Estas fotografías fueron tomadas la última mañana de un viaje que se extendió por un mes, en el que recorrimos casi dos mil kilómetros y que acabó, como casi todas las cosas en este mundo, en una calle de Manhattan.
Estas fotografías son, en parte, una rebelión: nuestra graciosa rebelión ante la tiranía de la Yashica, nuestra protesta ante el medio formato. Estas fotografías son un affaire, una venganza al yugo de haber cargado una cámara de un kilo al hombro durante tanto tiempo, un escupitajo a nosotros mismos, pues había llegado un punto en que ese objeto negro con dos lentes que miraban, desafiaban, se había hecho una extremidad más de nosotros, un órgano más, uno que duele, molesta, existe.
El último día, hartos de su tiranía, nos arrancamos esa extremidad, nos mutilamos, y la dejamos abandonada en un cuarto diminuto de hotel en el East Village: éramos libres, la ciudad era nuestra.
Viajábamos ligeros, por fin.
Pero la libertad no duró mucho: tomó otras formas, como lo hacen el amor y los monstruos. En una calle de Brooklyn la encontramos, era hermosa, irresistiblemente ochentera, seductora y decadente. Una cámara de bolsillo, formato 35mm, cuya alma sólo dependía de una batería que compramos en un CVS, se volvió en poco tiempo parte de nosotros.
Su ligereza nos daba libertad, su automatización, agilidad para entender las calles.
Entonces tiramos como si no hubiera un mañana. Así, con la Yashica guardada en un cuarto de hotel, pasamos el último día viendo Nueva York a través de una cámara hecha en gran parte de plástico.
Cuando llegamos a México y revelamos los rollos que habíamos gastado en ella, descubrimos que esa cámara marcaba la fecha en cada fotograma, como casi todas las cámaras Point & Shoot de los 90.
Según esa cámara que rescatamos en Brooklyn, todas nuestras fotos habían sido tomadas en septiembre de 1989. Por un momento, como si hubiéramos sido parte de un cuento de Asimov, no descartamos la posibilidad de ser los Kilroys de nuestra propia historia.
Septiembre, 1989: imposible. No habíamos nacido. ¿Pero quién somos nosotros para refutar la tiranía de una cámara?