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fabian soberon
Photo by: Ben Seidelman ©

Alberdi en Yerba Buena

Juan Bautista Alberdi hace una parada en el viaje. Entusiasta, escribe sobre Yerba Buena, esa ciudad inexistente en el siglo XIX: «Una vez penetré en el bosque que queda al occidente del pueblo por una calle estrecha de cedros y cebiles de 15 cuadras, al cabo de la cual, abrióse repentinamente a mis ojos una vasta playa de figura irregular. Esta playa es la Yerba Buena. Es limitado en casi todas direcciones por los lados redondeados de muchas islas de laureles, por entre los cuales a veces, pasa la vista a detenerse a lo lejos, en otros bosques y prados azules.»

No se puede no pensar en el pasado como una zona distante e indiferente en la que alguna vez hubo otra fisonomía para lo conocido. Al leer la crónica de Alberdi, sentimos que lo que existe en la naturaleza no sólo preexiste a nosotros sino que seguirá existiendo después de nuestra desaparición. En este sentido, leer el relato de Alberdi nos lleva a la finitud inevitable. Pero también destaquemos que Alberdi está embelesado con el «cuadro» multicolor de las montañas y prados cuando dice, más adelante en el texto, que es la «pintura que hizo el cantor del Edén de la entrada del Paraíso.»

Pienso en Dante y su Paraíso hecho de ángeles y simetría. Pienso en John Milton y en el Paraíso perdido. Pienso en Borges y el paraíso bajo la forma de la biblioteca (tomado de la inigualable Virginia Wolf). Y ahora podemos pensar en Alberdi y su paraíso hecho de montañas azules, cebiles, cedros y lapachos. Los árboles brindan una colorida playa geométrica, un espectáculo a la vista que se compara con la entrada triunfal al paraíso.


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