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Anabela Lenzu

Anabella Lenzu: la danza me conecta espiritualmente conmigo misma

NUEVA YORK: Cada bailarín es un mundo. Unos escogen la danza por pasión, otros les dedican sus vidas por amor a la música y a la armonía del movimiento. Tras conocer y hablar con Anabella Lenzu entendemos que para ella es todo eso y mucho más. Para ella es algo sencillamente vital, es como respirar. Con la danza dialoga, protesta, comparte llanto y risa, muestra debilidades y fortalezas.

Su próximo espectáculo “In Pursuit of Happiness”, que presentará a finales de octubre en el Alchemical Theatre y del cual ofrecerá un extracto en el Consulado de Argentina el próximo miércoles, es un tributo al padre que perdió hace pocos meses. Es su forma de expresar el dolor del luto y la alegría del recuerdo. En esa danza/drama Lenzu vertió recuerdos y nostalgias.

“Soy una persona muy espiritual – nos dice Anabella mientras, sentadas en el banco de un parque, escuchamos a nuestro alrededor las voces alegres de quienes aún saborean la tibieza del sol mientras el aire ya anuncia el rigor del invierno – Siento que mi padre está aquí, junto a mi y quise hacer un espectáculo homenaje dedicado a él. El reto, una vez más, fue transformar una historia personal en algo universal, algo que llegara a los demás con la misma fuerza con la cual me llega a mi. Quería hablar de la muerte, de lo que significa la desaparición de un ser querido y también de la relación padre – hija, maestro – estudiante. La danza es intangible y yo busco siempre la manera de hacerla tangible. Para este espectáculo en particular empecé a fotografiar detalles minúsculos, objetos rotos, oxidados. Lo hice durante mucho tiempo, esas imágenes eran el reflejo del tiempo que pasa, cambia los objetos, modifica las vidas. Me ayudaron a elaborar mi duelo a través de un proceso creativo y me acompañan durante todo el espectáculo”.

Anabella se pierde en sus recuerdos, se aleja del dolor y una sonrisa de alegría la ilumina mientras cuenta: “Tenía 4 años cuando dije a mis padres que quería ser bailarina. Me la pasaba mirando un programa de danza que transmitían en la televisión y fue tal mi determinación que me inscribieron en una escuela de flamenco ya que en ese entonces no había academias de danza en Bahia Blanca, la ciudad donde vivíamos”.

Anabella aprendió a taconear y a usar panderetas, castañuelas y capas de torero. Tenía 9 años cuando pudo empezar las clases de danza clásica que más tarde perfeccionó en el prestigioso Teatro Colón de Buenos Aires.

“A los 18 años mi papá me preguntó si quería cursar una carrera universitaria o seguir con la danza. En ese momento la danza no estaba contemplada en el sistema universitario. Yo estaba clara en lo que quería así que mi contestación fue inmediata: iba a seguir con la danza.

Mi papá y mi abuelo Ernesto, quien había emigrado desde Italia donde fue paracaidista en la II Guerra Mundial, me dieron el dinero para abrir mi primera Academia”.

L’Atelier Centro Creativo de Danza que empezó con 4 alumnos al año siguiente ya tenía cien. “En Bahía Blanca había una gran necesidad de un lugar serio donde estudiar danza, y yo, a pesar de mi joven edad, ya había bailado en varias compañías tanto de flamenco como de danza clásica. Quería que mi Academia fuera considerada una escuela privada de danza y preparé un programa que presenté a la Secretaría de Cultura Argentina. Fue aprobado y empecé a trabajar en colaboración con la Universidad Nacional del Sur y con la Alianza Francesa. Había varios quiniesólogos de la ciudad que enseñaban anatomía y desde el Teatro Colón de Buenos Aires Angel Fumagalli venía a dar clases de Historia de la Danza y Crítica de la Danza. Mi deseo era el de crear un espacio donde se diera una formación completa a los bailarines y lo logré.

A los 23 años, aunque me encanta enseñar, sentí que quería más, que necesitaba mejorar y decidí viajar a Nueva York. Mi hermana quedó a cargo de la escuela que sigue abierta aún hoy”.

En Nueva York Anabella estudió coreografía en Peridance Center y Julliard School, escuelas prestigiosas donde hoy día ella misma es docente, además de especializarse en las técnicas de danza moderna de Doris Humpfrey/Limón y Martha Graham.

El 11 de Septiembre de 2011 estaba en Nueva York. Se quedó unos meses más y luego volvió a Argentina para transcurrir unas vacaciones. Cuando regresó la retuvieron en el aeropuerto por problemas con la visa y, tras un humillante interrogatorio, la deportaron.

