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adrian marcelo
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

La imaginación infecciosa

Hay una cierta forma de percibir el mundo: hostil, preocupada, fatal, angustiante, trágica, salvaje. Es la imaginación infecciosa. Entre otras muchas cosas, consiste en recluirnos (por mandato del Estado/Nación) en nuestras casas por fuerza de la ley. No salir a la calle prácticamente para nada salvo lo imprescindible: los víveres y agua si no contamos con la potable. Y consiste ante todo en la experiencia del pánico. Ya no del miedo. El miedo se multiplica a niveles exponenciales, potenciado por los relatos mediáticos que bombardean de modo incesante a la sociedad de espectadores.

Los relatos mediáticos no hacen sino hablar de esta pandemia, motivo por el cual la amplifican más aún, como si se tratara de un Apocalipsis. Y las personas, ahora así, viven como si habitaran una catástrofe (si bien mucho de eso hay). El vivencial catastrófico conduce necesariamente a la paranoia y a pensarnos como partes ya no de una comunidad solidaria de semejantes (en términos generales, hay excepciones, como los médicos, que se exponen así como otros profesionales) sino como un grupo de personas que por separado vive aisladamente de modo completamente insular. Pasan los días limpiando con lavandina sus pisos, ventilan sus casas, reciben los alimentos y los limpian con desinfectantes antes de comerlos. Todo puede ser un potencial foco infeccioso. Todo puede ser fuente de la peste.

Versiones de los medios circulan que en ocasiones desmienten las del Estado/Nación, lo que hace cundir más aún la alarma, produciendo una yuxtaposición de comunicados o bien de noticias que no favorecen la cohesión y la coherencia de un país. Estas contradicciones no hacen sino desconcertar y alarmar a los ciudadanos, que no saben a quién adjudicar credibilidad en esta cadena de malentendidos en la cual el universo del lenguaje, de las imágenes audiovisuales y digitales resultan perturbadoras.

Encerrados en nuestras casas, el universo pasa a construirse a partir de tres máquinas a las cuales solo un grupo de toda la sociedad puede a acceder: la TV, la radio (en mayor medida) y la PC. Las noticias caducan a cada instante: lo que se acaba de pronunciar pierde su actualidad en apenas segundos. El orden del discurso, verbal o audiovisual, es un orden precario. Prácticamente sin el poder de la menor vigencia. Esta circunstancia resulta particularmente dinámica y dramática porque sabemos que lo que estamos viendo o escuchando ahora ya son las noticias de ayer en instantes. El aceleramiento del tiempo resulta brutal.

Puesto en estos términos ¿qué ha sobrevivido a la imaginación creativa frente a la imaginación infecciosa? ¿incluso frente a la imaginación digital y tecnológica, que han suplantado las formas interpersonales de diálogo y socialización? A decir verdad pienso que poco. El mundo se ha convertido en una gran amenaza: por lo pronto con la incertidumbre de que las cuarentenas se prolonguen indefinidamente. Y hay grupos de riesgo que en ocasiones son los que se arriesgan porque viven a solas y deben ocuparse de sí mismos al no tener compañía alguna que vele por ellos.

Afortunadamente en mi país, Argentina, se han tomado medidas a tiempo, se ha decretado el confinamiento obligatorio. Se han emitido figuras penales para quienes infrinjan la cuarentena. Se ha provisto de insumos a los hospitales.

Ahora bien: vayamos a algo más profundo. ¿Qué pone en evidencia la imaginación infecciosa? Si la imaginación creativa ponía en marcha un dispositivo inteligente y sensible en el marco del cual era posible mediante una operación identificatoria (como quería Aristóteles en el teatro) la empatía e ir al encuentro del semejante, la imaginación infecciosa hace que huyamos del semejante, como una potencial presencia amenazante y peligrosa. El semejante es un riesgo. Por lo cual deja de serlo.

