Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
esteban escalona
Photo by: Jason Thibault ©

Conversaciones en la ciudad

Cuando decidimos venir a Nueva York, pensé inmediatamente en cómo lo iba a hacer para sobrevivir en una ciudad tan peligrosa en donde solo viven tipos ambiciosos, apáticos y violentos. Una imagen muy negativa que probablemente me dejó el Hollywood de los setenta y que tanto cuesta sacar de la cabeza si nunca has visitado la ciudad. Pero ¡que prejuicio más injusto!, porque no hay nada más agradable que conversar con un neoyorquino (exceptuando a mi vecino), intercambiar ideas, observar las expresiones de rostros que siempre creo haber visto en otro lugar, otras calles y me confundo en medio de la desenvuelta naturalidad de una ciudad cosmopolita y mundial. ¿Que hermosos dioses inspiran a esta ciudad? Estén cansados, desaliñados o eufóricos, caminan con la frescura de quienes acostumbran a hacerlo sobre una imaginaria alfombra bordada en oro. Conversar con un neoyorquino debería formar parte de cualquier paquete turístico, porque dependiendo del interlocutor, puede resultar una experiencia tan interesante como visitar el MET o el Museo de Historia Natural. El escritor argentino, Manuel Puig, en su libro de crónicas “Nueva York 78”, nos cuenta que por la ausencia de cafés donde reunirse, era muy común ver en esa época a jóvenes conversando en las veredas, para así “espantar al fantasma numero uno de las grandes ciudades: la soledad”. Un positivo cambio que notó Puig, porque en los sesenta, según él, era todo muy diferente. Según mi amigo chileno que vive hace más de treinta años en la ciudad, Esteban Vergara (el “Pepe Grilloyorker” de mis aventuras), todo cambió después de las Torres Gemelas, “la gente como que se sensibilizó, sintieron esa necesidad de conversar”.

Recuerdo que una tarde estábamos junto a mi pequeña hija en el andén de South Ferry, buscando que tren tomar a casa después de dar un paseo por Staten Island. Fue entonces que un caballero, al verme quizás confundido, mirando una y otra vez los letreros con las direcciones y las rutas de los trenes, se acercó a preguntarme si necesitaba ayuda. Así, a semanas de haber llegado a la ciudad, partió mi primera conversación con un neoyorquino. Me contó que se jubilaba a fin de año del sector público (no entendí de qué servicio público), que era de Canadá, que llevaba casi cuarenta años en la ciudad y otras cosas sobre su vida que me parecieron interesantes principalmente por el interés que mostraba en conversar; pero había algo que quería decirle, y es que era idéntico a un famoso actor chileno, ¡Alex Zisis!, le dije mientras le mostraba la foto que bajé de la internet a mi teléfono. El respondió con total desplante:

—¿Es una buena persona?

—Creo que sí.

—¿Tiene una bella esposa? Y… ¿dinero?

—Me imagino que si.

—Ah! — me dijo en un tono festivo—, entonces se parece a mí.

Lamento no haberle preguntado su nombre, pero es el tipo más agradable que he conocido en esta ciudad. Desafortunadamente se bajó pronto, en la Catorce con Union Square.

Los humanos, indudablemente, somos seres sociales que buscamos la compañía del otro, porque sólo de esa forma podemos sobrevivir, crecer, innovar, ser más empáticos y aprender, como por ejemplo, sobre los problemas del primer mundo. Fue un domingo en el Trader Joes de Columbus con la 93rd St., donde conocí en la fila de la caja a una chica que llevaba a su pequeño perro entre sus brazos y quien me contó con su voz segura y acelerada, entre otras cosas, que su perro de mirada asustadiza se llamaba Cooper, “¡saluda Cooper!”, que era productora de televisión, que había llegado desde Los Ángeles y que recién venía de una cesión de acupuntura en Lincoln Square. Yo le dije entusiasmado (al encontrar un tema en común) que en Chile también me hacía acupuntura. No fue necesario que me dijera lo que pensaba, porque su mirada me decía claramente “such an idiot”. Miré a mi alrededor buscando una explicación que no tardó en llegar, porque me dijo mirando a su mascota que tiritaba, la acupuntura es para Cooper”. Fue lo último que hablamos y yo me quedé con la amarga sensación de que ella era la responsable del estado del pobre Cooper.

En general, los neoyorquinos son tipo muy espontáneos que siempre van a sentir la seguridad de decirte algo que les agrade, ya sea en la calle, el metro, el playground, en cualquier lugar te dirán algo que les haya agradado o llamado su atención; pueden ser, tus zapatos, el peinado, la chaqueta, el bolso, lo que sea y quizás es el mecanismo de compensación que han desarrollado en una ciudad solitaria y en constante movimiento. He vivido situaciones curiosamente divertidas, como la vez en que esperando el cambio del semáforo, una señora miró a mi hija y muy seria nos dijo: “no le combina para nada la ropa, pero es tan linda que no importa”, yo le sonreí y le respondí confundido “thank you”, porque no supe si molestarme o no con el inesperado comentario porque justo ese día, yo la había vestido.

Hace unas semanas comencé mi curso de inglés en la Biblioteca Pública y uno de los primeros consejos que nos dio la profesora Lin, fue conversar con desconocidos, lo cual no ha sido difícil de hacer. Nos recomendó lugares como el metro, museos o las cientos de ancianitas que merodean por el Central Park. Luego con un tono de picardía nos advirtió: “ni se les ocurra intentarlo en Grand Central o Wall Street”. Conversando con una apoderada de la escuela de mi hija, que llegó desde Miami hace diez años, nos reveló que los primeros tres años en Manhattan son como una de luna de miel. Yo estoy viviendo esa primera etapa de encantamiento, donde todo es nuevo, porque lo que haya visto, escuchado o pensado sobre Nueva York tengo que desterrarlo completamente de mi mente, porque Nueva York es una ciudad que puede ser tantas ciudades como acentos puedas distinguir en sus calles, es una ciudad llena de sorpresas, como esa de volver a fascinarme con la conversación de un extraño.


Photo by:  Jason Thibault © | Flickr

Hey you,
¿nos brindas un café?