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fabian soberon
Photo Credits: Nano Anderson ©

La escritura de Montaigne

El joven está en el cuarto austero. Lee en latín las palabras de Virgilio y de Ovidio. Los ve en las hojas así como nosotros veremos su voz. No se mueve; lee y escribe y la tinta le ensucia las manos. Está solo.

Diez años después, el maduro Montaigne no ha salido del cuarto y lee, solo, las futuras palabras en francés. No se ha acabado la tinta y sus manos tensas copian los versos romanos. Piensa que mañana será una página y que su río será un océano de páginas y que su incalculable memoria será un dibujo del tiempo para nuestros ojos.

Veinte años más tarde, el anciano Montaigne continúa en su cuarto. Sigue leyendo y escribiendo. Las arrugas invaden su blanca piel y las manos, lerdas, pintan cada letra. A sus espaldas, la biblioteca arde. Suspira cada vez que piensa en la muerte. La imaginación, la poesía, la amistad, los caníbales, Cicerón, son algunas de las líneas que esbozan su rostro. Cada vez que anota una nueva palabra, piensa en la muerte. Ensaya la muerte.

Cuatrocientos años después, el viejo Montaigne escribe para nosotros, lee y piensa para cada uno de nosotros. Cada color de nuestro rostro, cada mar, cada soledad, cada susurro es un dibujo de la memoria de Montaigne.


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