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keila vall
Photo by: Charley Lhasa ©

Hide & Seek: Bekk Viggo

Después de dejar a mis hijos en el colegio, y estacionar mi monopatín en los cajones que hay allí en la entrada, me dirigí a Central Park por la calle ochenta y tantos con la intención de correr una vez cruzada la última avenida que lo separa de la vida urbana. New York también es una ciudad verde, de temporalidades largas, cápsula sin lugar. Con esta breve meta en mente iba caminando, cuando en algún recuadro de cemento en la acera veo una marca de esas hechas en el pavimento fresco, dos sucesiones de letras pequeñas, ¿dos palabras?, en una esquina.

Bekk
Viggo.
Es difícil ahora saber si eso era, pues esto ocurrió hace unos cuatro días, he vuelto a la misma calle y he buscado esta señal, como para asegurarme que existe. Nada. Hay caminos que desafían la intención: no se recorren dos veces. El caso es que ese día al ver aquella marca no me di cuenta siquiera de que la vi. Pasé de largo. Me fui al parque. Corrí. Cuando iba de vuelta hacia la escuela para buscar mi vehículo a dos ruedas y venirme a casa, sin motivo aparente bajé la mirada. En el mismo sitio.
Bekk
Viggo.
Fue entonces que procesé una memoria previa. Me asombró descubrir esa ceguera inicial. Pensé, y esto me asustó: si no la hubiese visto por segunda vez, de no haber bajado la mirada al piso casualmente en el exacto lugar en el que aquel tatuaje urbano vive, jamás la hubiese visto en lo absoluto. Haber posado sobre ella la mirada la primera vez no fue garantía de verla realmente.

Me pregunté entonces cómo es posible, cuán improbable bajar la mirada en el mismo punto dos veces. Improbable que haya sólo una marca, una en esta calle, una en el Upper West Side, una en esta isla con parque en el centro, una en el universo, y que así, mínima como es, la encontrara sin buscar, dos veces, en un mismo día. Infinitos centímetros. Un vector único. Y luego: nada.

La misma cosa ocurre con las verdades, pensé, las ves, pero no necesariamente te das la oportunidad de procesarlas, de aceptarlas, de saberlas. No te das la oportunidad de saberte sabiéndolas. Hasta que te descubres por segunda vez en el mismo lugar. Hasta que tropiezas de nuevo con la misma piedra, dirían. Las verdades son evasivas. Puedes no verlas, y de verlas, no entender su significado, pensé entonces intentando dar sentido a aquellas nueve letras. Bekk Viggo. No verlas, o no entenderlas, no quiere decir que no sean, que no estén.

Continué mi ruta y a medio camino en Broadway Avenue, esperando el cambio de semáforo en la isla central, entre el canal orientado al norte y el que va hacia al sur, encontré en el cemento la cola de una pantera negra. Posada allí. Una cola rellena de felpa. Un poco sucia. Un poco mojada, me dio la impresión. Me produjo algo de ternura. Parte de un disfraz, o de un peluche. Memoria imposible de una pantera negra. Fragmento abandonado. Me produjo algo de tristeza. Memoria triste de un animal impostor. Una media verdad, pensé. Lamenté en ese punto no haber llevado la cámara conmigo. No lo olvides, me dije a mí misma al cambiar la luz.

BekkViggo / la cola de una pantera negra.

No olvides.

No lo olvides.

Llegué a la escuela.

Tomé mi patineta.

Y me vine a mi casa.


Photo by: Charley Lhasa ©

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