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Mariza Bafile
Photo Credits: Celine Nadeau ©

Adiós Juana

Se llamaba Juana, tenía ojos color miel y un pelo liso y sedoso de un cálido ámbar. En su infancia y juventud conoció la maldad cobarde que se ensaña contra los débiles. La violencia le dejó un miedo incrustado en el alma y unas canas prematuras. También le enseñó a olfatear los peligros, a percibir los perfumes cambiantes de la naturaleza y a no perder la esperanza.

Un día sus sueños se hicieron realidad. El amor verdadero llegó con una primera caricia que le arrancó lágrimas que nadie pudo ver, y luego con la libertad de unas amarras que la habían condenado a morir sola y sin alimentos.

Cuando salió de su infierno Juana conoció el significado profundo de la palabra felicidad, supo lo que es tener una familia y un hogar. Cada vez que salía al aire libre, y jugaba entre los árboles de los parques de Nueva York o de Buenos Aires olvidaba su edad y recuperaba la infancia que le habían negado.

Conoció el orgullo de caminar al lado de sus padres sintiéndose hermosa y querida. Y feliz de haberles enseñado a ellos el valor del amor profundo e incondicional, ese que no conoce de egos ni de intereses, ese que se entrega con confianza y que es para toda la vida.

Su cuerpo recuperó la belleza que los sufrimientos le habían robado, sin embargo tanto dolor dejó marcas invisibles que se transformaron en una enfermedad que resultó incurable.

Día tras día se fue despidiendo de su familia, de su amiga Catalina que estuvo a su lado cada momento transmitiéndole fuerza, de sus padres que la cuidaron sin descanso y entre cuyos brazos dio su último respiro.

Su recuerdo nos acompañará, así como nos acompaña el de nuestros Gipsy, Luna, Lilly, Lulú y Piolín.

Hay quien puede pensar que eran solo perros, gatos, conejos y loritos.

En realidad fueron los mejores amigos que nos regaló la vida.

Adiós Juana.


Photo Credits: Celine Nadeau ©

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