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daniel campos
Photo Credits: Mark Zaugg ©

“Recorrer distinto las mismas calles”

El arte de regresar de un emigrante a veces consiste en “recorrer distinto las mismas calles”, como dice un verso escrito por Fidel Gamboa, músico costarricense.

Un miércoles de enero decidí ir a ver una nueva versión cinematográfica de Macbeth en el Cine Magaly, la mejor sala de cine-arte de San José. Fui a pie. Salí de mi apartamento después del atardecer, con suficiente tiempo para andar despacio y reconocer lugares.

En el puente peatonal sobre el cruce de la ruta de circunvalación en Guadalupe, recordé que en la época del colegio yo a menudo acompañaba a mi abuela Dora de su casa a la de mi familia y luego de vuelta. Pasábamos siempre por el puente. Lo hicimos por años hasta que ella ya no pudo hacer la caminata y empezó a viajar en taxi, incluso en tramos cortos. Pero aquella tarde, al cruzar el puente y mirar al sol poniéndose detrás de las montañas al oeste, sentí que todavía caminaba con ella y contemplábamos juntos los arreboles.

Cinco minutos después de haber atravesado el puente, pasé frente a su antigua casa en el barrio Colonia del Río. En esa casa esquinera, de madera, celebramos en familia muchos Días de la Madre y Navidades. Tíos, tías, primos, primas, mis papás y hermanas: todos nos reuníamos allí para disfrutar juntos y saborear las delicias que cocinaba mi abuela Dora.

En esa misma casa yo la visitaba a menudo en las tardes. Ella me servía té y galletitas, en tacitas de cerámica, sobre finos mantelitos individuales, y tertuliábamos. La casa siempre fue blanca y en el segundo piso, junto a la cocina, había balcón. Allí me paraba yo a veces a observar el centro de la ciudad pocos kilómetros al suroeste, mientras ella me hablaba desde la mesa de la cocina.

Deleitándome con esos recuerdos continué mi caminata hacia el Centro Comercial de Guadalupe, por la calle aledaña al barrio. En mis años colegiales caminaba también por allí para buscar a mi abuelo Enrique. Él salía de casa en las mañanas, caminaba con sus muletas, pasito a pasito, hasta el centro comercial y se sentaba en una banquita en el jardín frente al supermercado a ver gente. Aunque ya no encontré al jardín, la banquita, ni a mi abuelo, sí encontré gente en el mercado que, después del trabajo, hacía compras para cenar en casa.

Bajé la cuesta hasta el río Torres, crucé el puente de Incurables y pasé al lado de mi escuela, la México. Ya había caído la noche. No había estudiantes a esa hora. Pero me imaginé que al día siguiente la México estaría llena de chiquillos jugando futbol durante los recreos. Continuarían “mejengueando” incluso después del receso, hasta que su «Niña» les tendría que mandar a llamar para que volvieran a la clase. Así me sucedía con mis compas. Excepto que ahora las chiquillas que quisieran se apuntarían también a jugar futbol. Los tiempos cambian, por dicha.

Luego subí la cuesta y pasé frente a la Iglesia de Santa Teresita, de fachada blanca y cúpula roja, donde mi abuela asistía a misa. Continúe a lo largo de la Antigua Aduana, observando sus paredes de ladrillo rojizo, y crucé la línea del tren. Lo hice con cuidado pues hace algunos años se reactivó el servicio de tren de pasajeros, después de la maliciosa decisión neoliberal de cerrar los ferrocarriles a fines del siglo pasado. Pero frente a la línea férrea no hallé barreras de seguridad ni señalización. Como todos los peatones, tuve que pellizcarme y cruzar atento para que no me llevara el “chunche” en banda.

Llegué al Magaly y había mucho público esperando para entrar. Presté atención a los acentos ticos, todos parecidos, y miré los rostros, tan diversos. Había vivido muchos años fuera de San José y aún me extrañaba un poco al pasar por los mismos lugares de antes. Pero yo los recorría distinto. Escuché en mi mente los versos de Gamboa interpretados por su grupo, Malpaís:

«Regresaré con prisas en la garganta

A recorrer distinto las mismas calles,

Las mismas avenidas y ventanas,

Las soledades…»

Pero yo no me sentía solo. Me acompañaban en el corazón las personas que había amado y las que continuaba amando. Y andaba atento con mis cinco sentidos para estar presente y percibir las novedades en el entorno.


Photo Credits: Mark Zaugg ©

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