Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

#5 Proyecto Postales: Yo estuve con Neil Young en una isla

Pi piii, pi piii, les grita un chico thai a dos rubias en malla y pareo, que caminan por el medio de la calle; lleva un carro con melones y las rubias ni bolilla. Pi piii, pi piii, insiste el thai. Ellas tardan en entender la señal, él espera paciente y de mientras les mira la pollera. Las rubias se corren, él pasa y les mira los corpiños. El nombre de la isla tiene sentido, Phi, Phi es tan chiquita que no hay transporte, solo carros arrastrados por chicos musculosos.
Esquivo al thai, a las rubias y a un par de australianos con shorts fluorescentes y sigo. Las calles son pasadizos angostos llenos de negocios. Se escuchan idiomas de todo el mundo y cruzas de lenguas: mezclas de maorí con finlandés, turco con ucraniano y así. Espontáneamente nacen nuevos dialectos, puntos de encuentro entre culturas y sobre esas combinaciones se construye la isla, que a simple vista parece más extranjera que tailandesa.

Busco la playa y tomo un camino tranquilo, sin negocios, rodeado de vegetación. Las palmeras forman un techo de hojas que casi no deja ver el cielo y, por las ramas más altas, corren algunos monos. Camino unos minutos hasta que, al costado del camino, atrás de unos arbustos, veo algo que parece una casa. Me acerco y es una carpa de telas verdes. Del techo le cuelgan flecos y retazos de cuero, el piso es de arena y hay plumas y flores secas enganchadas de las paredes de tela. Al lado de una pila de piedras de colores, hay una botella enterrada con el culo en la arena. Es sato, un vino de arroz tailandés. En un costado, hay una hamaca paraguaya y, del borde de la hamaca, cuelga un mechón de pelo gris oscuro.

– ¿Sabés dónde queda la playa?, –pregunto y la persona que está en la hamaca se levanta.

Es Neil Young.

Bosteza, se estira y sonríe.

– Mujer, yo todavía la sigo buscando –me dice.

– ¿Seguís buscando la playa?

– No, a mi mujer, – me contesta y se sienta en el piso al lado del vino. Abraza la botella, la acaricia y le da unos besos.

– La playa tiene que ser por acá cerca, ¿no? –le vuelvo a preguntar.

– No sé, nunca salí de la carpa –me contesta, agarra la botella y toma un trago de vino.

Quiero ir a tomar sol y que me revuelquen las olas. Neil insiste en que me quede. En la carpa está todo lo que necesitamos, me dice. Me estoy por ir caminando, me mira y mira el sato. Quiero que la pasemos bien, me dice y me tiende la botella. La botella es todo para él. Un vaso y me voy, le digo y Neil empieza a cantar de la alegría. Acercate, mujer. Entro a la carpa. Él agarra el banjo, yo la botella y juntos cantamos Harvest Moon. Y quién dice un vaso, dice dos. Con el segundo bien cargado y puesto encima, corremos la mesa, hacemos espacio y bailamos debajo de los flecos de cuero.

Con el tercer vaso vienen las lagrimas, la despedida. Fondo blanco y chau Neil, gracias por todo. La pasamos muy bien pero lo nuestro no va a poder ser: la playa me espera. Salgo de la carpa y atravieso los arbustos. Pobre Neil, pienso, y, antes de entrar al túnel de palmeras y monos, me doy vuelta. Él ya está de nuevo en la hamaca, con el pelo colgando. Seguro está durmiendo.

Hasta siempre, Neil, ojalá encuentres a tu mujer y yo a la playa y vivamos felices por siempre. Juntos no, felices sí.

Hey you,
¿nos brindas un café?