La bañista se detiene, controla su paso, remoja sus piernas y mira hacia abajo. Detrás, el oscuro y vago resplandor del día o de la noche, refulge opaco y macilento.
La figura tímida y gruesa tiene la indiferencia de un futuro rectángulo ruso.
El pintor se ha demorado en cada uno de los rasgos de la cara, el pelo, el vestido, el agua turbia, las manos. Pero hay ciertos aspectos de las cosas y de la piel que se distinguen no por su transparencia sino por el alto grado de opacidad: más concretamente, esas cosas entre las cosas están pintadas con un anticipatorio nivel de abstracción que abisma, que extraña.
Rembrandt ha creado la pintura de la mancha antes del arte abstracto ruso o norteamericano. En los pliegues blancos del vestido y en el agua turbia, el pintor despliega un arte de la mancha, de la textura. Si recortamos el cuadro, si nos acercamos a las partes del vestido y el agua, vemos que esas formas han sido tratadas como focos independientes, como figuras geométricas. No sorprende la habilidad de Rembrandt (en otras pinturas vemos el oficio de alguien que se demora en las pinceladas como sujetos con cierto grado de autonomía) sino el ojo avizor, el microscopio de alguien que se anticipa a una mirada del porvenir. La mancha en el cuadro de Rembrandt no tiene un lugar menor. Al contrario, sectores cruciales de la tela están tratados como siluetas que se desprenden de la composición general. No se trata de un artificio sino de un ojo entrenado en los tratamientos de la luz, la oscuridad y la superficie. Rembrandt nos dice que el cuadro no es una imitación de la naturaleza ni una copia de lo real. El cuadro, para Rembrandt, es un cuadro, una ficción, una creación individual. La mancha demuestra que el plano tiene valor como superficie y como textura.
En los centros geométricos de la bañista, el cuadro es anticipatorio y antirrealista, abstracto: la “bañista” desmorona la idea del espejo. El encuadre no selecciona la realidad sino que habilita un centro de invención pura. Para Rembrandt, un cuadro no es una ventana sino un artificio pictórico, un lugar para el solaz experimental de la mirada.