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arturo serna
Photo Credits: Marcos Lomba ©

La nave del humo

No entiendo a los que no tienen vicios. Literalmente: no entiendo. No se puede vivir sin el descontrol. Fumar es para mí una forma de ejercer el pensamiento.

Por la noche, entro al balcón, contemplo la estridente caja exterior y me ubico al lado de la reja que separa mi habitáculo de lo que me es ajeno. Con pausa, sin presión, saco la silla, coloco el paquete lleno en la mesa chica y dejo que el mundo entre en mis pulmones. La contemplación es un arte mayor: no se reduce a una actividad del ojo. Es, antes que nada, un ejercicio que surge de la relación entre los sentidos y el mundo. Más allá del hermetismo alemán, estar en el mundo significa dejar que la complejidad del mundo roce cada una de las células de mi cuerpo. En ese estado-acción, no soy un todo hueco sino una nada que piensa, una nada llena con la sustancia fervorosa del mundo. No me gusta el silencio puro: prefiero el brebaje hecho de estridencia y fabulación. En ese brebaje levanto el paquete, tomo uno de los cigarrillos y lo coloco en mi boca. El roce mínimo del filtro en mis labios me depara una satisfacción sin nombre. Enciendo con el pulgar el aparato transportador y luego me subo a la nave del humo. Ya en el viaje, el mundo es otro. Yo soy otro.

Fumar no es perjudicial para la salud. Es el motor que me ayuda a vivir.


Photo Credits: Marcos Lomba ©

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