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fabian soberon
Photo Credits: alq666 ©

Aeropuerto

En el patio de comidas, se sientan tres mujeres y dos hombres en la mesa en la que estoy solo. Me piden permiso. Cuando pregunto por la moneda para comprar en el McDonald’s, una mujer empieza a responder pero rápidamente es interrumpida por uno de los hombres. Los roles están bien diferenciados. El hombre me explica con amabilidad. 

Las mujeres hablan de sus condiciones laborales. Una de ellas, la más alta, le dice a otra, baja, gordita, que su trabajo en Estados Unidos está por terminar. La tercera mujer saca un reno pequeño y dice que es de Suecia. Las tres se ríen, como si respondieran a un chiste secreto. 

La mujer alta le explica a la otra que allá se gana más que aquí pero que cuando dejas de trabajar no te dan nada. Dice que solamente te avisan que has llegado a tu fin y te dejan fuera abruptamente. La más baja hace un sonido con la boca, una exclamación que acompaña la sorpresa. La más alta se ríe. Y dice que aquí, en Lima, pagan menos, pero te hacen una fiesta de despedida. 

La tercera mujer roza con los dedos el peluche sueco. Está encandilada con su juguete. 

La mujer más alta mira hacia mi lado y sonríe. Las tres saben que las estoy escuchando. Y no les importa. 

La mujer alta pregunta por el taxi que deben tomar más tarde. Parece que está desactualizada con los precios. Su vida en el país del norte es diferente a la de Lima. Su voz carga un cierto tono de nostalgia. La más baja y gordita le dice el precio.  

Se hace un silencio. El bullicio del patio inunda la mesa. La gordita y la mujer del reno sueco se miran y luego observan a sus esposos. La más alta está sola. Dice que se gastó todo el dinero del mes. Y que le hubieran avisado que necesitaba muchos dólares para el taxi. 

Levanto la valija y giro mi cuerpo. La mujer me mira y su cara desencajada es una forma de la despedida. Ningún hombre la espera. Eso es más doloroso que la escasez de billetes.  

Lima, Perú.


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