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Daniel Campos
Photo Credits: Yasmin Littler ©

Luz presente en La Libélula

Mientras desayunábamos, en la terraza de la casa rural, con café negro y tortillas de maíz recién palmeadas, Luz miraba al vergel de La Libélula, una chacra escondida en un rincón agreste del Pacífico Central costarricense. Aunque canta constantemente, ya sea canciones populares de “su” época o himnos cristianos, y aunque gusta también de conversar, guardaba silencio y observaba.

Los colibríes canela (Amazilia rutila), de plumaje cobrizo, llegaban a chupar el néctar de las florecillas púrpura del arbusto «rabo de zorro» (Stachytarpheta spp.). Entre el árbol de mango y el de mamón criollo, un dúo de soterreyes nuquirrufos (Campylorhynchus rufinucha) cantaba su melodía. Esta pareja de aves de alas y cola barreteadas, nuca rojiza y cresta negra con lista blanca sobre los ojos, recogía pasto seco para construir su nido en un naranjo.

El carpintero lineado (Drycopus lineatus), con su puntiaguda cresta roja que coronaba su cuello y dorso de plumaje negro y lista blanca, se prendía de las ranuras del tronco de una palmera seca y lo taladraba con el pico. Las reinitas de manglar (Setophaga petechia), de plumaje totalmente amarillo excepto por tonos oliváceos en las alas y tenues listas rojas en el pecho, volaban alrededor de las copas de los almendros en flor para comer mosquitos. Mariposas, también amarillas ellas, revoloteaban por entre las flores anaranjadas de los malinchillos (Caesalpinia pulcherrima). De repente un fruto maduro de noni cayó del árbol al lado de la terraza y se reventó al caer sobre la tierra.

Luz miraba todo esto con sus atentos ojos café oscuro, aguzados por más de ochenta y cinco años de vida. Yo me preguntaba si estaba absorta en reflexiones abstractas. Entonces comenzó a cantar:

Ayer ya pasó,
mañana no sé si vendrá,
un día a la vez, Dios mío,
es lo que pido de ti.

No estaba absorta en pensamientos, sino presente, contemplando y deleitándose en el momento y el lugar donde se encontraba.

Era la última mañana del 2014, horas antes de la Noche Vieja. Desde entonces, cada vez que despedimos un año viejo y recibimos un año nuevo, rememoro aquel desayuno frente al vergel de La Libélula. El recuerdo ilumina mi ser interior. Renuevo mi propósito de acatar la filosofía vital de su cantar: “Un día a la vez, Vida, es lo que agradezco de ti”.


Photo Credits: Yasmin Littler ©

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