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ABSOLUT BK – Retrato #3

93 N 6th St: Y allá iban persiguiendo al tren que atraviesa toda la Broadway Ave como quién corre detrás de un conejo blanco. Unas botas botadas por nuestro camino llamaron nuestra atención requiriendo de menos de un minuto para ser fotografiadas. De unos cuantos brincos subimos a la plataforma del tren, entramos por las puertas de salida sin deslizar la metrocard (menuda transgresión) y él detuvo las puertas del tren para dejarme entrar. ¿Por qué tan apurados? Así es la juventud, va de prisa sin saber a dónde. Memorizando la dirección del sitio al que íbamos, nos bajamos del tren en la parada más cercana que nos ofrecía esa línea, Hewes St, aún teníamos tiempo para una caminata y ponernos al día con nuestras vidas, aquellas contradicciones veinteañeras. Nos acercamos al área donde estaría el bar/venue, pero no encontrábamos el lugar, el número era poco visible o había que mirarlo desde la otra acera. Vimos una puerta de aspecto dudoso, la abrimos y entramos. Era un pasillo blanco e iluminado con unas 4 puertas. Al azar y sin pensarlo abrimos la puerta que nos mostraba una escalera hacia abajo, bajamos las escaleras. Frente a nosotros una luz tenue que no sabíamos de donde venía iluminaba los últimos peldaños y estaba allí, un bar abandonado. Sabíamos que ese no era el lugar en el que debíamos estar, pero era mejor. Empezamos a explorar sigilosamente. Un bar que en algún tiempo fue testigo de borracheras, besos, nuevas amistades, peleas, whiskey, propinas y servilletas con números telefónicos, se encontraba en silencio, rodeado del reflejo que proyectaban los espejos en sus paredes. Una barra elíptica de color rojo solitaria y varias columnas para sostener la embriaguez. La ruina de una Bedford Avenue clandestina o literalmente underground, que escondía sus mejores noches en sótanos. Seguimos caminando por el bar guiándonos con la luz de nuestros celulares, abrimos una puerta en la que había mesas viejas, una lámpara, cajas y lo más insólito, una silla de ruedas. Era algo surreal lo que vivíamos, encontrarnos con este espacio paralizado en el tiempo y lleno de polvo, en vez de estar escuchando una banda que ni siquiera conocíamos un martes por la noche, pero que tocaría en esa locación. Abrimos otra puerta, y encontramos gaveras de cerveza Miller, agarramos un par cada uno, nos sentamos en la parte posterior de la barra, en caso de que si alguien entraba no nos viera. Tomamos nuestras cervezas preguntándonos cuánto tiempo tendrían ahí. En silencio, subimos las escaleras y regresamos a aquel pasillo con otras puertas, abrimos la que teníamos en frente. Un hombre que trabajaba ahí cargando una cava de hielo nos dice, que el show aún no comienza, que pasemos por la otra puerta al bar/café. Atravesamos el bar/café sin ningún tipo de interés, no esperaríamos por el show. Era nuestra versión Brooklyneana del Wonderland. Esa noche seguimos sin rumbo pre-determinado. Si mal no recuerdo tomé un trago de absinthe en el Lonewolf y me marché a casa. Aquel hallazgo nos impresionó por días, contamos nuestra aventura una y otra vez, hasta la próxima vez que nos vimos cuando me convertí en gato y me diluí en tela de sofá mientras él pintaba y veía Seinfeld, esto se convertiría en el prefacio de otra historia.


Photo Credits: Aleksandra Gabriela

 

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