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62 brazadas

62 brazadas, de Silvina López Medin

“Lo que ofrece el agua/ es resistencia /no esperes otra cosa del agua”.

El tercer libro de poemas de Silvina López Medin (Buenos Aires, 1976) está hecho de 62 poemas breves, elegantes y precisos, poemas de una sonoridad deliciosa y una sintaxis concisa que parecen escritos al ritmo de una respiración regulada.

62 poemas – definidos por la autora como bloquecitos o fotogramas- que destellan por la densidad que contienen y porque la revelación es su materia sutil. Escritura que ocurre en el movimiento de un cuerpo sumergido y desde allí nos interroga o nos llama a descubrir el misterio del tiempo, de sostenerse y avanzar, en el agua, en el vacío.

El agua es un medio mil veces más denso que el aire y los buenos nadadores suelen intuir como mantenerse en la mejor posición posible para escurrirse y deslizarse dentro de la resistencia tenaz que ofrece el agua. Aun así, una vez dentro del agua, ocurre siempre una revelación y es que nosotros no somos peces y que nunca, por más eximios nadadores que nos volvamos, perderemos el miedo a ahogarnos. Es decir, aprendemos a nadar con la intención de no morir.

En este libro, en el que las preguntas se disparan como germen y se ensanchan por su levadura, es posible interrogarse:

Si no hay corriente, qué te lleva
de un borde a otro
del agua
del día.

o responderse a lo largo de la travesía:

No busques hacer pie,
ahora es otro el arte:
sostenerse y avanzar, así es
ser nadador.

A nadar se aprende y mientras lo intentamos nos preguntamos ¿esto habrá sido algo natural alguna vez? Quizás entre nuestros ancestros africanos, hubo alguno, que así como respiraba, podía nadar. Un tiempo en el que la sustancia no estaba dividida. De allí nos vienen las sirenas, mitad humanas mitad marinas, los seres anfibios, las ciudades bajo el agua y los dioses, tan buenos como malos, tan terrestres como marinos.

Y en la piedra, la impresión de otra época.

El agua es transparencia, pero esencialmente es densidad y siempre ofrece una promesa: tocar el fondo y emerger. Se puede nadar con el corazón sano o con el corazón enfermo, respirando bien o con dificultad, pero uno nunca deja de recordar que es un movimiento de la supervivencia.

Los poemas del libro toman forma de preguntas, de respuestas, de advertencia íntima, son acotados y tienen una enorme gracia en la entrada y la salida, igual que cuando nos sumergimos o salimos del agua. Hundirnos también nos sirve para reconocernos, para abandonar el cuerpo pesado que el agua nos hace olvidar. El cuerpo que pierde y recobra su contundencia, la respiración que nos fuga hacia adelante, el movimiento entendido como un ritmo, la levedad a la que nos somete, como la gracia momentáneamente adquirida. Los poemas del libro tienen que ver con la vitalidad de la duda y con su levedad, todos sabemos que mantener cualquier cosa hundida es un asunto difícil y voluntarioso ya que nada se hunde si no logra pesar más que la resistencia del agua y que, cuando ocurre, es un ancla, un peso muerto.

Debajo del agua se escuchan sonidos extraños y se perciben olores y colores desconocidos, es más fácil llorar, sentir o pensar. En el agua el corazón trabaja menos porque el cuerpo es liviano, pero el agua nos expulsa. Estar en el agua es habitar una galaxia emotiva desconocida. Quizás por eso, estos poemas nos regalan pequeños compendios de sabiduría y sorpresa sobre esa materialidad enrarecida y -tan inquietante como tranquilizadores- en el mismo acto nos devuelven la inocencia y confirman el extravío:

Vas de espaldas esta vez
la mirada opaca
es la del cielo.

O

No estás donde deberías.

En el epílogo de este libro, López Medin nos cuenta que escribió en un cuaderno de notas unas líneas que luego fueron un método y siempre una pregunta: ¿Qué lo impulsa a seguir cada vez? La brazada condensa el gesto: el brazo se extiende, parece que fuera a alcanzar algo y no lo hace: vuelve a hundirse, vuelve a salir. Ella escribe sobre ese vacío: uno avanza, en la escritura, en la vida, sobre esa especie de vacío. Avanzar sobre el vacío es insistencia, es fe.

Cuando nadamos estamos solos, contamos con la levedad, el movimiento y la respiración, con la memoria del cuerpo (o con “la memoria de tus músculos”) y tenemos pocas certezas pero una es contundente, tendremos que movernos para salvarnos. Mientras tanto deberíamos respirar bien y persistir. En los poemas de 62 brazadas hay incertidumbres, consejos e interrogaciones sobre la supervivencia, el impulso y la intuición. Como la poesía, el agua ofrece su resistencia y lo que hagamos en ellas o con ellas, nos llenará de posibilidades o de derrotas, pero fundamentalmente nos hará cambiar de lugar.  Así nos incita la brazada 62 de este bello y sabio libro:

Una vez más al borde, una pileta
apenas flexionados los brazos
el cuerpo entero hacia adelante
¿Ves?, agua.

Ahora, saltá.

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