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paola maita
Photo by: Fredrik Rubensson ©

A cuatro tiempos

Si nuestra vida en Venezuela era un naufragio, nosotros 4 éramos sobrevivientes precarios de todo aquello.

Durante los primeros meses en los que comencé a vivir en España, lo hice en un sitio en el cual habían cuatro personas migrando al mismo tiempo. Dos de nosotros teníamos claro que no estábamos en un viaje de vacaciones, que nuestra estadía no era temporal y que nos había comenzado a cambiar la vida. Los otros dos lo tenían menos asumido. Para ellos, estar en España tenía una fecha de caducidad. Al año, o poco menos, regresarían a Venezuela, estarían un par de meses allá y vendrían de nuevo. Luego vino la debacle de la economía venezolana, el miedo, el COVID… Spoiler alert: Aún no han podido volver.

Con o sin regresos a Venezuela, no importaba el grado de claridad que tuviésemos sobre nuestras condiciones de migrantes. De ninguna manera éramos las mismas cuatro personas que se habían conocido durante años en otro país. Aunque sea cliché decirlo, nosotros no éramos los mismos. Más que cuatro seres humanos, éramos cuatro procesos de duelo en curso conviviendo bajo el mismo techo.

Como todo duelo, cada quien lo lleva de una manera diferente. Hay quienes se enfrentan al dolor y a los monstruos del inconsciente poniéndoles nombre y apellido, o librando batallas en todos los frentes al mismo tiempo. También hay quienes van evitando las batallas hasta que son ineludibles, o quienes pelean una batalla a la vez. En medio de estas batallas personales, hubo momentos en los que nos hicimos daño intentando sentirnos mejor. Cuando un barco se hunde, nadas hacia la luz sin importar quién esté en el medio. Es una regla de supervivencia, un instinto que convierte cualquier acción en justificable.

Yo me apoyé en todo lo que encontré fuera de esa casa para poder sobrevivir entera y mentalmente sana. Amigos, cursos, trabajo, flamenco y, sobre todo, escribir. Migrar y vivir los procesos personales de otras tres personas me llevaron a entender que escribir había dejado de ser un hobby hacía mucho tiempo. Era la balsa que me llevaría a una nueva orilla. Eso que tanto había ocultado y tratado casi como un accesorio, se convirtió en la soga que me ataría a un lugar más sereno e incluso a un nuevo trabajo.

Escribir me obligó a mirar de frente todo aquello que temía, a nombrarlo y darle una forma que fuese legible para otro. Escribir me salvó de no ahogarme.

Pocos meses después de que me contratasen, nos mudamos a otra casa. Ya no éramos cuatro procesos de duelo a la vez. Ahora convivíamos dos procesos de duelo que habían madurado un poco pero que esta vez tenían la tarea de aprender a relacionarse de nuevo con sus circunstancias. Y eso es otra historia.


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