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Retrato de Gertrud Stein
Retrato de Gertrud Stein, Pablo Picasso, 1906

Sharon

Sharon apenas duró un día. Eso fue lo que tardó en decirme que no se llamaba así. Sin embargo, la primera imagen que guardo de ella no atiende a “Sharon”, sino a Gertrud, porque, cuando la vi entrar, sentí que Gertrud Stein rediviva había salido de su retrato picassiano y se sentaba sonriente frente a mi, a la mesa número 12 de Joe’s Pub, y me decía -mintiendo- que se llamaba Sharon. Siempre me tentará llamarla Gertrud. Y la llamaría Gertrud si no fuera porque tengo la sensación de que es un nombre de mal agüero.

Llamarse Sharon se le ocurrió a ella misma, cuando se presentó a la americana –Hi, I am Sharon-, con exceso de confianza aunque con tintes de candidez. Pero yo solo tenía ojos para Gertrud Stein, no para Sharon. Son las secuelas del icono-parasitismo, la enfermedad que me aqueja desde niña, que hace que las imágenes guardadas en mi memoria parasiten mi atención y compongan solas otras imágenes -compuestas, ficticias- con trasuntos de mis propios pensamientos y visiones, confundiéndome y, a la vez, enseñándome una realidad nueva. El icono-parasitismo es fulminante: en menos de un segundo mis neuronas secretaron decenas de Gertruds. La primera, la procelosa madre de Hamlet, a la que me era difícil ponerle cara. Cuestión de segundos fue que apareciera una mucho más rara, la Gertrud de Carl Theodor Dreyer, cuyo semblante nórdico se superpuso al rostro de Sharon, quien, ignorante de mi brote, daba sorbos generosos de su copa.

 

Nina Pens Rode
Nina Pens Rode, en un fotograma de “Gertrud”, de Carl Theodor Dreyer, 1964.

 

No recuerdo que Wagner utilizara el nombre de Gertrud en ninguna de sus óperas pero enmudecí cuando se me vino encima la cara de Gertrud Scholtz-Klink, una Gertrud nazi, en verdad tremenda, que no me pude quitar de encima durante un buen rato hasta que, por resonancia, se me acercaron Brunilda y Ortrud; esta última por pura aliteración, y la primera porque Gertrud posee una connotación nibelúngica, quiérase o no, lo que convierte a Sharon en una suerte de walkiria.

 

Gertrud Scholtz-Klink
Gertrud Scholtz-Klink

 

Yo escuchaba absorta a Sharon, mientras el desfile de Gertruds me parasitaba y emborronaba su rostro, fiero y suave a un tiempo. Pero eso no fue todo. Sharon -solo ella sabía entonces que no era Sharon- empezó a llenarse de más y más Gertruds. El brote de icono-parasitismo se agudizaba y me hizo entrar en Hollywood. “Gertrud” apareció de repente como el nombre que las famosas se vieron obligadas a cambiar para maquillar sus orígenes. No sé en qué momento me llegó el mito de la estrella que triunfa, a la que el sistema convierte en diosa, pero se me apareció la Eva Harrington de All about Eve (“Eva al desnudo”). A esta Eva, que tampoco se llamaba Eva, otro personaje del mismo film, el despiadado crítico Allison De Witt la “desnuda” con tan solo espetarle su auténtico nombre: Your true name is not Eve Harrington but Gertrud Slojinski. Segunda generación, al menos, de inmigrantes eslavos.

 

Anna Baxter
Anna Baxter en el papel de Eve Harrington (Gertrud Slojinski), en All about Eve, de Joseph L. Mankiewicz, 1950.

Sharon no se parece en nada a esta Gertrud, despiadadamente eficaz, aunque muy interesada. Pero es cierto que ambas son serviciales y sumamente eficaces. Cuestión de carácter: Eva llega muy lejos usurpando el lugar de los otros. Podría sospechar que si Sharon me cuida y protege es porque también quiere algo de mí, porque le intereso. Esa es una pregunta que me hago desde que llegué a Nueva York: ¿Me quieren porque quieren algo de mi? ¿Es lo normal y yo estoy anclada, como una dama digna y feudal, en el amor trovadoresco? ¿Soy acaso una inepta y no he comprendido que, aquí, amar es como hacer un Máster en Business Administration?

Sharon es el nombre que ella misma eligió mientras escuchábamos Pretty Polly, en la mesa número 12 de Joe’s Pub. Ella se puso Sharon pero yo antes le había puesto Gertrud. Y cuando pronunció su falso nombre de batalla, “Sharon”, se me vino encima la whiteness anglosajona USA con toda su waspez; aunque a ella le quede ya muy poco, o nada, afortunadamente, del pomposo entitlement del que hacen gala millones de neoyorquinos. Es lo mas parecido a un privilegio latente, no escrito; a un título nobiliario que ya no existe, como el de los hidalgos, o la pretensión de tantos hispanos -yo misma- de tener una abuela española, cuyo nombre es mejor mantener en el anonimato para que nadie pueda seguir el rastro y así maquillar mejor nuestro personaje.

Pero esto es pura ficción porque para Sharon la heroína americana del día no era ninguna Gertrud, y mucho menos Eve Harrington. Se habría reído de mí y me habría replicado, guasona, que los USA y su olimpo cinematográfico me habían icono-parasitado sin remedio. Algo en lo que, tal vez, no anda muy desacertada: Hollywood atonta. Cuando le pregunté, Sharon me dijo que para ella solo había una mujer en América digna en ese momento de ese título y que ésta era Angela Madsen, una deportista parapléjica que moriría días después, en plena crisis de Covid-19, mientras remaba en solitario por el Pacífico rumbo a Hawaii. Cuando la escuché decir esto, mi imaginación se detuvo en seco, y Sharon, quien quiera que sea o acabe siendo, volvió a ser ella misma.

 

Angela Madsen
Angela Madsen

 

Angela Madsen


Main Image: Retrato de Gertrud Stein, Pablo Picasso, 1906.

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