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Fabian Soberon

Marcial llega tarde

Marcial Gala llega tarde. Entra lento y feliz al bar La Ópera, en Buenos Aires. No hay huella de culpa ni de susto. Me estrecha su mano sonriente y se acomoda en la silla. Como un deportista olímpico, rápidamente despunta su instrumento y me habla de su oficio. Marcial es cubano pero hace meses que pasea por Buenos Aires como un turista en fuga.

Miro por la ventana abierta y escucho la respiración de la ciudad. Giro mi cabeza y sigo las palabras de Marcial. Me cuenta que entró al país por Jujuy y que ha visto los campos sembrados y el espacio interminable de la Puna. Marcial tiene una hipótesis. Sostiene que en los rincones perdidos de los cerros, allí donde la policía política no llega, el hombre puede ser libre. Cree que en esos pueblos abandonados de la Argentina si un carro no lleva chapa, puede circular sin problemas, como un ilegal tranquilo.

Pienso en los asesinos inolvidables de su novela La Catedral de los Negros. Pienso en El Gringo, ese insuperable gangster de la carne, el curioso vendedor de cadáveres y veo la catedral que crece hasta el cielo y luego la sangre que corre como un bólido lento. La novela de Marcial Gala es una polifonía imparable y está armada con la pericia del sofisticado artífice y con el oído del músico que entiende la sucia armonía de la calle. La Catedral de los Negros cruza la lengua oral y el cuidado y perfecto oficio del amanuense. Entre el desenfado y el delirio, entre el proyecto inconcluso de una catedral y la saturación del pasado delictivo, los personajes viven en Cienfuegos, una ciudad diferente a La Habana pero que funciona como una cifra vana de la no menos vana decadencia comunista. Como un caleidoscopio ciego, la novela da cuenta, quizás sin proponérselo, de los estertores del socialismo en los pueblos perdidos de Latinoamérica. Aunque no es una novela social en sentido estricto, Marcial Gala ha escrito una novela policial sobre el delirio y la paranoia de la política.

Marcial me cuenta que ha escrito dos o tres versiones de su libro. Me dice que él piensa que se puede escribir diversas versiones de una novela y que ninguna es la última.

Creo que entiende el arte novelesco por fuera de la forma clásica. Le digo que para mí un libro nunca está acabado y él asiente y sonríe. Luego toma el celular y envía un mensaje. Marcial está atrapado en la lógica furiosa de la tecnología. Pienso que es así porque viene de Cuba.

Y entonces no puedo ocultar mi pregunta por la situación política. Marcial no se calla. Señala la ventana y la ciudad retumba como un trueno. Me dice que aquí se vive más tranquilo que en Cuba.

Sos pesimista, digo.

No, soy realista.

Al rato, pide un café doble.

Aquí los cafés son muy livianos. En Cuba todo es más negro.

Nos reímos.

Habla de los mulatos, de los negros, de las rubias escasas. Comenta que Cuba es una isla en muchos sentidos.

Después de un rato de conversación amable, le confieso que me tengo que ir. Marcial hace un mohín con la boca. Se ríe. Y me dice que no me asuste, que tiene un arma en el bolso.

Retrocedo en la silla. Marcial saca una enrome cámara de fotos.

Le pide al mozo que nos tome una instantánea. El mozo se asusta. Marcial le explica.

El mozo dispara.

Vemos las imágenes.

Levanto mi bolso y le doy un apretón de manos.

Desde la puerta entreabierta, ya en la vereda, veo cómo se abre la sonrisa de Marcial entre los estertores de la calle. Y me dejo llevar por el alarde rápido y misterioso de la urbe.


Photo Credits: Ignacio

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juana castilla
juana castilla
7 years ago

ay qué buen texto, un policial varias veces y no sólo por los asesinos de Marcial sino por el suspenso, su entrada silenciosa por el Norte, el arma del final, la decadencia comunista, qué bien escribe y describe Fabián al novelista, al músico, a la sucia calle y a la vida !

Píccola gago
7 years ago

Excelente crónica, con una descripción de los lugares tan mágica, que pone al lector entre los sembrados puneños y Buenos Aires.
Imperdible alusión a Borges, cuando menciona a la ciudad comunista de Cienfuegos.

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