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Eddy Marcano

Guataca Nights NY: La cuerda virtuosa de Eddy Marcano

El concierto como unidad persigue un instante que reúne, como en una comunión, la emoción del músico y sus espectadores. Ese discurso, que se puede valer de la ternura o el estruendo, requiere para su éxito que la ejecución de la banda, o los músicos, nos transmita esa intensidad. Como en cualquier acontecimiento de nuestras vidas, esa invocación (que es el concierto) es rondada, merodeada, hasta que su presencia es indisimulable. Sabemos frente y dentro de nosotros, a través de los ojos y los oídos, una obra. Una síntesis de emoción posible gracias a la vibración de una cuerda, la resonancia de madera en un contrabajo o el oscilar de unas maracas.

La Guataca Nights New York número 11 asombró sin aspavientos ni impertinencias. El violín de Eddy Marcano desistió de la fanfarria. Como una pirámide en el desierto, su música no llegó para redundar o impresionar con fuegos artificiales. Hay una nitidez en la selección de su repertorio que recupera, a través de las cuerdas, la esencia de un sentimiento estético. Se puede adivinar el mar que rodea a la isla de Margarita, que lo vio crecer, y también la experiencia de un virtuoso, un “eterno estudiante” que ha pisado el escenario del Carnegie Hall y también hundido sus pies en la arena de la costa oriental de Venezuela. En ambos casos, siempre se trata de Eddy.

La banda para la undécima presentación en el Subrosa Bar estuvo compuesta por Baden Goyo en el piano, Carlos Capacho en el cuatro, José Puentes en bajo y un jovencísimo Alexis Soto en percusión y maracas. A Marcano, junto al arco de su violín, lo acompañó la voz de Teresa Martin en varios temas durante la noche.

Eddy Marcano se sitúa, calculando el tiempo que llevará a la banda disponer sus partituras. Toma aire y con esa fuerza despega hacia un arabesco febril en su violín. Junto a él, las maracas suman un chasquido veloz. Junto al avance, suena El Tamarindo, de Alberto Valderrama. Poco a poco los instrumentos se van presentando, deslizando los arreglos y nivelando la intensidad que necesitan para lograr el sonido compacto. El cuatro de Carlos Capacho acompasa el trote mientras, casi desapercibido, el bajo de Puentes da cuerpo a la orquesta. Tras un breve pasaje de joropo oriental, llegó Tiestos de Moca, también de Valderrama, que requirió una técnica de presión sobre las cuerdas del cuatro, dejándolas tensas para ofrecer un sonido compacto.

Luego de hacer un breve espacio y presentar a toda la banda, Marcano dio paso a La Encantadora, de Julio Méndez, que sumó al diestro Alexis Soto, quien venía calentando motores desde las maracas. Es uno de los primeros momentos en que el violín apura el paso y esa velocidad se corresponde con redobles desde la percusión. Eddy hace fuerza flexionando su rodilla. El bajo aumenta su presencia y un sonoro ¡Qué molleja, primo! abre el camino a un tema fundamental en el repertorio de Marcano: Saludo a Barinas, de Pedro Camacaro.

Para este momento, se suma al escenario una invitada especial, que acompañará el concierto durante varios momentos de la noche. Teresa Martin, quien describe la primera impresión de ver a Marcano “como si el violín ardiera en el aire”. Esta primera pieza será Ansiedad, popularizada por el gran Nat King Cole y cuya autoría es de Chelique Sarabia, quien por estos días recibió un homenaje en la entrega del Grammy Latino. El tema emblemático, cuya melodía ha calado en el repertorio radial desde entonces, es abordado elegantemente por Baden en el piano, respetando su frase y sirviendo de apoyo parta Martin, que, vestida de negro, se acerca al público deteniendo su canto: “ansiedad de tenerte en mis brazos, susurrando palabras de amor”. Marca varias notas con su dedo índice y pide al público que en coro la acompañe para el cierre de este clásico.

Seguirá De Repente, uno de los más famosos temas de la Onda Nueva, concebida por Aldemaro Romero, quien siempre prefirió intérpretes mujeres para sus canciones, como María Teresa Chacín o María Rivas. Los arreglos penden todos de la constancia del violín y encuentran sus pausas en el seco temblor del cajón. ¡Qué milagro fue, vida mía! ¡Qué manera tienes de amar! La violencia de creer en el amor va enmarcada en el juego entre cuatro y violín. Con este segundo tema, Martin se despide del set y empieza un merengue, El Sinvergüenza, de José Antonio Naranjo, famoso flautista de El Cuarteto. Un minucioso punteo de Marcano en el violín, dando pequeños golpes a las cuerdas con el arco, ofreció un paréntesis de la banda para verlo hacer y recrearse con el instrumento. Luego de varias miradas y sonrisas, se suma Puentes en el bajo. Eddy toca con los dedos de sus manos, pellizca al instrumento. Baden Goyo cierra sus ojos y sube los hombros en el piano. La banda sabe y siente hacia dónde va.