El arte es una de las prácticas sociales que podrían salvarnos. Por mi parte, he corregido varios artículos y cuentos que tenía concluidos. Sigo escribiendo. Una amiga me envió una obra de títeres que había escrito y que pondrá en escena. Es cierto. Se podrá alegar que se trata de gestos microscópicos, casi imperceptibles. Pero también son fuertes focos de resistencia. Son los que en circunstancias excepcionales como estas pueden y nos salvarán de morir de pena, de indefensión, sin una gratificación sagaz y talentosa. Los libros de literatura son una fuente inaudita con capacidad para hacernos pensar y sentir. Nos traen el universo mágico de lo que pudo suceder pero no ocurrió entre una portada y una contratapa. O sí, quién puede saberlo. El cine, el teatro vía Internet: acudamos por favor a todos los recursos que esta pandemia aspira a cercenarnos. La inteligencia puede ponerse también al servicio de mecanismos de supervivencia sensible. Son varios los que consumen arte pero son pocos los que lo producen como una práctica social, por lo menos como aficionados. Así, la realización de los ciudadanos pasa por sobre todo por la circunstancia de mirar, escuchar, oír. No obstante, se experimenta esa catarsis de la que hablaba Aristóteles y que permite una purificación de las pasiones. Quien asiste a un fenómeno artístico, seguramente en sus puntos culminantes experimentará momentos según los cuales su cuerpo y su espíritu estarán más en orden que en desorden. Y existirá una empatía indudable entre lo que ve, lo que vive y la memoria de lo que ha vivido.

No soy un politólogo, un sociólogo ni un psicólogo social. Pero sí me dedico a escribir. Y he podido apreciar cómo en circunstancias de crisis la poesía, el arte en general en todas sus manifestaciones cumplen una función sanadora en los sujetos de cultura, varones y mujeres. Además de ser una invitación al desafío del pensar y del reflexionar a fondo sobre la condición humana. También en torno de “la condición infecciosa”. Son una forma de participar de este fenómeno colectivo en forma activa y no solo como víctimas pasivas.

Y en este imaginario de la catástrofe (que algo de eso, como dije, hay), tampoco debería tambalearse el mundo. Los escritores y escritoras seguiremos escribiendo, haciendo poesía incluso sobre el coronavirus. Los directores actores enviarán sus obras filmadas a los archivos para que puedan ser proyectadas vía Internet. Y así siguiendo en cada género del arte y las estéticas, con amplias repercusiones sociales
Demos batalla a esta pandemia con inventiva pero sin una circularidad paralizante que nos pueda empapar de un pesimismo inútil. Eso no sirve.

No entremos en pánico pero sí seamos prudentes. Ser prudente es una cosa. Pensar en una catástrofe (como antes lo fue la era nuclear o antes aún la peste negra en Europa y luego el SIDA) me resulta tan irrisorio como pensar que esto será el fin del mundo. Pues no lo será. Será una etapa en la que estaremos recluidos haciendo otras cosas, distintas. Aprovechemos el tiempos, usémoslo productivamente. Y, al mismo tiempo, sigamos haciendo algunas cosas de las que hacíamos antes. Porque no todo ha perecido.

Sé que mucha gente ha muerto, lo lamento en el alma. Sé que sus parientes deben estar consternados y sufriendo ahora. Pero no podemos dejar que el mundo deje de girar. La órbita de la tierra debe proseguir su curso.

Así como Susan Sontag de modo estudioso se abocó a desentrañar las supersticiones y el pensamiento irracional que cundían o habían cundido en torno de la tuberculosis y luego el cáncer y el SIDA. Foucault indagó en los procesos relativos a la locura, incluso trabajando en manicomios e historizándola, esta enfermedad también será historizada alguna vez. También será superada (como las anteriores). Y también permitirá que algún día podamos salir a un parque a tomar aire a la luz del sol.

La imaginación infecciosa afecta a muchísima gente, especialmente a los países que menos medidas preventivas han tomado. Los relatos mediáticos están todos el tiempo hablando de lo mismo en lugar de pasar cada tanto un buen film de cine arte o acaso pasatista para salir de esa intensidad que induce a la psicosis colectiva. Creo que ya va siendo hora de que podamos, además de tomar todos los recaudos del caso, desde el confinamiento o la cuarentena (si así se prefiere) desde nuestras casas, meditar acerca de otros temas y otras tramas además de este argumentos dramático que se ha convertido él mismo en relato. Y, es más, trágico. Hablar, hablar, hablar. Mirar, mirar, mirar. Escuchar, escuchar, escuchar. Pensemos en cambio en hacer en donde estemos con lo que nos haya tocado en suerte ser y hacer, nuevas creaciones. Pienso que es lo único que nos puede salvar de contraer una infección social, ya no infecciosa. Y que poco tiene para aportar salvo la destrucción masiva (porque vivimos en una cultura de masas) pero ofrece ciertas oportunidades a la imaginación creativa para desplegarse en todo su magnífico esplendor.


Photo by: Alexandru Paraschiv ©

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