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manny lopez
Photo by: Thomas Claveirole ©

El peso de las pajas

 

Episodio 1:   Entre dos hombros

De regreso a casa siempre viaja sentado entre dos personas. Sube al tren en la 42 como una fiera en busca de su presa. Empuja. Da codazos. Bloquea la entrada como si fuera la Muralla China. Cuando enfoca y ve que existe un pequeño espacio entre dos, ahí se detiene.

Casi siempre va ubicado entre dos hombres. Dos hombres muy diferentes entre sí. Dos hombres muy diferentes a él. Hoy, por ejemplo, le tocó un señor mayor que lee el New York Times y huele a café recalentando. Cada vez que pasa una página, siente el olor del periódico en su cara. Es más, le apetece ese olor a periódico que ha estado gran parte del día al sol. El señor mayor tose repetidamente. Siente como reacomoda el catarro encerrado en su garganta. Esa flema verdosa que desprende uno, él lo mantiene dándole vueltas en su boca, en esa caverna de dientes extraviados. No tiene idea en cual parada se bajará. Aunque tiende a adivinar el destino de cada uno. Juega un poco a ser adivinador buscándole un paradero a cada hombre que se sienta a su lado. Ha decidido que el señor mayor se bajará en la 168. Y así ha sido.

Del otro lado viaja un cuarentón corpulento, negro americano con barba y headphones blancos que lo protegen de su alrededor. Mueve su cabeza con ritmo seductor mientras escucha a Barry White.

Cause you keep telling me this and telling me that / You say once I’m with you, I’ll never go back / You say there’s a lesson that you want to teach / Well here I am baby, practice what you preach…

No logra enfocarse, no logra penetrarlo. La música que se escapa de los audífonos lo mantiene entretenido. Seguro es una herramienta del negro para que él deje de mirarlo y se rinda. No lo conoce. Es incansable en su acecho cada tarde sentado entre dos hombres. Esos minutos de placer, que pueden ser solamente diez o el trayecto completo hasta Dyckman, son ahora mismo su razón de vida. Ese roce de piernas, o cuando el tren frena repentinamente y se le vienen encima y él choca con el hombro al otro lado; segundos de puro éxtasis.

Lanza su predicción prematuramente. En voz alta dice: “la 215.” Nadie lo mira, ni le contesta. El tren 1 llega a la 191, y para su sorpresa, el negro se baja. Se siente defraudado, su segunda parte del experimento ha fallado.

Por unos segundos cuestiona su método. Está dispuesto a todo. Incluso, soporta el fuerte olor a sudor, o el residuo de comidas (una gama de olores: perros calientes a souv lakis) que a veces llevan impregnados en sus abrigos estos personajes. Ya ni usa colonia, no quiere apagar los olores que lo acechan. Le seduce ese arcoíris de olores que a veces hasta le provoca estrujarse contra el que lo posee.

Su parada se asoma a la vista. Le gusta demorarse en bajarse del tren. Quedarse rezagado a ver si atrapa una mirada, aunque sea de refilón. Nada pasa. Es un día común, un día destinado a la rutina. Antes de bañarse se recostará un rato, e intentará masturbarse pensando en esa posición estratégica entre dos hombros.


Photo by: Thomas Claveirole ©

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