Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
alan riquelme
Photo by: Mykyta Nikiforov ©

Diario de un andariego: apología de la bicicleta

En la víspera de un nuevo desafío aventurero se avecinan tiempos de pedaleadas: 1.000 kilómetros aproximadamente, uniendo San Rafael con Buenos Aires. En mi añeja bicicleta negra estilo europeo, con frenos a varilla y cuadro de dama; más adelante nombrada como «La hormiga».

La idea es conocer el límite de quien escribe, sometiendo mi cuerpo y mi mente a unas 50 horas de pedaleada, dándole a la mente la posibilidad de pensar lo que quiera y como quiera. Diez días de actividad de 5 horas por jornada, 100 kilómetros por día. Llegar a un pueblo distinto cada tarde, dormir en la carpa que viajará atada en la parrilla de la bici, junto con una bolsa de dormir y el aislante.

Con las mínimas reservas de comida y agua, abasteciéndome en los pueblos por donde vaya pasando.
Una olla de aluminio, un poco de café para desayunos, un salero condimentado, un pequeño cuchillo, un chaleco refractario, dos o tres mudas de ropa. Calzado; sólo el que llevaré puesto. Tres libros: El extranjero de Albert Camus, El Lobo estepario de Herman Hesse y la biografía de Severino Di Giovanni, escrita por Osvaldo Bayer, este último para devolver a una gran porteña que alguna vez me lo confió. Un inflador chiquito que me prestó mi hermana, al igual que el aislante. Y alguna que otra cosita más.

En cuanto a sentimientos abstractos, tengo ilusión, muchas ganas, tranquilidad y confianza. Sospecho que serán días hermosos, ojalá así sea.

¡Hasta el obelisco de Corrientes y 9 de julio, no paro!

Firma: El Vendedor Ambulante de Libros.

 


 

1° parte

Puedo dar por concluida la primera etapa de pedaleo. La que, desde mi humilde planificación, sostenía que iba a ser la más difícil, la más desértica, la de trecho más largo entre pueblo y pueblo.

El tramo Alvear-Canalejas fue terrible. Es que se juntaron varias cosas negativas. Calor extremo y 100 kilómetros de la nada misma. Solo algún que otro algarrobo que aparecía cada tanto. Uno de ellos me dio sombra durante la siesta. Antes de salir, pensaba en cargar mis reservas en la estación de servicio de Bowen, ubicada en el km 777 de la ruta 188, pero estaba cerrada y aún faltaba más de una hora para que abriera. Así que decidí salir con lo que tenía; dos duraznos que me había dado Nico, mi hermano de la vida, y una botella con dos litros de agua. Recordemos que tenía que hacer 100 kilometros en pleno desierto. Hice 50 km y descansé a la sombra de un candén lleno de pájaros cantores. Salir de abajo de esa sombra me hizo pensar en el poder de la naturaleza, del campo y en toda su variabilidad de vida, y de muertes. El intenso calor y la fauna pinchosa me hicieron cuestionar seriamente, me pregunté si no estaría subestimando a la Madre Tierra.

Al salir de Bowen, cuando aún era de mañana, había encontrado a Luciano, un amigo desde mi pubertad que por estos años oficia de camionero, y él también me había obsequiado tres bananas que, a esa altura de la tarde, ya no existían.

Cuando creí que el sol ya no era tan potente, regresé a la ruta. Me tomé el último sorbo de agua que me quedaba y me comí el ultimo durazno pelón. Sentía que estaba bien de agua y alimento, no tenía nada para más adelante, pero estaba bien. El tema es que me faltaban 50 km para llegar a Canalejas. Y realmente hacía mucho calor. Como a los 10 km encontré un camión parado. Fui hasta él y pedí agua al chofer. Con desconfianza me dijo que tenía en el bidón y que seguramente estaría caliente. Le contesté que no importaba, que mi botella estaba vacía y cualquier agua me vendría bien. Él llenó otra botella y la llevó hasta un santuario de la Difunta Deolinda Correa que estaba a la vera de la ruta. El camionero se fue, y me tomé el atrevimiento de vaciar una botella de agua de la Difunta, en mi trapo y mi gorra para envolver mi cabeza. Volví a rodar hasta que pude llegar a una planta de gas que yace en el medio de la nada misma. Recuerdo que cuando llegué toqué el timbre dos veces. Nadie respondió. En la garita de seguridad no había nadie. Extremadamente cansado, me tiré en el suelo. Valoraba mucho estar despierto, sentía que con ese cuadro de deshidratación tranquilamente podría haber perdido la consciencia. Sentía cansancio, dolor, pero también placer.

Placer de no estar pedaleando bajo el sol. Valoraba estar tirado en el cemento a la sombra de una corrida de eucaliptos. Debió haber pasado media hora, no estoy seguro del tiempo que transcurrió mientras yo yacía tirado en el piso, hasta que llegó un chico y me despertó. Me preguntó si necesitaba algo. «Agua», le dije. Hizo otras preguntas de rutina como de dónde era, hacia dónde iba y si hacía mucho tiempo que estaba ahí. Me comentó que me había visto a través de la cámara de seguridad y por eso se había acercado hasta la puerta de entrada. Fue a buscar agua, me la ofreció, estaba muy fresca y luego de una cálida charla nos despedimos. El chico se llama Facundo.

