Knickerbocker Ave: Once upon a time, close to a rusty train platform that welcomes you to “Da Hood”, with the unforgettable aroma of fried chicken, I was visiting a dear friend of mine. We were lying in bed and suddenly I fell asleep. I woke up in the middle of a dream wishing that the mattress sucked me in and made me part of it. He woke up and asked me what was going on, I told him about my dream and in he mumbled, he said: “Home is where the heart is.»
Me quedé perpleja revolcándome en la ignorancia de mi origen o lugar en esta vida, mientras trataba de abarcar más territorio en la twin bed. Desde muy joven, así como todos los jóvenes, sentía que “I don’t belong”, pero esa falta de pertenencia no correspondía al anhelo por ser parte de un grupo, era desarraigo. En la casa matriz (casa de mis padres) empecé a despersonalizar mi habitación, paredes blancas sin ninguna decoración, todas las puertas uniformes, sabanas unicolor, cortinas neutras, el único toque personal eran la biblioteca y el desorden. Me desvinculé de la casa como espacio físico, sin embargo disfrutaba los grandes espacios que esta ofrecía y las áreas hacia donde extendía mi desorden, la hermosa vista desde cada una de las ventanas se convertían en suspiros, me preguntaba cómo un valle tan inspirador podía ser tan maltratador. Sabía que en algún momento, la casa donde crecí, sería parte de una de las casas en las que viví. Durante 3 años la maleta se convirtió en tema recurrente, con más intensidad las ganas de buscar “my heart” se afincaron en este. Cada ida era una búsqueda, el regreso era una sala de espera, mientras pensaba como ejecutar un plan para partir nuevamente. La familia, los amigos, todos se acostumbran a tu errancia, al final siempre volverás. So, I got to the point of no return, esta vez me iba por más tiempo, así que a buscar casa, como ya había pasado por esta experiencia de buscar a place en New York, sabía como te consume en todo sentido, la desilusión y frustración se hacen presente en cada listing de Craigslist, en cada visita al apartamento hermoso pero, y pero, y pero hasta que se abre el Empire State y escupe el apartamento perfecto en Bushwick. Renovado, habitación con ventana, cocina de buen tamaño (según los estándares Newyorkinos) y listo te mudas con tu maleta a una avenida que su nombre no pondrás pronunciar correctamente ni volviendo a nacer y a deletrear solo cuando separes la palabra en tres sílabas: “Knick-er-bocker”, o en dos, “Knicker-bocker” y así tienes una dirección que te acompañará por un año y un espacio vacío que curiosamente en esta oportunidad personalicé. Encontré el espacio que llamé casa por un año, ahora vuelvo a mudarme, siempre supe que mi “home” era New York, pero “my heart” se convirtió en “My magical Brooklyn”. Me mudo de nuevo, otra vez a la cuadra que aprendí a deletrear, pero que aún pronuncio dudosa. Después de tres años de aquel sueño y de aquella frase, entendí que hay cosas de las que no se puede huir, así trates, de una u otra forma se harán presentes, “my heart” se quedó aquí en esas largas caminatas veraniegas a los cinco años y por 24 años estuvo queriendo volver a encontrarse en las caminatas invernales. Ahora además del “Home is where the heart is”, le agregó ese coro pegajoso que dice: Home, let me come home. Home is wherever I’m with you.