Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
daniel campos
Photo by: juan verdera ©

La orquídea y las calas

Cinco botones púrpura asomaron hace algunos días en la orquídea de la sala en casa de mis papás. Durante la resplandeciente mañana de ayer se abrió el primer botón. La flor viró hacia el patio de luz que ilumina el interior de la casa. En ese patio mi mamá ha cultivado con cariño y creatividad un bellísimo jardín desde mi infancia. Siempre que he regresado de mis andares peripatéticos a casa, la exuberancia tropical del jardín me ha embelesado. Quizá también embelesó a la orquídea. Quieta, serena y elegante, su flor púrpura parecía observar a las calas blancas que acariciaban el aire del jardín interior. Segura de su belleza y valor, sentía que las calas la saludaban al mecerse en la brisa.

Soñando con esa imagen, he despertado de madrugada en mi apartamento josefino. Miré el reloj. Sus números verde neón resplandecían en la oscuridad: 3:33 a.m. A las 3:41 a.m. empezó a darme su serenata el yigüirro que canta de madrugada en mi jardín. Escuchándolo en silencio, intenté componer mentalmente un haiku sobre las calas blancas que florecen en el jardín de mi mamá. Hace días lo venía intentando sin lograrlo. A las 4:04 a.m. me levanté, encendí la luz y anoté estos versos con un cabito de lápiz en un papel cualquiera. No tienen forma de haiku, pero expresan lo que siente la orquídea, serena y segura de sí misma, y conservan, espero, la sencillez minimalista del arte poético japonés.

Cala blanca:
la cóncava palma
de tu mano nívea
danza en la leve brisa
bajo la luz tropical,
saludándome.


Photo by: juan verdera ©

Hey you,
¿nos brindas un café?