Durante horas me detengo en las formas de las nubes. ¿Qué hay? La reaparición del pasado, la posibilidad blanda de un pretérito abierto, insomne, futuro. Eso veo: un tiempo plástico. En las nubes rojas y en los ocasos inciertos, la sombra del futuro se convierte en frágil curva nubosa.
Rojas, entonces, fugaces, altas o delgadas: nubes tímidas y aguerridas que asaltan el cielo como si el océano fuera infinito. El cielo me acaricia suavemente y me anima a poner la pava y a volver al balcón. Ya es la hora justa: esa en la que el cielo se vuelve noche y las luces eléctricas chocan en el espejo de bruma crepuscular.
Luego, apenas un humo se dispersa en la oscuridad plena. Y es una fumarola lívida, tácita, la que se mezcla con el humo del café.
El cielo es un mapa de mis expectativas y desilusiones.
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