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paola maita
Photo by: Peipeister ©

6 am: Game over

Ese día que amanecimos de fiesta, yo estaba muy despierta tomando en cuenta que había estado más de 24 horas sin dormir. A pesar que había bebido mucho más de lo que esperaba, tenía la lucidez suficiente para explicarle a J., mientras íbamos a casa, por qué el chiste es un acto subversivo del inconsciente o para diseccionar partes de la noche que para él habían sido un misterio.

Ciertamente, la noche había sido larga y acontecida, pero no me había imaginado que esa conversación after party sería tan profunda.

¿Cómo hago para no sentirme así por ella?

Esa era la pregunta difícil. Durante la semana anterior, los dos habíamos temido cometer una estupidez con personas con las que tenemos relaciones complicadas. Al menos yo solo tenía que retener el impulso de escribirle por WhatsApp a alguien, de no hacer lo mismo que hice hace un par de semanas: escribir más de 20 mensajes estando ebria y perdida en la ciudad para luego borrarlos y que quedasen las notificaciones de Este mensaje ha sido eliminado. Por su parte, él lo tenía más difícil que simplemente resistirse a escribirle a alguien por WhatsApp.

Diseccionamos los hechos hasta que se disolvieron entre los dedos. Todo siempre nos devolvía al desamor, al punto de la partida dónde sale game over en la pantalla y vuelves al último check point en el cual aún estás vivo, sin saber que el próximo monstruo es capaz de vencerte.

De momentos, creí que estaba siendo entrometida. ¿Realmente me estaban dando espacio para conversar de esto o me estaba metiendo donde no me habían llamado? Creo que J. me permitió tanto porque quizás de alguna manera inconsciente sabía que también hablaba de mí, de los sinvivir que me han dado los amores que no llegan donde quiero.

Los porqué, cómo y cuándo surgieron en nuestra conversación como setas en un jardín. Yo misma me he inquirido con disciplina rigurosa por qué cierta persona me ha enamorado y por qué no ha llegado a un buen puerto.

Creo que la diferencia de hacerlo en voz alta con otra persona está en la sensación de quedar desnudo frente al otro. Si bien esa madrugada hablé muy poco de mí, no podía evitar ver cómo las preguntas de J. me rebotaban.

No importa cuán felices estemos con alguien en un momento. Siempre queda la curiosidad de saber qué habría pasado si equis cosa hubiese sido diferente con tal persona.


Para el momento cuando teníamos una hora conversando, comencé a sentir hambre y no sueño, contrariamente a lo que pensé que podría pasarme al cruzar la línea de las 24 horas sin dormir. Como es costumbre en España al amanecer de fiesta, terminamos comiendo churros con chocolate.

Despojados de toda elegancia y de la dignidad que habíamos tenido 12 horas atrás, yo sin tacones, en zapatos deportivos, con la diadema en el bolso, el delineador corrido y sin ninguna intención de ser la mujer impecable que salió de su casa con cada cabello peinado; y él con la camisa manchada de vino y sin pajarita… Era imposible que fuésemos los mismos.

Al vernos al día siguiente en mi casa, en una reunión de amigos, comprobé que mis sospechas eran ciertas: No éramos las mismas personas. Aquella madrugada, los churros, la aceptación de verdades incómodas, la formulación de preguntas que duelen… Game over.


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