“Fue muy duro, me preguntaban una y otra vez si estaba entrando para trabajar como babysitter o empleada doméstica. Yo les decía que vieran mi maleta, en la cual llevaba mis zapatillas y todos los libros de danza. Les decía que mi interés era el de seguir estudiando danza pero no me creyeron y me deportaron”.

Un momento amargo que la sumerge en una depresión profunda hasta que el padre le ofrece un boleto para viajar a Italia. Allí trabaja durante varios años en la compañía de Anita Bucchi como coreógrafa. “Viajábamos con un antropólogo, un musicólogo y mi actual esposo, quien es fotógrafo, en busca de las danzas tradicionales que después llevábamos al escenario reelaboradas con una visión contemporánea”. Fueron años muy productivos para su formación y muy importantes porque le permitieron conectarse con las raíces de su familia paterna. La muerte repentina de Anita Bucchi cerró esa fase y junto con su esposo, norteamericano, decidió volver a Estados Unidos, a pesar de la herida de la deportación que cicatrizó solamente gracias al baile.

La amarga experiencia del interrogatorio y el regreso forzado a Argentina, se transformó en un espectáculo: “The Grass is Always Greener”.

“Mi repertorio toca muchos temas políticos. Para hacer “The Grass is always greener”, que tiene como temática la emigración, hice mucha investigación. Fui a Ellis Island, en el Tenement Museum, y recogí mucho material fotográfico en el Smithsonian Museum. Hice un paralelismo entre la inmigración de 1900 y la de 2000. Mi espectáculo es un viaje de ida y vuelta entre el pasado y el presente y en algunos momentos reproduzco partes del interrogatorio que me hicieron cuando me deportaron”.

La danza de Anabella Lenzu pone interrogantes, obliga a la reflexión, nos saca de nuestra esfera de confort. “Me dedico a las coreografía para cuestionar la realidad, para estimular preguntas sobre lo que hacemos y por qué lo hacemos”.

Su compañía se llama DanzaDrama, un nombre que expresa el concepto de su danza.  Es danza y es teatro. Es movimiento y son imágenes, sonido, palabras. “Soy danza/teatro porque soy latina y tengo historias que contar. A veces el movimiento no es suficiente y busco la ayuda de la palabra”.

Anabella trabaja los textos junto con Daniel Pettrow. “Es un actor fenomenal y me asesora con los textos. Algunas veces mis espectáculos dejan de lado la política y son más rituales. Pienso que la danza es como un zoom. Estás viendo un paisaje y sabes que tienes que insertarlo en un marco. Te preguntas si vas a hacer un mural o una miniatura, como transformarás ese paisaje en algo que despierte preguntas, emociones. No me pertenece la danza que está desconectada de la realidad y se queda encerrada en una burbuja. Nosotros procesamos la vida a través del arte, procesamos los eventos, sean ellos políticos o personales”.

Paralelamente al trabajo coreográfico desarrolla el de docente y el de escritora. Publicó, en español y en inglés, el libro “Unveiling Motion and Emotion – Revelando movimiento y emoción” que recibió una Mención de Honor como Mejor Libro de Arte Bilingüe en el International Latino Book Awards en San Francisco.

Tras el éxito de esa primera publicación en la cual explora la importancia de la danza y, a partir de su mismo recorrido, habla de la comunidad, la composición coreográfica y la pedagogía, ahora está escribiendo un segundo texto más técnico.

A pesar de los muchos años transcurridos respirando danza Anabella no ha perdido la pasión que a los 4 años la llevó a tomar la decisión de ser bailarina. Explora, estudia, investiga, crece.

Su compañía cambia, se enriquece de nuevas personas, incluye dramaturgos, escultores, fotógrafos, actores. Danza/drama es su casa, es el lugar en el cual metaboliza las emociones. “Un bailarín no es un acróbata, la danza es física pero el cuerpo refleja un trabajo intelectual, una espiritualidad. Cuando la danza se queda a nivel del cuerpo y no tiene alma se empobrece y es víctima de los estereotipos de la belleza”.

Es contagioso el entusiasmo que transmite Anabella cuando habla de su trabajo, de sus colaboradores, de la danza como misión de vida. “Como artista latina en NY, la misión de mi compañía de Danza Teatro es la de generar reflexión y conciencia histórica, derrumbando así la cuarta pared que separa al artista del público. 

Exploramos temas como la identidad, la memoria,  la conciencia social, el rol de la mujer, la relación entre el individuo y la sociedad en una fusión atípica de danza moderna, ballet, danza teatro y folclore etnográfico.

Nuestra misión es establecer y desarrollar un intercambio cultural, educativo y artístico capaz de atravesar las barreras socio-políticas y culturales”.

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