Cuando me muera se va a cumplir un previsible abismo: la única persona a la que le importo ya no estará. Sólo él puede decir que le apena que yo no esté vivo. Es muy probable que al morirme mi padre no esté porque ya se habrá vuelto ese conjunto sutil de átomos esparcidos en el insondable cosmos. Y, entonces, ¿quién podrá decir “se ha muerto ese que yo quiero”?
La muerte pisa con pie igual las chozas de los pobres y los castillos de los ricos, escribió el poeta Horacio. La muerte será, una vez más, la agorera indiferente de una nada inevitable. Ni mi padre ni yo seremos materia viva: adoptaremos la condición de átomos desvanecidos en los universos infinitos.
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