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paola herrera cronica
Photo Credits: Richard P J Lambert ©

Silent

Ha tenido la osadía de decir que no se halla sin mirarme, yo por mi parte oculto la verdad.

Son las 16:15, llovizna, la temperatura se encuentra en los 14°C, la primavera me sonríe, las calles me arrinconan la vida. Bebo café y lo acompaño con un alfajor, -no vives en Buenos Aires si no amas los alfajores-. Frente a mí la escultura femenina, sonríe, sonrió, hablamos de la rutina, de mi adaptación rápida a esta ciudad, de mis ganas de querer conocerla en un santiamén, del poco tiempo que dispongo y además de lo imposible que es terminar de conocer Buenos Aires. Evito la conversación principal, la esquivo con dulzura, con alevosía. Me oriento a escuchar sus historias laborales graciosas mientras, sorbo a sorbo, voy terminando mi café. Observo mi carmín en el borde de la taza, escucho, pero pienso en otras cosas, no quiero parecer desinteresada. Se da cuenta de mi descuido y me dice «te quiero» y se paraliza el globo terráqueo de mi existencia.

No le respondí, solo miré sus ojos un rato, como contemplando la verdad en cuerpo y alma. Era real, era sentido, había salido de su boca como salen las flores en primavera, así de bonitas y relucientes. Bonitas y seductoras. Yo que nunca sé cómo enfrentar tantos sentimientos al aire, me quedé muda, el silencio empezó su función. Entendió y se despidió con un beso en la mejilla a la vez que me decía «Gracias».

Son las 21:28, la temperatura es de 11°C, estoy en la terraza mirando el crepúsculo, las calles húmedas, el suelo mojado, los árboles lloran, ha dejado de lloviznar ya. Mi conciencia no está tranquila, me siento culpable, a lo lejos la sirena de una ambulancia, el tráfico fluye con dificultad, el gélido céfiro me invita a resguardarme. Regreso a mi habitación, abro WhatsApp, escribo tres palabras «Te pido perdón». Veo el «online», no responde. Pasan alrededor de 12 minutos cuando recibo una respuesta, la leo con nerviosismo, nunca se está bien si tienes en tu ser el peso de no querer lastimar a nadie, pero igual lo estás haciendo. Su respuesta fue «Re tranqui, no es obligatorio querer a alguien». No hubo más respuestas y me sentí una boluda.

Son las 6:17 am, abro los ojos, el clima ya no es el de ayer, miro el sol entrar por las rendijas de mi ventana, tengo más motivación, me digo a mí misma «Otro día que te despiertas en la ciudad de la furia, sé feliz aunque sea a ratos».

Una vez aprendí que el silencio hablaba más que las palabras, que el que calla otorga. Ciertamente la vida es un montón de cosas que no decimos por razones sumamente insanas. La vida es también un montón de cosas que nos guardamos por el miedo a las consecuencias de darle luz a todo lo que eres. Cuándo comencé a escribir entendí el por qué mi silencio era pesado y caluroso, agotador e infernal. No había encontrado la tinta ni el papel y cuando lo hice, me sentí aliviada. Sin buscarla encontré la cura para esa manía común de nunca decir nada.

El papel mi refugio, la tinta mi verdad. Han pasado 9 años y aún así no he aprendido a decir las cosas sin tener que escribir, mi voz son las letras, esos pequeños caracteres que al unificarlos hacen magia y expresan tanto en tan reducido tamaño. Son los átomos de mi verdad. En ocasiones me cuestiono y me digo que es cobardía no decir las cosas a la cara del otro, pero si lo hago, lo hago cuando hay injusticias, lo hago cuando me enojo, lo hago cuando debo enfrentar problemáticas absurdas, cuando debo discutir expresando mis opiniones, cuándo debo defender mis ideales y creencias, pero cuando se trata de mis sentires, de mi parte subjetiva-amorosa soy un desastre, como un meteorito cayendo en la faz de la tierra, como un choque de dos autos en una carretera, como una ráfaga de disparos al aire.

Desde mi sincericidio y mis sacrilegios. Desde mis infiernos y mis cielos, desde mis mentiras piadosas y mis verdades absolutas, le aconsejo al mundo liberarse de las cadenas que atan los latidos del corazón y lanzarse a nadar entre la vida marítima de los sentimientos más profundos hasta aquellos que solo encontramos en la superficialidad de la existencia.

Y ojalá tú, que me lees me perdones la vida. Yo sencillamente sé querer de una manera silenciosa y cuando me atacan como lo hiciste tú, me muero sin saber resucitar y me entierro lejos de lo que florece porque me dan miedo las raíces muertas, las flores que sin crecer ya brotan marchitas y sobre todo me da miedo que me quieran sin saber hasta cuándo. Porque hay quienes te quieren hasta mañana y hay quienes te quieren para toda la vida aunque ya no estén en la tuya. Por eso escapo entre silencios.


Photo Credits: Richard P J Lambert ©

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