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ABSOLUT BK: Flashback#5 

All these accidents that happen, follow the dot,

coincidence makes sense only with you.

Joga, Bjork.

MTA 6th Ave: Deambulaba por la 14th Street, estaba cerca de la sexta avenida y tenía que tomar el L vía Brooklyn. Era invierno y negada a sucumbir al uso de zapatos planos o botas de nieve, aún taconeaba por la ciudad bajo cero. Creo que padecía ese síndrome de no hallarme sin tacones, pues en mi ciudad de origen, la Gran Caracas, al transportarme en cuatro ruedas podía disimular mi baja estatura con tacones de alto calibre, cosa que supongo haber superado, porque toda mujer medianamente coqueta en NYC sabe que sale de su casa en flats y se cambia a tacones antes de salir del tren o usa Lyft, Uber o cualquier servicio de taxis que incluya viajes gratis para esas ocasiones donde los tacones son protagonistas. Entonces caminaba con booties de tacón, vistiendo un puffy coat, de estos que no agracian tu figura, sin embargo protegen del frío y son impermeables, para completar mi outfit vestía una boina de terciopelo negro (algo afrancesada, mais trés chic), cumplía su función de apartar mi larga y espesa cabellera de mi rostro. Decidí tomar el tren, siempre me manejaba en el MTA a toda velocidad, bajaba las escaleras como si se tratara de llamas ardientes, mi ritmo era muy acelerado hasta que sucedió lo que pudo ser el final de mis días. El primer juego de escaleras ocurrió como de costumbre, veloz, seguro y tratando de mantener la conversación con mi interlocutor. Cruzamos los torniquetes con gracia y ligereza. No recuerdo de que hablábamos. El segundo juego de escaleras que nos llevaría a la plataforma del tren L iniciaba como todas las escaleras que habría bajado durante lo largo de mi vida. Pegada a la pared, superaba la primera etapa de estas escaleras que tienen un par de descansos en su recorrido. No había tantas personas bajando en ese momento, al menos nadie delante de mí. Cuando piso el primer escalón de unos cinco o seis antes de llegar al segundo descanso, tropiezo, trato de agarrarme de la pared, el tiempo se detiene, voy a estrellarme sobre el cemento y romperme la cara, la nariz, perder los dientes, voy a desfigurarme, seré parte de las noticias del MTA, llegarán los paramédicos, no, no, no. En ese momento, mi acompañante trata de ayudarme, pero el gran abrigo no lo deja detenerme por completo, solo logra voltearme y ahora voy cayendo de espaldas, por dios, dejaré mi cerebro esparcido en el sucio cemento del MTA, quedaré vegetal, me pondrán una placa de metal en la cabeza, y lo que es peor, el está cayendo sobre mí, mientras los demás usuarios miran atónitos la danza de la supervivencia sin poder hacer nada. Tres segundos después, me dejo caer, no hay nada que pueda evitarlo, de repente no oigo ningún crack de mi cráneo chocando contra el cemento, sigo consciente y solo siento la frente de mi compañero chocando contra la mía, levantándose inmediatamente mientras el resto de la gente se detiene, preguntando si estábamos bien y si necesitábamos asistencia. Rápidamente me levantan del suelo y alguien me devuelve mi boina que voló un metro. Me doy cuenta que solo me duele la rodilla, pero no hay nada roto. Miro al suelo y ahí está mi salvadora vestida de indigencia, sentada en ese descanso con un bebé sobre sus piernas que movió velozmente para protegerlo de mi estrepitosa caída pero dejando su muslo carnoso disponible para amortiguar el peso de mis miedos. Las coincidencias son las heroínas de esta historia, en mi vida nunca agradecí tanto por los homeless ni por el jaloneo que evitó que me estrellara de frente. Caí de espaldas sobre las piernas de la indigente y sobre mí cayó ese joven que luego se convertiría en mi esposo, sí, existen los cuentos de hadas urbanos y el MTA es un lugar donde eventos místicos ocurren. Hay que entregarse a esa mística subterránea, nunca sabemos lo que nos va a tocar allá abajo. He visto muchas cosas desagradables, personas colapsando en la plataforma, vagones llenos de vómito, los peores ejemplos de paternidad, pero siempre recuerdo las caras de los homeless que se cruzan en mi commuting, a la joven que salvó mi vida por accidente, la vi varias veces, jamás le di dinero. Solo la veía y le agradecía internamente haber estado en el lugar y momento correcto deseándole un mejor porvenir. New York cada día se llena de más hobos, is the bum central sometimes down the block. Varias veces llega una ambulancia y es alguno que ha caído. Siempre me intrigan, quiénes son, cómo terminaron en las calles, si han comido. Preguntar puede ser un riesgo innecesario. Aprendí a no mirarlos con desprecio y a no correr por las escaleras. Ahora siempre subo y bajo lentamente pegada de los pasamanos en caso de necesitar agarrarme de ellos. Los tacones, los sigo usando, pero no en el invierno, al menos que tome un taxi. Conservaré una cicatriz en mi rodilla como recordatorio de que la vida puede terminar en un segundo solo por perseguir la nada y antes de dejarse caer hay que creer que algo o alguien amortiguará nuestra caída.

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