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daniel campos
Old woman's hands with deep wrinkles and protruding veins tucked between her legs. She is wearing a bright green sports suit.

La tica y el ruso

Mientras me rapa, me mira a través de sus bifocales, arquea las cejas y contrae los labios de tal manera que parece muy seria. Pero es más bien tímida. Hace más de veinte años que me corta el cabello en mi barrio josefino. La peluquería queda en la planta baja del edificio donde mi tío Yique tenía su consultorio médico y yo pasaba a visitarlo a menudo en mi adolescencia. Por ello me quedaba fácil cortarme el pelo con ella. Ahora en realidad me rapa pues no me queda cabello que me corte, pero sigue trabajando con el cariño y esmero de siempre. Hasta me lava la cabeza con champú, lo cual no es más que un masaje gratis del cuero cabelludo. Pero me relaja tanto que yo nunca le pregunto si es necesario.

Ya ha pasado de los sesenta años. La firmeza de su tez canela ha cedido un poco, pero aún lleva largo, recogido y brillante el cabello negro y crespo. Cada vez que aparezco, me pregunta cómo estoy, cuánto tiempo visitaré esta vez, qué tal mi familia (sabe que soy sobrino del doctorcito que ya murió: “Tan buena gente que era él”), cómo van las clases allá en la Yunai, si hace mucho frío o mucho calor. De hecho, hasta me espera pues sabe que siempre llego a verla por las mismas fechas.

Esta vez, mientras conversamos, entra a la peluquería un señor blanco, muy alto, de ojos gatos y pelo canoso cortado al rape. La saluda y ella le sonríe sin decir nada. Él le dice que ya vuelve y sale. Me parece que su acento no es tico, pero no estoy seguro. Entonces ella hace silencio un momento y me dice:

—Él es mi esposo. Es ruso —.

Sorprendido, me doy cuenta de que después de veinte años ella sabe mucho sobre mí, pero yo sé muy poco sobre ella. Intrigado y bastante avergonzado por nunca habérmelo preguntado, le digo:

—¿Sí? Yo no sabía. ¿Y cómo se conocieron?

Entonces me cuenta su vida en dos toques, con la brevedad característica de su introversión:

—Diay, yo era casada pero enviudé muy joven y me tocó criar a mis chiquitos sola por muchos años, hasta que crecieron y estudiaron y se casaron. Entonces él vino a trabajar a Costa Rica como ingeniero en un proyecto. A mí desde chiquitica siempre me había llamado la atención Rusia. Me gustaba leer libros sobre la historia y los lugares y las culturas rusas. También hubo una novela, Ana Karénina, que me gustó aunque me hizo llorar mucho. Entonces una vez fui a un evento cultural ruso y él estaba ahí. Nos conocimos y nos gustamos. A él le gustaba Costa Rica también y entonces decidió quedarse aquí conmigo y nos casamos. Yo digo que es el destino—. Al decir esto último sonríe como una niña y acto seguido se ríe con timidez.

Esa sonrisa y esa risita sí las conozco. Me enternecen. Ella regresa a su timidez y a hacerme preguntas a mí. Le respondo mientras me alegro por su felicidad.

Pienso entonces en la maravillosa sensación de cruzarte con alguien que sentís que has conocido desde siempre aunque no la hubieras visto antes y en la deliciosa experiencia de descubrir a quien siempre estuvo allí en tu vida, aunque no te hubieras dado cuenta.


Photo Credits: Horia Varlan

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