos hasta la sede de la universidad, donde nos mostró los edificios antiguos y el patio interior. A pesar del aire escolástico y monasterial de los predios, la juventud universitaria y la afabilidad de los docentes le daban un aire de vitalidad y alegría al entorno. En el auditorio escuchamos dos charlas en la inauguración del evento.

Para ventilar las ideas con una caminata vespertina, Alejo nos guió de regreso hasta la Antigua Estación del Cable Aéreo de Manizales, con su imponente torre al frente. Nos explicó que el cable se utilizaba para sacar la cosecha de café desde la cordillera hasta la ribera del río Magdalena. Allí se embarcaba y navegaba por el río hasta Cartagena para su exportación. La Estación funcionaba ahora como sede de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional.

Continuamos hasta su casa, donde nos encontramos con Juli y pude conocer, por fin, a Adelaida, su pequeña hija, a quien apenas conocía por foto. ¡Era trigueña y dulce!

Salimos a cenar a Vinilo, la galería, cafetería, cantina y restaurante donde el chef era Adrián, filósofo veracruzano emigrado al eje cafetero por amor a una manizaleña. Bebimos cerveza artesanal bogotana. Pablo y Alejo comieron tacos de cerdo mientras yo me deleitaba con una enchilada de pollo enfrijolada. Todo delicioso, para añadirle sabor a una agradable tertulia sobre filosofía, viajes, emigraciones y vida entre cuatro filósofos latinos de Norte, Centro y Suramérica.

Todo eso sucedió apenas durante el primer día. Durante las jornadas siguientes, Alejo nos atendió con esmero, tanto en la ciudad como en la universidad.

Pero los momentos que más atesoro los vivimos durante el fin de semana, cuando la conferencia ya había terminado y Alejo, Juli y Adelaida me hospedaron en su casa.

El sábado salimos a caminar los cuatro por el Bosque Popular El Prado. La tarde era soleada y fresca, el parque tranquilo, de campos abiertos y en pendiente, con algunos sotos. Ladera abajo corrimos y nos revolcamos en el zacate, para alegría de Adelaida. Nos unimos a una pequeña fiesta de joropo en vivo y al aire libre. Nos detuvimos para que la niña jugara en un campo de juegos. Y luego ascendimos con calma la ladera, conversando a gusto. Mientras paseábamos, pude percibir en Alejo su sensibilidad amorosa hacia Juli y Adelaida.

El domingo por la mañana, hizo de chef y nos preparó a los tres unas deliciosas arepas acompañadas de huevo picado con hongos y café negro. El desayuno sabía a cariño.

Satisfechos y mimados, salimos a pasear a un parque de jardines floridos y un amplio estanque cubierto de lirios de agua con flores magenta de ribetes blancos. A pesar del día gris y frío, disfrutamos de una caminata peripatética y luego nos tomamos un aromático café colombiano, el último antes de que me llevaran al aeropuerto para abordar mi vuelo a Bogotá.

El sitio se llamaba el Recinto del Pensamiento, lugar idóneo para concluir mi visita a la pareja de filósofos y fijar en mi memoria la impresión de Alejo como un generoso anfitrión y amigo aristotélico.


Photo by: Wikimedia Commons/Juanda097Universidad de Manizales, Banco de la República en Colombia

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