Volví  a la ruta y aunque para ese momento deben haber sido mas de las 19 horas, el calor seguía extenuante. A los 10 kilómetros, otra vez el cansancio. Me crucé con otro camión, también varado al costado de la ruta. Llegué de nuevo con las últimas fuerzas hasta su sombra. Pedí permiso para tirarme al costado y los camioneros (que eran dos) me llenaron de preguntas. La verdad es que yo no podía responder mucho. Solo escuchaba sus comentarios diciendo que estaba loco. Que ellos jamás harían algo así, de salir a la ruta en bicicleta y bla bla bla. Me regalaron una confección de tres paquetes de galletas Traviatas. También los despedí y seguí por 20 km más.

El sol empezó a esconderse en el horizonte oeste y por el este se asomaba la Luna a la que faltaba un día para estar llena. Estando a 5 km de Canalejas, el límite interprovincial, la noche ya era total. Por suerte, no fueron muchos los vehículos que me superaron en ese último tramo.

Casi llegando a las provincias de Mendoza y San Luis, está el Iscamen, un ente que regula que no ingresen frutas y verduras a la provincia mendocina para evitar que entren plagas de insectos. Me presenté ante el agente del Iscamen, con la intención de encontrar un lugar en el cual armar mi carpa, y pudiera comprar comida. Me dio las indicaciones y me dijo que esperara al policía que me atendería. El policía tomó mis datos, y me dijo que tenía para mí, un pedido de captura, según su celular.   Yo no podía creer tremenda acusación.  Hablamos un rato, yo intentaba aclarar que no había motivos para algo tan drástico. Para mí, esas son palabras mayores ¡un pedido de captura! Era mucho. Me autorizó  a seguir con el viaje, advirtiéndome que más adelante, seguramente tendría problemas mas graves, ya que la policía de otras provincias me detendría sin ninguna comprensión. Busqué una proveeduría, pedí para cargar el celular, lo cargué pero no tenía señal. Compré frutas, agua y me fui a dormir.

En la mañana comencé mi tercer día de pedaleo, con Unión como objetivo. Debía pedalear un poco más de 50 kilómetros, la mitad de lo que venía haciendo anteriormente, pero con muchas subidas y no tantas bajadas. Los policías de San Luis se tomó su tiempo para hacer los controles de rutina, más en modo chismoso que policial. Al ver que me estaban quitando mucho tiempo les propuse «apurar los trámites», con la excusa de que no quería agarrar sol tan potente en la ruta. Aceptaron mi propuesta, me tomaron los datos, y me dieron ingreso a la provincia.

Empecé a pedalear. Tenía mucho viento en contra, pero me lo banqué bastante bien. Mas de diez pronunciadas subidas debí hacerlas a pie, con «la hormiga» a la par, debido a la intensidad del viento. Al mediodía llegué a Unión. No había nada abierto para comprar comida, sólo un kiosco donde me atendió Miguel y me recomendó ir a pedir alojamiento a los bomberos voluntarios. Salimos a la vereda a terminar nuestra charla justo cuando salió su vecina, quien muy amablemente me convidó una vianda de carne asada, ensalada y pan. Luego me fuí hasta el destacamento de bomberos voluntarios. Era domingo al mediodía y como para no perder la costumbre, hacía mucho calor. Lo bueno es que, en ese destacamento de bomberos, pude sentir que lo mejor del viaje, estaba por suceder.

Con lxs bomberxs compartimos una divertida tarde al aire libre, en el parque saludable. Y por la noche unas exquisitas empanadas fritas (pasteles en idioma mendocino) elaboradas por una integrante del cuartel. Dormí bajo techo, pude bañarme y por sobre todo, pude reirme.

El 4° dia de viaje comenzó muy temprano. A eso de las 4:30 de la mañana. Un muchacho del grupo de bomberos voluntarios de Unión, me obsequió 65 km en su trafic que usa para transporte de pasajeros, su otro trabajo. Me dejó en Nueva Galia y retomé la pedaleada (nuevamente con viento en contra) hasta Chamaicó, donde sentadito al sol, tuve que esperar que la policia de La pampa, me autoricé a entrar a su provincia. Gestioné el permiso nacional que me tardó 4 horas en llegar a mi cuenta de correo electrónico. Lo presenté en el destacamento y me autorizaron a seguir.

¿Y la hormiga negra? Una reina, un bombón echo bicicleta. Ha respondido con alteza los sobresaltos del camino. La que anda medio flaqueando es la carpa, a la que se le quebraron algunas varillas. Veremos que pasa luego del próximo campamento.


Photo by: Mykyta Nikiforov ©

Hey you,
¿nos brindas un café?