Esa concentración desembocó en una potente y rápida Guayana de Camacaro, precedida de un suspiro común que alcanzó todos los amplificadores. Con las maracas atravesando la geografía de un galope, viajando del Tepuy al Río Meta, la orquesta sumó su fuerza sin restar definición al hilo firme del violín. Unas gotas de sudor en su frente muestran la exigencia del maraquero. Para este momento, toda la banda se apoya en él. El violín gira tanto que podría salir volando en cualquier momento. El tema cierra de golpe, como si todos se desprendieran de una noria veloz. Cierra de golpe, como si se soltara dentro de una noria veloz. Tarde Tinta, de Julio Méndez y también con arreglos de la Onda Nueva, será la ocasión para volver a constatar la soltura de un cuatro cuyo sonido se raspa, se acecha y apura en las manos de Carlos Capacho. El instrumento suena como el paso de un muchacho que corre alegre aun con el riesgo de caerse en un patio.

 Sr Jou, otro tema de Camacaro, presentó el primer solo de cuatro y cajón, alternando la madera que envisten las cuerdas por las de los nudillos y las palmas. El piano alternó ese rito y los remates de percusión dieron pie al contrabajo. Baden se luce en el piano y el violín se incorporó de un salto a la pieza, enmarcado la voz del recorrido. El splash de un platillo sirvió de transición para la presentación de un tema inédito: Comenzar de Nuevo, un merengue del mismísimo Baden Goyo, quien, sonriente, cuidó la ejecución de la pieza que él mismo compuso.

Aquí se abre un cisma. Si generalmente un solo es concebido como un aparte que destaca, el lapso que abrió Marcano alrededor de su escena fue más que eso. Quizá la concreción de una pasión, la síntesis de un pulso musical que recorre la escuela clásica, popular y la contemporánea. Eddy toca relajado, ni contrae su ceño. Hay experiencia hasta en sus gestos de celebración. El arco en sus manos empezó a calentarse ante los ojos y oídos de los presentes. El solo, que hizo las veces de intro, demostró con la calma furiosa de lo inevitable su real maestría. Sin gritos ni estruendos, ni fanfarrias. Tanta fue la intensidad de su logro que sorpresiva, clara y excepcional se vio estallar una de las delgadísimas cuerdas del arco. Marcano ni se inmutó. Prosiguió el esmero a solas con el instrumento. Luego de intuirlo entre acordes, el anuncio evidente desemboca completamente en un Pajarillo majestuoso, realmente conseguido, con solos de cada miembro de la banda, resaltando el profuso momento de Puentes, quien coqueteó con Tonada de Luna Llena, mientras se inclinaba con la mirada hundida en su contrabajo. Del pulso y la grave vibración saltó al estallido común de los presentes con las palmas y unas maracas que cerraron el pasaje, dejándolos a todos muy sorprendidos, casi en shock.

A la emoción que quedó suspendida en el local le siguieron el vals San José, de Leonel Velasco; Adoración, de Luis Laguna, y el tercer tema que contaría con la voz de Martin: Pasillaneando, otro clásico fijo entre las composiciones del maestro Romero. “Llanero que amaneces pasillaneando, pasillaneando, en lomos de caballo, caracoleando, caracoleando”. La clave de este vals, que contó con un solo de cuatro delicado, sin intromisiones, fue perfecta para dar entrada a Anhelante, del Pollo Sifontes, una canción inmortalizada por el gran Gualberto Ibarreto, que Martin abordó muy emocionada: “Me conformo con verte, aunque sea un instante, me conformo con mirarte un momento y nada más”.

Siguieron las invitaciones vocales con El Saltarín, que contó con la incorporación del querido Gregorio Uribe, a quien todos corearon ¡Gregorio, te amamos!, mientras se subía a la tarima. Tras unos compases de acomodo, el violín resaltó su entrada y el la ra lay la lá del alegre estribillo de Uribe llegó para felicidad de todos. Dulce Añoranza, de Alberneth Hernández, fue un delicado pasillo en manos de Baden, antes de una versión de La Dama de la Ciudad, del cantautor venezolano Frank Quintero, que sirvió para acompañar la revisión del tema entre bajo, violín y piano, especialmente.

Completado el extenso repertorio y pasadas las dos horas de concierto, entre paisajes, mezclas y recorridos, quedó clara la visión de un territorio sonoro, pero también del sonido como un logro sincero. Más que en lo que se muestra, la maestría en la música de Marcano radica en lo que está a punto de suceder, lo que está por ocurrir. La perfección de su sistema, esa lectura de la tradición que le ha permitido trascender, acumula en ella al futuro, a las muestras y arrestos que llevan en su origen el matiz vario de la emoción. La cuerda virtuosa de Marcano une y elige para estallar y luego volver a reunir con tranquilidad su estrago.


Photo Credits: Kathy Boos

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